En este artículo vamos a mezclar la realidad con la ficción. Estamos probando actualmente el Nissan Leaf, un coche totalmente eléctrico, en las mismas condiciones que haría un particular. No tenemos poste dedicado de recarga, ni tarjetas especiales para recargar fuera. Igualdad de condiciones.
Este Leaf es de prensa, pero imaginemos que me pertenece. Lo utilizo todos los días para ir a trabajar, hace 100 kilómetros diarios, y tengo la oportunidad de recargarlo en el aparcamiento que frecuento para ir mi empresa, en Madrid capital. En el domicilio también tengo forma de cargar el coche, sin problemas en ese aspecto.
Sin embargo, durante 24 horas, he cogido el coche en fin de semana, apartándolo de su recorrido habitual, programando una ruta que bordea por los pelos la autonomía que da el coche recién cargado. Todo lo que se aparte de un recorrido habitual supone un reto, ha resultado ser MUY emocionante. Seguid leyendo:
Punto de partida: Villaviciosa de Odón
El día comienza en esta población al suroeste de la capital (punto A), con las baterías cargadas a tope y una autonomía prevista de 130 kilómetros. Hace frío, el rendimiento de las baterías no es óptimo, ya que están refrigeradas por aire. La temperatura ambiental ronda los 8 grados. Pongo rumbo a Leganés (punto B), a 17 kilómetros.
Entro en la autovía de circunvalación M-50 y conduzco a velocidad legal, 120 como mucho, y veo la autonomía bajar. Si vamos constantemente a ese ritmo, las baterías duran poco más de una hora o una hora, la previsión de autonomía sigue siendo realista. Si tenemos 24 kWh de capacidad y gastamos 20 kWh/100 km, las cuentas salen rápido. Si esto te suena a chino, mira esta clase de e-matemáticas.
Tan pronto entro en zona urbana de nuevo, la autonomía vuelve a subir. Al tener la oportunidad de regenerar energía a menudo, el consumo medio baja bastante. Mi plan consistía en comer allí, hacer unas compras en Getafe (punto C), ir a Madrid centro (punto D), al aeropuerto (punto E) y a la Sierra después (punto F). Para que no se diga que no le echo e-huevos. Son 118 km.
Consulto el navegador y miro los puntos de recarga de la zona, hay uno en el Corte Inglés del Bercial (Getafe), pero no considero necesario recargar. A todo esto, voy circulando como haría el conductor habitual de coches eléctricos, utilizando la energía de forma racional, alguna aceleración fuerte, pero a ritmos acompasados al tráfico y modo ECO.
En un momento dado tengo algo de frio en los pies y pongo el climatizador. Al no haber un motor de combustión generando calor constantemente, el coche no se calienta solo, y hay que consumir energía para ello que sale de las baterías. Usar el climatizador acorta la autonomía, pero el medidor me dice exactamente cuánta pierdo.
En Getafe ya he hecho 27,9 kilómetros y tengo autonomía para otros 119, ya que en ciudad me ha bajado el consumo. “De sobra” — pensé. De ahí tiro a Madrid centro, en los alrededores del Retiro. Localizo un punto de recarga en la calle Goya, 45. “Genial, lo aparco ahí y gano unos kilometrillos”. Encima, según Carwings, es gratuito.
Conduciendo el Nissan Leaf por Madrid
El tráfico de Madrid está hecho para un coche como este, donde es necesaria aceleración muy rápida para lidiar con los toreos que te hacen los taxistas, autobuses y encolerizados conductores mesetarios. Aunque circulemos en el modo ECO-nómico, pisotón a fondo y ganamos el reprís de un GTI en menos de un pestañeo.
Llego a la altura de Goya, 45 y veo un aparcamiento público, ni rastro del punto de recarga. Mi novia se baja del coche y pregunta al vigilante jurado mientras espero subido a la acera (se castiga con la horca en la Villa). Vuelve con las manos vacías: “Dice que no tiene ni idea” — espetó. Total, que lo aparco en la calle, en zona azul.
Es sábado y no hay que pagar, pero al ser eléctrico, tampoco necesitaría pagar, está exento. Me cito en el Retiro con mi hermana pequeña y nos vamos los tres de paseo por la capital. En estas fechas, merece la pena visitar sus calles, llenas de luz, y ya que se paga vía impuestos, al menos lo disfrutamos, ¿no?
A la altura de Goya, 34, me todo con un punto de recarga en plena calle. Hay dos plazas reservadas para coches eléctricos, casualmente en la puerta de Endesa. Está permitido aparcar durante tres horas, y el poste tiene dos enchufes… pero inaccesibles por una trampilla.
“Rayos, he olvidado mi tarjeta de abonado, no puedo recargar aquí aunque traiga el coche” — recordé. Sin enchufe, no hay recarga. De todas formas, no es una toma de recarga rápida sino convencional. Habría podido ganar quizás unos 30 kilómetros de autonomía y mantener el coche con el climatizador puesto y dejarlo calentito.
Una de las plazas la ocupa un obsoleto coche con motor convencional con los intermitentes puestos, pero bueno, Madrid es así. Vuelvo al coche al cabo de un par de horas, el avión en el que viene mi madre se ha adelantado, y hay que dirigirse a la T1. Meto el destino en el navegador, me saca por Ventas y paso por la M-30, la A-2 y la M-11.
Las condiciones se tornan en nuestra contra
Me planto en la T1 a las 22:03, en Salidas, y recojo a mi madre. En total, viajo con tres mujeres, ya somos cuatro. Con peso es más emocionante. La temperatura es de unos 5-8 grados, más frío, más degradación de prestaciones para las baterías, que no van “en su salsa”. Tengo autonomía para casi 100 kilómetros, 62 para destino.
De momento no pongo la climatización, se avecinan cuestas arriba y no tengo controlado el consumo, así que prefiero tener un margen a mi favor. Quedarnos tirados, a esas horas, con ese frío, y sin poder repostar, no es una opción. Entramos en la M-40 y la autonomía se empieza a desplomar. Baja a 70-80 y comienzo a pasarlo muy mal.
Activo el limitador de velocidad a 80 km/h y me esfuerzo al máximo en la conducción eficiente, conviene no arriesgar. El navegador me recomienda subir por la A-6, pero prefiero ir por la M-607, más secundaria, más población, más favorable. Resulta tener 5 kilómetros menos de recorrido, menos mal.
Según voy subiendo la M-607, el navegador canta: “¿Desea recomendaciones de recarga?”. Las ignoro. La autonomía sigue bajando y llega a igualar a la distancia a destino, y me dice “Es posible que no llegue a su destino”. Mentalmente maldigo la voz femenina que me habla, y sigo ajeno a la conversación de mis pasajeras.
Mi madre ignora la situación, pero mi novia y mi hermana saben que corremos un riesgo. Empezamos a tener algo de frío, pero poner el climatizador no parece una buena idea. Cada cuesta arriba amenaza mi salud cardiaca, baja la autonomía, y por debajo de 70 km/h me niego a ir. ¡Menos mal que había muy poco tráfico!
En determinado punto, la autonomía parece ser insuficiente para llegar, pero yo sigo erre que erre, que llego. Al final, tengo que confesar la situación, existe el riesgo de no llegar, pero mi pasaje se muestra comprensivo conmigo. No es la primera vez que apuro, pero claro, he apurado siempre con depósitos de derivados petrolíferos.
Confío en mis posibilidades, siempre que he subido coches de prensa a la Sierra, he consumido menos por esa ruta, y no tengo tantas posibilidades de que un conductor con prisa me “aperciba” por circular a ex-velocidad de novel. El limitador está a 80 km/h, no los supero para nada. Intento conducir con zen, porque como me agobie lo llevo claro.
Los peores momentos los vivo antes de llegar a Colmenar Viejo, donde están las pendientes más fuertes. Mientras tanto, en la parte superior del tablero se me van dibujando árboles. Un árbol indica una buena eficiencia, pero ya llevo dos y medio. La esperanza empieza a aparecer, las posibilidades de llegar aumentan.
La autovía se acaba, la M-607 se convierte en vía convencional a 100 km/h pasado Colmenar. El frío empieza a ser un problema, y los cristales comienzan a empañarse. Si uso el desempañador, puede que no llegue, así que solo lo uso cuesta abajo, cuando la gravedad aporta energía para usarlo y aún recargo algo, sin consumir. Bajar las ventanillas alivia un poco la situación durante segundos.
En Motorpasión | Nissan Leaf, 24 horas de electrizante miniprueba (parte 2)