
“Éstos son mis principios, y si no le gustan, tengo otros”. La famosa frase, a menudo erróneamente atribuida a Groucho Marx, bien podría ser el lema de Elon Musk. Es el hombre más rico del planeta, pero recorta la ayuda a los más pobres de entre los pobres, cancelando los programas de USAID, la agencia de desarrollo estadounidense. Vende sus coches eléctricos como la solución al cambio climático, pero se junta con los negacionistas del cambio climático más obtusos. Se proclama defensor de la libertad de expresión, pero retuerce los algoritmos de su red social X para promover una ideología tóxica. Fustiga la financiación pública, pero se agarra a todas las subvenciones posibles.
Esas subvenciones públicas que salvaron a sus empresas, son sus favoritas y las que aboga ahora por eliminar. En veinte años ha recibido más de 38.000 millones de dólares (36.200 millones de euros) en ayudas, financiación y contratos públicos para Tesla (casi 15.700 millones) y SpaceX (unos 22.600 millones). Esta es la cifra a la que ha llegado el Washingon Post en una larga investigación publicada recientemente.
El estado federal salvó a Tesla
Los dos tercios de esos 38.000 millones de dólares se han prometido en los últimos cinco años. Sólo en 2024, los gobiernos federal y locales se han comprometido a gastar al menos 6.300 millones de dólares en las empresas del magnate, todo un récord, según el diario estadounidense. Aunque la mayoría de esas sumas han sido aprobadas recientemente, Elon Musk y sus empresas llevan años mamando del Estado.
Los primeros pagos se remontan a hace más de 20 años. Poco después de convertirse en CEO y comprar su puesto de fundador de una Tesla al borde de la quiebra, Musk peleó día y noche, literalmente, para conseguir un préstamo a bajo tipo de interés del Departamento de Energía. Y cuando le faltaba una certificación de la EPA, la agencia de protección del medio ambiente, para obtener ese préstamo no dudó en machacar a llamadas y emails todos los días a la entonces directora de la EPA, Linda Perez Jackson, para conseguir el documento que le faltaba.
Es decir, sí Elon Musk ha peleado y supo levantar un imperio, pero pudo hacerlo porque recibió una ingente financiación por parte del estado federal. Elon Musk consiguió finalmente el préstamo del Departamento de Energía, 465 millones de dólares que llegaron en 2010. Ayudaron a impulsar el meteórico ascenso de Tesla. Con ese dinero, la empresa desarrolló el Tesla Model S, y compró la antigua fábrica de GM y Toyota en Fremont, California, para la fabricación de ese modelo.
“Tesla no habría sobrevivido sin el préstamo”, dijo un ex empleado de alto nivel de Tesla familiarizado con las finanzas de la compañía, que habló bajo condición de anonimato por temor a represalias.
Musk pagó el préstamo a bajo interés de 2010 en cuestión de años. En un comunicado de prensa de 2013 en el que anunciaba que lo había hecho daba las gracias al Departamento de Energía y al Congreso y sobre todo “al contribuyente estadounidense de quien procedían estos fondos”.
Desde 2014, un tercio de los 35.000 millones de dólares de beneficios de Tesla proceden de la venta de créditos de carbono federales y estatales a otros fabricantes de automóviles. En Estados Unidos como en Europa, el gobierno impone cuotas y límites de emisiones de CO₂ a los fabricantes de automóviles. Las marcas que no consiguen cumplir con los límites de CO₂ tienen que comprar ese “derecho a superar el límite” a los fabricantes que sí han logrado cumplirlo. Estos suelen ser los que más coches eléctricos venden.
Los créditos carbono permitieron a Tesla ser rentable en 2020. Sin ellos, la empresa habría perdido 700 millones de dólares, marcando su séptimo año consecutivo sin beneficios. Actualmente, la venta de estos créditos son una parte nada desdeñable del negocio de Tesla. Sin esos créditos, en 2023 no habría alcanzado su récord de ingresos netos de 15.000 millones de dólares. Solo en 2023 ganó casi 1.800 millones de euros con la venta de créditos de emisiones.
Las ayudas que recibió Tesla no son sólo federales. Los estados y municipios también aportaron su ayuda a Elon Musk. Desde 2007, han concedido a las empresas de Musk al menos 1.500 millones de dólares en descuentos fiscales, subvenciones y manga ancha con reembolsos.
El estado de Nevada y los ayuntamientos de la zona, por ejemplo, concedieron un paquete de incentivos de 1.300 millones de dólares a Tesla y Panasonic para levantar la primera Gigafactoría de la marca, que fabrica las baterías de los Tesla.
Por supuesto, Tesla también se ha beneficiado de las ayudas a la compra de un coche eléctrico en Estados Unidos, con una deducción de hasta 7.500 dólares en su declaración de la renta para los compradores. Esto ayudó a que los coches de Tesla fueran más asequibles para clientes que de otro modo no los habrían comprado.
Toda esta ayuda ha permitido a Tesla innovar y ser líder en la venta de coches eléctricos, consiguiendo que por primera vez en la historia el coche más vendido del mundo fuese un eléctrico, el Tesla Model Y en 2023. Sus modelos son la referencia para el resto de marcas, tiene actualmente una posición ultra dominante en el mercado, salvo en China, y una altísima capitalización bursátil sin verdadera relación con las ventas de coches.
El hecho de que Elon Musk abogue ahora por eliminar todas las ayudas posibles, mientras quería vender las Tesla Cybertruck como coche blindado al Gobierno federal, tiene lógica. Tesla supo aprovechar casi todas las ayudas que recibió, ha crecido y se ha impuesto. En un sector nuevo, incipiente y con mucha competencia, las ayudas estatales son las que pueden salvar a una compañía. Tesla lo ha hecho bien y ahora, Musk quiere ahogar al resto de marcas y posibles rivales.
La NASA y el Departamento de Defensa son ahora prisonieros de SpaceX
La financiación pública fue clave en los inicios de Tesla, pero también de Space X. La NASA y el Departamento de Defensa apoyaron a SpaceX en sus primeros años con contratos que le ayudaron a construir las infraestructuras que necesitaba, mientras toleraban que no cumpliera a tiempo con los hitos exigidos.
Fundada en 2002 con 100 millones de dólares de la fortuna personal de Elon Musk, la empresa presentó demandas y presionó enérgicamente para acceder a programas espaciales financiados por el gobierno y acaparados por los gigantes aeroespaciales Lockheed Martin y Boeing.
Así, SpaceX recibió 278 millones de dólares de la NASA en 2006, a pesar de que aún no había puesto nada en órbita. Tras su primer éxito en 2008, la agencia estadounidense le concedió 1.600 millones de dólares.
“Estoy increíblemente en deuda con la NASA por apoyar a SpaceX cuando mis cohetes se estrellaron. Soy [su] mayor fan”, proclamaba Elon Musk en 2016 en el Congreso Internacional de Astronáutica celebrado en México. Desde 2003, la NASA ha inyectado un total de 14.900 millones de dólares en las empresas de Musk.
El presidente de SpaceX, Gwynne Shotwell, admitió en una entrevista en 2013 que la empresa “probablemente estaría tambaleando” sin el apoyo de la agencia estadounidense. De hecho, este apoyo fue decisivo para el desarrollo de Starlink, su servicio de Internet por satélite, que habría recaudado 9.300 millones de dólares en 2024.
Starlink está a punto de conseguir un nuevo y enorme contrato con la Administración Federal de Aviación (FAA). La FAA podría cancelar en breve un contrato de 2.400 millones de dólares para actualizar un sistema de comunicaciones que sirve de columna vertebral al sistema de control del tráfico aéreo del país. La operadora Verizon tiene el contrato, pero está punto de ser adjudicado a Starlink.
No solamente sería poner en manos de Elon Musk un sistema estratégico, uno más, sino que además supondría la prueba de fuego de las protecciones contra los conflictos de intereses en los proyectos gubernamentales, ya que Elon Musk está intentando recortar la financiación de casi todos los departamentos del gobierno federal.
Por otra parte, los numerosos lanzamientos de SpaceX con carga clasificada (satélites militares y espías) hacen difícil estimar con precisión el valor de sus contratos con el Departamento de Defensa y calcular lo importante que son para los ingresos globales de la empresa, dijo Todd Harrison, analista del American Enterprise Institute.
Oficialmente, el Pentágono ya ha pagado más de 7.600 millones de dólares a SpaceX, pero el coste de los lanzamientos clasificados también es un secreto. Y esta es sin duda la parte más importante del negocio de SpaceX.
La relación entre el Pentágono y Elon Musk se remonta a 2003, cuando la rama de investigación especializada del Pentágono, conocida como DARPA, empezó a pagar a SpaceX en 2003 por sus primeros trabajos conceptuales.
Más tarde, la agencia aceptó pagar por el lanzamiento inaugural del primer cohete de la empresa, el Falcon 1, que fracasó en marzo de 2006 cuando sus motores dejaron de funcionar menos de un minuto después de despegar. Pero el Pentágono se comprometió a financiar más intentos de lanzamiento.
A pesar de unos inicios difíciles, hay que reconocer que SpaceX da resultados. Sus cohetes cuestan mucho menos que los de competidores como Boeing o incluso que los de la propia NASA.
Ahora que Elon Musk está arriba del todo, con el Departamento de Defensa y la NASA prácticamente prisioneros de SpaceX para sus lanzamientos, se puede permitir abogar por eliminar las ayudas a cualquier empresa, poniéndoselo más difícil a cualquiera que quiera seguir sus pasos, empezando por Jeff Bezos, dueño de Amazon, del Washington Post y de Blue Origin.
“El verdadero superpoder de Elon es conseguir dinero del Gobierno”, decía Jeff Bezos en una reunión de la empresa en 2016. “A partir de ahora, iremos a por todo lo que SpaceX licite”. Desde entonces, Elon Musk se ha vuelto aún más potente y dominante, y con él Space X.
Fotos | Tesla, Space X y Motorpasión