Nos suele pasar con mayor frecuencia de lo que creemos, pensamos de manera equivocada que las cosas siempre han sido tal y como las conocemos hoy. Seguramente habrá muchas generaciones que en la actualidad ni siquiera conozcan lo que es una cinta de casete, y ni mucho menos lo que es un cartucho de ocho pistas. Pero hubo vida antes de que todo fuera formato mp3 y música en streaming.
De la misma manera, los coches siempre han tenido sistemas de propulsión, de frenado, de embrague o de dirección, pero no tienen por qué haber sido como son hoy. Uno de los avances que más muertes ha salvado desde que se empezaron a implementar medidas de seguridad han sido las direcciones deformables, pero ¿por qué existen y en qué consisten?
La modificación de ideas sencillas por la seguridad
Cualquier pieza mecánica de un vehículo se ha visto transformada en su estructura o composición con el paso de los años motivada bien por un mejor funcionamiento o bien por cuestiones de seguridad. Los requisitos se han ido modificando con el tiempo al igual que las formas de fabricación o los esquemas más innovadores que mejoraban lo existente.
Hasta antes de la Segunda Guerra Mundial los estándares de seguridad eran otros, y había elementos de los propios coches que causaban lesiones bastante serias por encima de la gravedad del choque
Durante la primera parte de la vida del automóvil todo iba bien, sin demasiadas preocupaciones, o al menos así fue durante unos años en los que el fervor por los carruajes motorizados dejaron de lado algo que no se conocía hasta entonces: la seguridad vial (recordad el primer semáforo que mató a un policía). Se tardó décadas en considerar que la efervescencia de vehículos en las calles y carreteras (por llamar de alguna manera a las vías por las que circulaban los coches de principios del siglo XX) creaba una problemática particular cuando estas máquinas sufrían un coche.
Cuando los ingenieros de las marcas comenzaron a prestar atención a algo más que crear vehículos capaz de moverse más y más rápido, empezaron a tener en cuenta la seguridad de sus ocupantes y diseñaron los coches valorando ciertas medidas que los hicieran más saludables. ¡Y menos mal! Costaría mucho imaginar coches que no incluyesen medidas que hoy son obligatorias.
Resulta que hasta poco antes de la Segunda Guerra Mundial los estándares de seguridad eran otros, y había elementos de los propios coches que causaban lesiones bastante serias por encima de la gravedad del choque.
Con más de un siglo de historia ya a sus espaldas, el automóvil es hoy algo absolutamente cotidiano, pero hace más de cien años los vehículos con ruedas y un motor tenían que solucionar el problema de poder girar, así que para dotarles de movilidad lateral y no sólo en línea recta se les colocó un palo y un aro en su extremo para que el conductor hiciera girar las ruedas transversalmente para cambiar de dirección.
Las primeras columnas de dirección terminaban impactando contra el cuerpo del conductor convirtiendo un simple choque sin consecuencias en un accidente potencialmente mortal
Estas columnas de dirección eran rígidas y unían directamente el volante con la articulación situada en la parte delantera del coche. En caso de choque frontal, las columnas de una sola pieza no se deformaban y transmitían la fuerza del impacto desplazándose hacia atrás hasta que el resto de la estructura del coche absorbía la fuerza cinética.
Este movimiento hacia atrás fue el causante de numerosas muertes, ya que al estar fabricadas en metal macizo y no deformarse, estas columnas terminaban impactando contra el cuerpo del conductor convirtiendo un simple choque sin consecuencias en un accidente potencialmente mortal.
¿Cómo es una dirección deformable?
El invento que llegó en 1939 para solventar esta problemática se conoce hoy con el nombre de columna de dirección colapsable. Su funcionamiento en realidad no es nada complicado, pero costó muchos años, y sobre todo muchas vidas, que los fabricantes comenzasen a implementar estos sistemas de manera habitual.
En la actualidad, es obligatorio por ley que las columnas de dirección de los coches sean capaces de deformarse en caso de accidente y que no cuenten con una sola estructura que pueda poner en riesgo la integridad del conductor ni de ninguno de sus ocupantes. Para conseguirlo, las piezas que forman la dirección deben reconducir la fuerza del impacto y evitar que el abdomen, pecho o cabeza del conductor termine chocando contra el volante tras una deceleración repentina.
De esta manera, las columnas de dirección tienen que disipar la fuerza cuando esta es superior a la habitual y no transmitirla al conductor. Esto se puede hacer mediante barras telescópicas que se acortan, con barras articuladas con rótulas que se pliegan, o con estructuras deformables que se desplazan longitudinalmente.
Hay muchas patentes de distintos tipos de columnas colapsables y todas son igual de beneficiosas, pero la más habitual es la que consisten en partir una columna rígida en tres piezas con dos puntos articulados en la parte central. Las órdenes que damos en el volante llegan a las ruedas con la misma precisión que si fuera una columna rígida. El movimiento circular se transmite a través del eje articulado pese a que el comienzo de la barra de dirección y el tramo final pueden estar concéntricos, paralelos o descentrados.
Esto también permite otro beneficio, y es situar los elementos de la dirección del vehículo casi donde se quiera mientras que el volante conserva una posición cómoda y ergonómica. La configuración de la dirección en el vano motor no determina cómo debe posicionarse el volante.
Pero la comodidad es algo secundario, lo realmente importante es que desde que se generalizó la utilización de este elemento tan valioso de la seguridad pasiva de los vehículos se han podido salvar un número incalculable de vidas.