Estamos hartos de escuchar que la conducción y la realización de otras tareas simultáneamente no es compatible. Sin embargo, se ha convertido en una conducta tan habitual, que la DGT lanzará en 2017 una campaña de sensibilización sobre distracciones, haciendo hincapié en conductas interferentes como es el uso del móvil.
Cuando hablamos por teléfono al volante, la tarea de conducir pasa a nuestra parte inconsciente, mientras que mantener la conversación pasa a la parte consciente. Diversos estudios han demostrado que hablar con el manos libres es igual de peligroso que hacerlo con el móvil en la mano: es mejor hablar con el copiloto.
El manos libres tampoco es la solución
Cientos de estudios de investigación han demostrado, a medida que ha ido creciendo nuestra dependencia tecnológica, lo peligroso que es hablar por teléfono mientras se conduce. Algunas de estas investigaciones han determinado que 50 minutos de conversaciones al mes aumenta por cinco las probabilidades de sufrir un accidente. Pero ojo, el manos libres no es, ni de lejos, la solución.
El proceso cognitivo que necesita el cerebro humano para conducir se ve drásticamente alterado cuando tenemos que atender a un intercambio de palabras. Esto implica escuchar activamente al interlocutor, procesar la información y emitir una respuesta acorde a la información recibida. Y además, circular por una vía con limitaciones de velocidad, curvas, otros vehículos y puede que peatones. ¿Difícil eh?
Cuando hablar con el copiloto es lo más seguro
Recapitulando, sabemos que mantener una conversación a través del manos libres no es más seguro que hacerlo con el móvil en la mano, en términos de concentración (en términos de maniobrabilidad sí). Pero, ¿qué ocurre si la conversación la mantenemos con otra persona que está en el vehículo? La respuesta más obvia puede parecer que en ambas situaciones, tanto si el interlocutor está como si no, es igualmente peligroso. Pero no.
Algunos estudios han demostrado que el hecho de que la otra persona con la que hablas comparta el mismo espacio visual, puede darte la libertad de detener la conversación durante unos segundos cuando tu atención en la carretera lo requiera.
Imagina que te dispones a incorporarte a una autopista cuyo carril de aceleración es muy corto; necesitarás estar concentrado para efectuar la maniobra sin poner en peligro a nadie, ni a ti mismo. En ese momento, puedes parar la conversación hasta que termines la incorporación. La otra persona no preguntará si se ha perdido la conexión o reclamará una respuesta inmediata (es algo así como cuando bajas la radio para "ver" mejor).
El interlocutor remoto, en cambio, no tiene acceso a ese espacio visual, por lo que en los momentos en los que requiera una mayor demanda de respuesta y no la encuentre, seguirá hablando para llenar el hueco, y tú tendrás que explicarle lo que ocurre, perdiendo parte de la conciencia plena que necesitas.
¿Cómo he llegado hasta aquí?
Lo que ocurre cuando priorizamos una conversación sobre la conducción se puede representar como la luna delantera de un coche a la que han tapado los laterales. Solo verás una parte del campo visual. Puedes pensar, "esto a mí no me pasa, conozco el trayecto de casa al trabajo de memoria". En este aspecto, es cierto que la automatización de movimientos y en cierto modo ese "piloto automático" que encendemos ante cansancio o aburrimiento no es del todo malo.
Si no adquiriéramos ciertos hábitos, como que para meter una marcha hay que embragar (las primeras veces tienes que pensarlo, el resto se automatiza), no podríamos hacer nada más y acabaríamos exhaustos. Pero la conducción subconsciente es otro nivel, y resulta extremadamente peligrosa.
Cuando estamos aburridos o hemos entrado en rutina, tendemos a bajar la guardia y entrar en modo automático, lo que puede provocar que se deje de percibir la mitad de las señales de tráfico. Precisamente en este modo conducción subconsciente se centró Audi en 2014 con su experimento "Attitudes", en el que monitorizó a varios conductores. Se demostró que el campo visual aumentaba y se dispersaba, la visión era menos organizada e hicieron menos caso de los mecanismos de control, como el velocímetro.
Por todo ello, no sobrevaloremos nuestras capacidades al volante. No somos tan buenos como pensamos.
Vía | The conversation
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