Este hombre diseñó la máquina para renovar el carnet de conducir: "Fue un éxito total"
Cuando nos sacamos el carnet de conducir, y también cuando lo renovamos, solemos utilizar una de las máquinas que usan los centros de reconocimiento médico para el test psicotécnico. Uno de esos instrumentos que parecen sacados de otra época y que cuentan con un monitor, un par de botones y otro par de palancas con el que supuestamente demostramos que estamos capacitados para conducir una máquina de dos toneladas.
Llevan ahí años, lustros, décadas. El avance tecnológico no parece tener apenas impacto en estas máquinas que lucen un color blanco roto icónico y vetusto. ¿Quién las puso ahí? ¿Quién las inventó? Ambas preguntan responden al mismo nombre, el de un murciano de Totana que a los 22 años decidió cambiar por completo estos tests psicotécnicos: Fernando Ortiz. Su efecto perdura hasta hoy.
Un novedoso test psicotécnico electrónico que también servía para ver el Mundial '82 por la tele
Año 1982. El Renault 9 arrasa en ventas, Quini vuelve a ser pichichi y el Mundial de España está a punto de empezar. En ese contexto, Fernando Ortiz, estudiante de Ingeniería de Telecomunicación en Madrid que acaba de cumplir 22 años, observa que los equipos usados para los tests psicotécnicos eran electromecánicos. Muy costosos y gigantescos: un solo equipo, con sus poleas y motores, ocupa 50 metros cuadrados y cuesta unos 15 millones de pesetas en aquel momento, equivalentes en 2021 a unos 360.000 euros.
En 1982, la mayoría de fabricantes de esos equipos son franceses. Y la idea de Fernando, avezado en conocimiento tecnológico por su formación, es pasar ese sistema a un ordenador. Comienza a desarrollarlo en un Dragon 32, un ordenador de fabricación española que se ensamblaba en Extremadura. Un microprocesador y una pantalla de vídeo conectada. Nada más.
"En un principio quise hacerlo mecánicamente", recuerda Fernando, que reconoce que aquel primer intento fracasó, "así que acabé desarrollando un sistema totalmente electrónico". Y como en todo comienzo empresarial, tuvo que salvar dificultades: "Yo era el inventor, el socio industrial, y me junté con un socio inversor que creyó en el tema y nos lanzamos a la aventura", para acabar desvelando que creó su empresa "con la ayuda de mi padre".
Que aquel instrumento tuviese una pantalla a color que también servía para ver la televisión fue todo un inesperado reclamo de ventas en vísperas del Mundial de España '82, por si el hecho de que fuese un equipo mucho más pequeño y barato que los habituales no era suficiente. El primer equipo de Fernando costaba entre un millón y un millón y medio de pesetas, de 24.000 a 36.000 euros de hoy.
Con todo, su invento fue teniendo un gran éxito comercial. "Había tal flujo de caja que se podía poner un anuncio en la portada de El País durante todo un fin de semana", rememora Fernando. "Eso costaba un millón de pesetas. Pero si nos servía para vender cuarenta equipos, imagina lo rentable que nos salía". Y asegura: "Desde el principio fue un éxito total".
Las primeras críticas: "Esto sirve para jugar a matar marcianitos, pero no puede ser seguro"
"Como estamos en el país de los que copian lo que pueden", prosigue Fernando, "llegaron a aparecer veintidós casas que copiaron la idea. Con Amstrad, con Spectrum, con Amiga... Una legión de ordenadores de 8 bits que replicaban nuestro planteamiento", detalla, recordando cómo en cada ciudad "había alguien que cogía un ordenador, se hacía un programa y ya está: con eso era suficiente para decir 'ya tengo mi test psicotécnico'".
En esa época donde las comunicaciones iban cuatro marchas por debajo de lo actual, ciertos grupos tardaron en ver este fenómeno, pero lo acabaron viendo. "Se empezó a decir que eso era un escándalo. Que qué broma era eso, que no era seguro, que solo valía para matar marcianitos".
El caso es que acabó interviniendo la DGT, el Colegio de Psicólogos y la propia Administración, que legislaron los requisitos que debían reunir este tipo de instrumentos. Empezaron a pedirse homologaciones y calibraciones del Instituto Nacional de Metrología, así como estudios psicométricos que avalaran la validez de esos tests. "Estaba claro que si cualquiera podía hacerse un programa para evaluar conductores, el sistema no podía ser muy seguro", sentencia Ortiz.
La época de vacío legal (que Fernando llama "todo el mundo campando a sus anchas") duró cinco años. Fue en 1987 cuando se publicó el Real Decreto del Ministerio del Interior sobre la comisión de normalización de equipos. Una comisión formada por miembros del Colegio de Psicólogos de Madrid y de la DGT publicaron las normas para evaluar los instrumentos de medición de aptitud de conductores. "Había que certificar baremos, muestras estadísticas, demostrar que los resultados no eran manipulables ni falseables...".
De las veintidós empresas que llegaron a coexistir en el gremio, únicamente seis quedaron en pie tras el filtro gubernamental. De esas seis, solo tres llegaron al final. Una de ellas, la granadina AMI-Test, tuvo que cerrar muy poco después. Las otras dos eran la de Fernando Ortiz, LNDETER, y la valenciana General ASDE. De ellos dice Fernando que "llegaron después, pero fueron más astutos, mejores comerciales. Vendieron más que nosotros, aunque con el tiempo eso se revirtió porque el nuestro tenía mayor calidad".
Ambos, valencianos y madrileños, fueron los que construyeron los equipos que llevan más de treinta años en funcionamiento. En el caso del inventor original, el modelo LND-100 de la empresa L.N. DETER S.A, familiar para cualquier profesional de la psicología. En el de los valencianos, Driver-Test.
A finales de los años ochenta y principios de los noventa una resolución de pantalla habitual en los ordenadores domésticos y corporativos era todavía inferior a los 640 x 480 píxeles que se popularizaron poco después. La pantalla que usaban los LND-100 era de 3000 x 2000 píxeles. "En esa época, esas pantallas solo las usaban para radares en INDRA", recuerda Fernando.
El origen del extraño nombre de la empresa, LNDETER, es una anécdota de sus inicios, cuando el dinero era muy limitado: en un principio, el nombre iba a ser Indetec (Investigación y desarrollos técnicos), pero cuando fueron a registrarlo vieron que ya lo estaba. El problema era que las tarjetas de visita también estaban ya hechas. Así que vieron que el logo, por su tipografía, también podía entenderse cambiando ciertos caracteres... y así pasó de Indetec a Lndeter.
Equipos sin obsolescencia programada, la base para el gran fracaso comercial
"Nuestro fracaso comercial es que hay equipos que llevan treinta años usándose y siguen funcionando como el primer día", dice Fernando entre risas. "Aquí, de obsolescencia programada, nada". Hoy, su empresa exporta equipos como el LND-100 a Argentina, Chile, Portugal, Colombia, Polonia, Australia...
Su bajo precio y reducido tamaño contribuyó, según Fernando, a que se creara empleo a través de los numerosos centros de reconocimiento médico que se fueron abriendo desde su llegada al mercado.
Hoy, L.N. DETER trabaja con detección emocional y de patologías a través de la voz, así como planeando una posible revisión del test de armas, dado que el actual está "obsoleto", según Fernando. Para ello trabaja con la Universitat de València y con la Universidad de La Laguna, de Tenerife. "Estamos esperando a ver si cambia la ley en Estados Unidos y la NRA pone tests para evitar que las armas caigan en ciertas manos. Sería fantástico".
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