No hay crisis que en los últimos años no haya tocado el bolsillo y el depósito. La crisis sanitaria, la energética y, ahora, la situación con Ucrania elevan las cifras de precios en los monolitos de las gasolineras. Con este panorama, ¿queda margen para el ahorro a base de eficiencia?
La situación no es muy halagüeña. El precio de los carburantes alcanza récords históricos. A mediados del año pasado, además, conocíamos que España era el segundo país europeo donde más se había encarecido la gasolina.
Con el precio de barril de Brent como referencia, en la semana en la que estamos escribiendo este artículo ha alcanzado un máximo de más de 88 dólares. Desde 2014 no se llegaba a esta cota. De igual manera, la situación política actual hace que algunos expertos pronostiquen subidas próximas mayúsculas de más del 75 %.
La eficiencia en los tiempos del cólera
Esperemos que la escalada se desinfle. Lo cierto es que los conductores seguimos sobreviviendo contra viento e IPC. Por fortuna, algunos fabricantes como Toyota llevan años invirtiendo en tecnologías que incrementan la eficiencia.
El precio del combustible enfatiza la utilidad de las motorizaciones híbridas eléctricas de Toyota. El consumo de los híbridos eléctricos nos ayuda, de algún modo, a recibir el golpe de los precios de forma algo más suave.
Estas ventajas tecnológicas se unen a lo que podemos poner de nuestra parte. Y es que, modificando el tipo de conducción podemos lograr cifras de consumo muy meritorias, sobre todo al aprovechar las ventajas de los propulsores híbridos eléctricos.
Sacar partido de los modos de conducción o sistemas como el Start/Stop, junto a la aplicación de una conducción eficiente pueden ahorrarnos bastante en el coste del combustible.
De poco vale una actitud por la eficiencia si se nos pasan estas cosas
Estos métodos más o menos recientes de ahorrar en carburante no tienen sentido si dejamos pasar por alto una serie de detalles básicos que pueden parecer azarosos, pero no lo son.
Resultan incluso independientes del hecho de tener una actitud eficiente y son más que compatibles con hartarnos a kilómetros exprimiendo diferentes tipos de sensaciones. De hecho, constituyen lugares comunes para todo conductor y, en muchas ocasiones, son el germen de una política férrea a bordo. ¿De qué tipo de chorradas no tan chorradas hablamos?
1. Conducir con las ventanillas bajadas... a ciertas velocidades
Invita a la melancolía, pero bajar las ventanillas es una costumbre que cotiza a la baja. Dada la versatilidad de los climatizadores actuales (que trataremos a continuación), las posibilidades del control térmico a través de la ventanilla se reducen, aunque no desaparecen.
¿Por qué en términos de consumo se recomienda no bajar las ventanillas? Por la resistencia aerodinámica que pueden provocar. Esta viene alentada por la turbulencia añadida que se genera en el interior del vehículo al viajar con ellas abiertas.
Depende de la velocidad. A un ritmo constante en torno a los 70 km/h, la apertura de ventanillas no penaliza en exceso. De hecho, existen innumerables estudios y opiniones sobre la velocidad ideal. Lo que coincide en todos es que a altas velocidades de autovía la eficiencia se ve lastrada, como también la propia seguridad de la conducción.
2. Realizar un uso adecuado del climatizador
Inseparable de la anterior cuestión. ¿Cuándo optar por bajar las ventanillas y cuándo por el climatizador y/o activar el aire acondicionado? ¿Cuánto puede llegar a consumir?
Los sistemas de aire acondicionado y climatizadores han evolucionado sobremanera. Esto ha provocado que las últimas generaciones que integran los vehículos sean más eficientes.
Eso sí, la premisa de su funcionamiento persiste. Para calentar o enfriar un habitáculo requieren de energía externa. En su origen, supone un gasto de energía eléctrica que repercute en combustible.
Un uso arbitrario del climatizador o del aire acondicionado penaliza el consumo. Una de las recomendaciones más extendidas para la época estival es evitar forzar el climatizador si podemos rebajar la temperatura bajando las ventanillas, si es que no superamos las velocidades antes mencionadas.
En esencia, el elemento que responde con más peso de un mayor consumo es el compresor. La energía que lo mueve proviene del propio giro del propulsor. En función de lo que le exijamos, el consumo puede elevarse entre un 5 % y un 20 %.
Si estamos conduciendo un modelo eficiente que en condiciones reales consume 5 l/100 km, la cifra podría dispararse hasta los 6 l/100 km de forma transitoria si insistimos mucho. Por ejemplo, si nos vamos al extremo de mantener el habitáculo a 18 ºC durante una ola de calor.
En invierno, los climatizadores de los modelos térmicos e híbridos eléctricos (no los 100 % eléctricos) parten con la ventaja de aprovechar la energía térmica que desprende el bloque. De ahí que sea prudente y eficiente activar el climatizador a cierta temperatura, pero con el aire acondicionado desactivado. Por supuesto, todo tiene un límite.
En cualquier caso, la versatilidad de los climatizadores actuales les permite un funcionamiento más inteligente gracias a prestaciones como la distribución del trabajo térmico por zonas.
3. Ajustar la presión de los neumáticos
La naturaleza de los cuatro puntos de unión que mantiene un coche con el suelo afecta a su rendimiento. Junto la elección del neumático, constatar que llevamos la presión adecuada nos puede ahorrar unos cuantos euros en combustible.
La presión que se ha de insuflar no es otra que la especificada por el fabricante. En condiciones muy gélidas o de carga extrema, se puede elevar un par de décimas los bares de presión.
La penalización en el consumo llega al descuidar la comprobación e inflado periódico. Por cada 0,5 bares menos de lo indicado, el consumo aumenta entre un 2 % en vía urbana y un 4 % en interurbana.
En la misma línea, incrementar la presión por encima de lo recomendado reduce mínimamente el consumo, pero limita la banda de rodadura y, en general, la seguridad al volante. El precio más elevado que se paga en ambos casos se cobra en seguridad.
4. El ralentí en su justa medida
La energía mínima para mantener el motor encendido penaliza. Es obvio. El verdadero lastre se produce cuando el ralentí se extiende en el tiempo más de lo deseado. Es decir, cuando tenemos el vehículo encendido y sin moverse. A efecto prácticos, no son necesarios más de 20 segundos para que el circuito de lubricación distribuya el aceite.
El consumo al ralentí va en función de la cilindrada: 0,6 litros/hora por cada litro. Se trata de cifras que no deben menospreciarse y que tienden a subir si demandamos más energía para, por ejemplo, activar el aire acondicionado.
De hecho, una de las funciones de la tecnología Start/Stop aprovecha esos lapsos de inactividad para ahorrar combustible. La utilidad de los sistemas de encendido y apagado se demuestra en situaciones de tránsito urbano en los que las paradas tienden a dilatarse más.
5. No convertir el coche en un trastero
La masa del vehículo y de su carga incide de forma directa en la eficiencia. Se trata de otro factor que eleva el consumo, sobre todo a largo plazo.
Hablamos de abusar de la carga de objetos que en su día franquearon el umbral del portón y que, desde entonces, pasaron a formar parte del ecosistema del vehículo. Herramientas, paraguas, juguetes, prendas voluminosas, un patinete o accesorios varios apenas suman masa considerándolos de forma individual.
Sin embargo, apilados en el maletero durante muchos viajes terminan por repercutir en el consumo. En el caso de que los objetos se hayan afincado en el habitáculo, suponen un riesgo añadido para la seguridad vial. Pueden salir despedidos en caso de colisión y causar lesiones graves.
Pequeños detalles, grandes resultados
Como decimos, son "pequeños detalles" que, en algunos casos, tienden a descuidarse. Como es lógico, su incidencia en el consumo no se puede comparar con las virtudes de la tecnología.
Ahora bien, no está de más, tanto si buscamos ahorrar en consumos como si no, tenerlos en cuenta como si fueran hábitos saludables para con nuestro coche.
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