De un tiempo a esta parte varios de mis conocidos me han contado una historia similar, que se podría resumir en su interés por comprar un coche pasional ya que “es posible que sea la última oportunidad que tenga”.
Los ingredientes del cóctel son los siguientes: edad entre 20 y 35 años, nivel de ingresos medio, perspectivas laborales razonablemente buenas y sin cargas familiares.
Una parte de la historia no es nueva: si dentro de 5 o 10 años se plantean tener un hijo o que las circunstancias familiares cambien, el biplaza o el coche de 250 cv no será una buena opción. Pero la otra es nueva y cobra fuerza, es posible que la gasolina sea un producto de lujo en pocos años.
Con la primera parte de la argumentación no suelo estar muy de acuerdo: el cambio de cargas familiares puede llegar, pero me parece improbable que si ahora se puede permitir un capricho grande más adelante no se puedan permitir uno mediano.
Pero con la segunda parte, admito que empiezo a estar de acuerdo. O eso, o me está afectando el síndrome que defino, puesto que yo también cumplo el perfil.
Nadie con dos dedos de frente duda de que el paradigma de los combustibles esté cambiando, la duda está en cuánto tardará en cambiar. Los primeros híbridos enchufables de rango extendido llegarán al mercado en 2011, y a partir de ahí la importancia de los combustibles fósiles irá en decadencia.
La pregunta que se hacen mucho es: ¿tendrán los nuevos coches un componente pasional tan grande como los actuales? Yo opino que sí, pero esto no quita que muchos quieran darse el último homenaje y disfrutar de un coche gasolina (o diésel…) como los de toda la vida.
Es difícil saber cuándo será ese último momento, el de ahora o nunca. Y es difícil saber si realmente será una estupidez y lo único que estemos comprando es un coche viejo. Cada uno deberá tomar sus propias decisiones, y si me preguntáis por la mía, admito que todavía no lo tengo nada claro.