Una historia de amor odio: ¿Por qué nos siguen gustando los coches a pesar de todo?
Vivimos en la era de la información, de lo intangible. Tenemos acceso a tanta información en los medios que podemos saber qué movimientos estratégicos está haciendo el CEO de un grupo industrial antes que sus propios empleados. La industria no cesa de prometernos la conducción autónoma como el Santo Grial, todo ello acompañado del advenimiento del coche eléctrico. Vamos, que seguimos las teorías de Bob Lutz, es el fin del mundo. Tampoco podemos olvidarnos de que las ciudades se están progresivamente cerrando al tráfico. Y cuando se habla de un coche, parece que solo interese su conectividad y las apps con las que es compatible...
Viendo todo eso, me pregunto si no hemos pérdido el norte. ¿Realmente nos siguen gustando los coches?
La economía de lo intangible
Vivimos la era de la comunicación. El Siglo XX fue la era de la movilidad, se inventaron el automóvil y el avión-, mientras que desde el año 2000, más o menos, vivimos claramente la era de la información. De manera general, entramos en una suerte de nueva revolución industrial donde domina la economía de la información, de lo intangible. Del día a la mañana puedes hacer fortuna, o perder mucho dinero, creando una app para conectar los fans de cocido madrileño que viven en otras comunidades. O simplemente creando una app de anuncios de objetos de segunda mano en la que no necesitas introducir tu área de busca porque usa la geolocalización. ¿Es una idea sencilla? Sí, pero había que tenerla. Y ni tú ni yo la tuvimos. Es una era de grandes oportunidades, ciertamente, pero también en la que paradójicamente nos desconectamos del resto del mundo, cuando todo está hecho para que conectemos. Hoy en día, parece que lo intangible domina. Y aún así, nos siguen gustando los coches y se siguen fabricando.
El mejor ejemplo nos lo da una aplicación/plataforma creada inicialmente para ligar, Facebook. La compañía de Mark Zuckerberg ha realizado un beneficio de 5.944 millones en los tres primeros trimestres de 2016. Apple, por otra parte, gana casi 400.000 dólares cada minuto y tiene una reserva de cash de 237.600 millones de dólares -bueno, en realidad no es exactamente cash, pero tiene más reservas que algunos países juntos-. Facebook no produce nada y lo que produce Apple, lo hace en países con legislaciones muy laxas en cuanto a protección social y medioambiental.
Algunos expertos en finanzas piensan que Facebook podría valer en poco tiempo un billón de dólares. Sí, con b y hablamos de un billón a la española, es decir, un millón de millones de dólares. Creo que ni Toyota, General Motors o Volkswagen AG valen eso. ¿Qué compañía alcanza ese valor mercante, salvo quizá las energéticas más importantes? Pero, ¿qué proporciona Facebook? Su mayor impacto ha sido el de ayudar a romper matrimonios, ligar con un barbudo de Marsella que pensabas que era una exótica modelo de 20 años y, últimamente, ayudar a difundir noticias orientadas en función de tus "me gusta", con total ausencia de imparcialidad, claro. Pero Facebook o un iPhone no te traen la compra ni te llevan de viaje, por ejemplo.
Facebook no tiene fábricas, no tiene que preocuparse de los derechos de aduanas, ni de la contaminación. Lo que sí tiene es un ejército de abogados que le permiten salvar los pocos obstáculos que pueda encontrarse. A la inversa un fabricante tiene que cumplir con miles de leyes en todos los mercados, ya sea sobre protección de medio ambiente, protección social y derechos de los trabajadores, altura del suelo a la que deben estar los faros, el color de los intermitentes, etc. Y además, montar una logística entre sus proveedores, sus fábricas y sus clientes que sería la envidia de cualquier ejército del mundo. Y qué me dices de la complejidad que son hoy en día los automóviles. En los años 70, la inyección y el ABS eran cosa de los Mercedes Clase S y punto. Hoy, cualquier compacto es tan complejo y tiene tanto contenido tecnológico que ni las empresas tecnológicas como Apple se atreven a fabricar un coche. Y aún así, nos siguen gustando los coches y se siguen fabricando.
El doble rasero
La misma gente que hace cola dos noches seguidas delante de una tienda para comprar un nuevo iPhone o que está dispuesta a pagar tres veces su precio para tenerlo ya, no perdona que el precio de un coche suba un 5 % o que tenga algún fallo a lo largo de su vida. Y sí hablamos de coches de gama alta, no se perdona ni el más mínimo fallo, aunque sea insignificante. Pero que tu ordenador se cuelgue cada tres días o que cada actualización de Apple esté tan llena de fallos que necesiten un parche tres semanas después, no pasa nada. Da igual, en menos de dos años habremos comprado uno nuevo.Y aún así, odiamos los coches y se siguen fabricando.
Y para colmo, es cada vez más común que el automóvil sea visto como el enemigo y el responsable de todos los males. Se le atacará en las redes sociales por ser contaminante (lo es, pero no es el único responsable) utilizando aparatos construidos en países donde si el fabricante vierte mercurio y otros productos químicos en un río no le dirán nada. Nuestros políticos (que hemos elegido, no nos olvidemos) están progresivamente cerrando las ciudades a los automóviles antes de haber realizado las obras para que haya una alternativa viable. Como un transporte público rápido, cómodo y que pueda absorber el tráfico de gente que entra a Madrid para trabajar un día en el que se limita o prohíbe la entrada a la ciudad. El automóvil es el mal. Odiamos los coches y se siguen fabricando.
Sal ahí fuera
A pesar de todo eso y de sus numerosas faltas (contamina, es la peor inversión que pueda hacer una persona, conducir en un atasco no es conducir) sigue siendo un objeto de deseo, en el que todos tenemos buenos recuerdos (y también malos), pero al final forma parte de nuestra vida. ¿No te lo pasabas bien, de crío, cuando viajabas con la familia en coche al pueblo? ¿O cuando conociste en profundidad a tu primera pareja en el asiento trasero de un coche? ¿O cuando te fuiste de festival con los colegas a Benicàssim, a los Monegros o a Viveiro? ¿No recuerdas cuando la única forma que tu primer bebé se durmiera era dando una vuelta en coche? Todas esas vivencias no te las da Facebook ni un videojuego.
Bajar de los 9 minutos en el Nordschleife sentado en tu salón con el mando de la play en las manos es muy fácil, es incluso fácil controlar la cruzada de un Mazda 787B al salir de Eau Rouge en Spa. La realidad, sin embargo es muy diferente. Sentado en tu sofá nunca experimentarás lo que es girar en un cambio de rasante a casi 200 km/h como en el circuito de Portimao, ni tampoco esa sensación de caída y luego de fuerza que te aplasta en el asiento en las fuertes bajadas de Portimao o del Nordschleife. Qué diablos, ni siquiera hay que ir tan lejos: lo puedes experimentar en la bajada hacia Bugatti en el Jarama.
Es cierto que no todos tenemos acceso a tandas en circuito, pero es igual. Hay carreteras con más o menos curvas y poco tráfico ahí fuera que llevan a pueblos y valles pintorescos que ni sabías que existían. Puedes ir a disfrutar del placer de conducir, con tu pareja a hacer fotos, a meditar o a lo que sea. Pero es el coche que te llevará allí. Y al final, el coche es real, el pueblo es real, el cochinillo o las bravas que te has comido son reales y la vivencia, la experiencia y el recuerdo son reales.
Quizá sea por eso que se siguen fabricando coches y nos gustan los coches -o las motos, no nos olvidemos de las motos, otro fantástcio instrumento de libertad y para crear verdaderas historias-. Soy consciente que escribo esto desde un ordenador, cuyo logotipo es un fruta mordida, para un medio de comunicación on line y que mañana ya nadie se acordará de esto. Pero al leer la columna del piloto Jack Baruth, en la que viene a transmitir el mismo mensaje -sal fuera, conduce y vive- tenía que compartirla contigo, fiel lector. Y es que a veces, con tanto ruido, nos olvidamos de lo realmente importante y de por qué nos gustan los coches.
A ver, ahora, ¿dónde dejé la llave del coche? Ya veremos por Instagram si la he encontrado o no.
Fotos | Pexels, Javier Álvarez, Hector Ares y Daniel Murias
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