Después de la invasión del ejercito popular chino del Tibet, los dirigentes del gigante asiático pusieron sus ojos en los recursos naturales del territorio conquistado, a la espera de encontrar grandes yacimientos, pero en 1960, los geólogos enviados por el gobierno comunista, apenas encontraron nada, aparte de unos grandes lagos salados.
Estos lagos estaban repletos de litio, un mineral que durante gran parte del siglo XX apenas ha contado con valor y que China obtenía en su mayor parte de un único yacimiento. Pero con los nuevos tiempos, la demanda de litio no ha hecho más que aumentar, y con ella las miradas de la industria china se ha vuelto de nuevo a estos aparentemente inertes páramos.
Pero lo que podría ser una bendición para el Tíbet, puede convertirse en un desastre ecológico motivado por las cada vez mayores necesidades de este material en el mundo civilizado, tanto para uso en sectores como el tecnológico, como en los últimos años, la automoción, que en los próximos años disparará sus necesidades.
Entre las cualidades que hacen del litio del Tíbet muy apetecible para la industria, es su gran concentración, 660 partes por millón, una cifra comparable al que actualmente es uno de los mayores productores del mundo situado en el desierto del Atacama, en los Andes chilenos.
Actualmente, China es el tercer productor de litio del mundo, después de Chile y Australia, y obtiene el 90% de su producción de los lagos situados en la provincia de Qinghai, con una capacidad de extraer 6.000 toneladas al año, una cifra que alcanzará las 30.000 toneladas para el 2017.
Pero además de litio, otros elementos, como el amianto, plomo, zinc y el petróleo, forman una negra nube sobre el futuro de una región que durante milenios ha estado a salvo de la mano de la industria humana, una industria que ahora amenaza con la destrucción de un medio extremadamente frágil.
Vía | Chinadialogue
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