Inmersos como estamos en un gran clima de indignación a todos los niveles habidos y por haber (y si no me crees, dale tiempo al tiempo), sumidos en este mar de incertidumbres en el que se han transformado nuestras respectivas vidas (con lo felices que nos las prometíamos tú y yo, ¿verdad?), desesperanzados hasta cierto punto, el coche es hoy más que nunca un catalizador de frustraciones.
En internet hablas y te llueven las pedradas, como si lleváramos todos un bidón de gasolina dentro y esperásemos una bendita chispa que nos haga reventar. Y en la carretera, donde los diálogos van escasos de vocabulario – apenas unos pitidos, unas ráfagas, unos gestos – los comunicantes usan el vehículo como medio, haciendo de cada movimiento del coche un encendido discurso.
Y como hay algo malo que flota en el aire, el peligro es flagrante. Te preguntarás por mi motivación para hablar hoy de cómo la primavera la sangre del conductor altera, y por si no es bastante evidente (con la que está cayendo), te diré (además) que el sábado, en una sola tarde, estuve a punto de sufrir cinco percances, tres de ellos graves, promovidos por otros tantos compañeros de viaje.
De los dos primeros, poco voy a contar. La gente no entiende lo que significa ocupar un solo carril y ante la tesitura de tener que adaptar la velocidad, la masa del vehículo o el radio de la curva, optan por este último factor en vez de arrojar a la suegra en marcha. Total, que al rediseñar el trazado de la vía me encuentran a mí circulando por su derecha. Pues vale. “De río a río todo lo que veo es mío”.
Nada, por el arcén ya se va bien. Yo para ser feliz quiero un tractor.
Los otros dos riesgos, leves, tienen que ver con semáforos en rojo que la gente se salta porque ellos lo valen. No te mareo con eso porque al fin y al cabo que un conductor hoy en día se salte un semáforo sin que nadie lo ponga en su sitio (al conductor, no al semáforo, que bien puesto está) ha quedado como un hecho tan habitual y tan banal que ni para poner negritas me sirve la anécdota.
Vamos a por la quinta ocasión en que tuve una oportunidad para acabar mal el día, y que es ya terreno abonado para los psiquiatras. Yo no lo soy, así que te lo cuento a ti, por si acaso has acabado ya la carrera y quieres una inagotable fuente de ingresos. Pongamos que el protagonista, tu futuro cliente, debía de andar algo estresado y tuvo a bien deleitar a la masa con varias humoradas en una autopista que estaba en obras, con el asfalto mojado y con tráfico saturado. Ideal la situación, vamos.
Mientras yo adelantaba por el carril central a un coche que iba más lento por el carril derecho, aquel ser intentó estamparme por alcance primero, y luego me pegó un adelantamiento milimétrico que me permitió contarle las escamas de caspa de sus hombros. Al momento se cambió de sopetón al carril izquierdo para darle un susto al que venía detrás, metió un frenazo allí en medio y se puso a la altura de mi coche para empezar a empujarme hacia la derecha, contra un camión que circulaba por ahí.
Lo dicho: de psiquiatra. Solucioné el tema quitando velocidad, refugiándome tras el camión y arrimándome todo lo que pude al arcén porque si no el tipo que había faltado a su cita con el especialista para que le cambiara la medicación me habría matado, literalmente. Al parar el coche y pensar en lo ocurrido, puse el conocimiento que tengo sobre el Reglamento General de la Circulación sobre la mesa y entendí que mi comportamiento fue correcto en todo momento, ajustado a ley y a sentido común.
Y no, no le pillé la matrícula. Bastante tenía con salvar el pellejo. ¿Cuál sería la motivación de aquel pedazo de carne que está en posesión de una licencia para matar? Mirado con perspectiva, me doy cuenta de que aquella autopista, la C-58, es una de las pocas que no tienen peaje en los accesos de Barcelona. A ver si el happening de aquel tipo formaba parte de una estrategia de las concesionarias para contrarrestar el efecto de los del #novullpagar y forzarme a elegir una ruta más segura…
No existen indicios de que haya habido estrategias por parte de las concesionarias para forzarme a elegir una ruta de pago usando sicarios del volante. Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia.
¿Conducimos tal y como somos?
A veces la carretera parece un todos contra todos. En su momento, hace ya muchos años, se cantaban las alabanzas al vehículo privado con frases como: “el coche democratiza”, “el coche equipara”, “el coche da la oportunidad de estar todos a una misma altura”. Ciertamente es así, pero no menos cierto es que puesto en según qué manos el coche pasa de ser una herramienta a convertirse en un arma.
Lo cual nos lleva de nuevo al psiquiatra. ¿Conducimos como somos o es posible un cambio de actitud? El debate lleva muchos años abierto. Por ejemplo, en España tenemos a un eminente catedrático de Seguridad Vial que es Luis Montoro y que dice que conducimos tal y como somos, que llevamos al coche nuestras frustraciones y que la liamos parda a la que tenemos ocasión. Bueno, no dice eso exactamente, pero por ahí van los tiros:
La velocidad y la prisa con que funcionan las sociedades actuales habitualmente (y cada uno como miembros de ellas), contradicen todos los llamados a la prudencia y la responsabilidad en la vía pública. Del mismo modo, la sobrevaloración de una supuesta “libertad individual” contradice el necesario autocontrol y regulación personal para evitar agredir a los demás.
Luego hay otro catedrático del ramo que es Josep Montané, y este sostiene que el cambio de actitudes es posible, lo que pasa es que hay que trabajarlo a fondo. Otro día si quieres te cuento cómo se lleva a cabo el cambio de actitudes según este buen hombre, que la cosa es interesante. El caso es que tenemos abierto el debate para que me cuentes lo que quieras (si quieres) sobre esto.
Y como siempre que promuevo el debate en torno a una idea, imagino que luego tú te irás por los cerros de Úbeda, que bien bonitos son también. Ya es eso. Mientras no nos hagamos daño y mientras hablemos de seguridad vial, ya sabes que tenemos un amplio terreno por recorrer. Y mientras hablamos y dialogamos sobre la fauna en ruta que nos rodea… en fin, como diría el Sargento Phil Esterhaus… “tengan cuidado ahí fuera”.