A Snoopy pongo por testigo que si hace sólo un mes alguien me llega a decir que esta semana pasada me encontraría en un enorme pabellón de la Fira de Barcelona contemplando un espectáculo que viene a ser como un Eurovisión del cambio de lunas de los coches... me habría quedado como diciendo: “¿Te estás quedando conmigo?”
Y no, no era una quedada aunque pudiera parecerlo. El Best of Belron es un acontecimiento bienal privado que tiene lugar desde el año 2000. Va por su 7ª edición y consiste en que la multinacional matriz de Carglass, también conocida como Belron, reúne a un montón de sus trabajadores para echar un pique a nivel mundial, a ver quién cambia y repara cristales con más gracia.
Y soy consciente de que, explicado así, puede parecer una tontería. Pero os aseguro, de verdad de la buena, que vale la pena ver el acontecimiento, ni que sea por lo muchísimo que se aprende sobre temas que tienen que ver hasta con la seguridad del coche en apenas un par de jornadas llenas de una emoción tan extraña como seductora. ¿Me acompañáis mientras os lo cuento?
Primero, hagamos los honores. Belron es la mayor empresa mundial especializada en la reparación y sustitución de lunas de automóvil y cuenta con más de 25.000 empleados. Opera en más de 30 países y tiene presencia en los cinco continentes. Hasta aquí, lo que pone en el dossier de prensa. Y ahora, una observación: los empleados que atendían a los medios nos confesaban que cuando entraron a trabajar en la empresa se quedaron con la misma cara que yo: “¿Y esto de cambiar lunas es para tanto?”
Como quien entra en ‘Moulin Rouge’ (la película)
Focos, cámaras, música de estruendo mientras en las pantallas se muestra como en un talk show la espectacular presentación de los trabajadores que competirán en el pabellón. Hay una treintena de coches que ha aportado Ford y que esperan colocados en boxes delimitados por el color de la moqueta. En la planta alta otro coche nos espera; será el que utilizaremos los medios para hacer un cambio de lunas, como quien va a celebrar una fiesta en un chikipark.
Todo mola mucho. Allá donde mires, hay gente que se lo está pasando bien. La música no para más que cuando el speaker anuncia lo que sucederá a continuación. Vienen a por mí. La gente de Carglass nos está reuniendo para explicarnos de qué va todo esto con la ayuda del Director General en España, un tío de Bélgica que lleva 20 años aquí y que habla en castellano mejor que yo. Se llama Marc De Souter pero todos se refieren a él por su rasgo más característico: “el del pelo blanco”. De buen rollo.
Participan 29 países en la competición. Se realizan pruebas de cambio de luneta, de parabrisas, de ventana lateral y una reparación. No gana quien va más rápido, aunque el tiempo se tiene en cuenta. Aquí prima la calidad, y para dar fe de ella a cada participante lo controla un juez que mira con lupa, pero de verdad, el trabajo que realiza el operario… a medida que lo realiza. Si alguien quiere saber lo que es trabajar bajo presión, que se presente al concurso de Belron.
Para hacer frente a este shock emocional, que lo es, el operario cuenta con el apoyo de un entrenador que ya hace tiempo que lo está adiestrando no sólo en la parte técnica, sino en la vertiente más psicológica. Desde fuera suena extraño, casi a chiste, pero miras lo que hay y comprendes que esto es serio, que es una demostración de profesionalidad y que la calidad tiene premio. El ganador se llevará, además del reconocimiento de todos sus compañeros, el sueldo de todo un año.
Criterios homogéneos y ergonomía funcional
El representante español es Daniel Naranjo, un chaval muy majete del centro que tiene Carglass en Sabadell. No pregunto cómo eligen al operario que participará en el acontecimiento mundial, pero todo me hace pensar que en el fondo las diferencias entre ellos son mínimas. Al fin y al cabo, Belron es una multinacional que utiliza los mismos procedimientos en cada una de sus filiales.
Y para el concurso, se rigen por los mismos criterios que derivan del Manual Técnico de la empresa, un documento que evoluciona con las sugerencias de los trabajadores. Incluso las herramientas que usan para la reparación y el cambio de lunas son globales, y eso se explica si tenemos en cuenta que las desarrollan ellos mismos pensando en una adecuada higiene postural. Fruto de este esfuerzo, hace tiempo que en España no ven una baja por lumbalgia.
No son historias de la gente de Recursos Humanos de la empresa. O sí, pero además lo que explican parece cierto. Todos los que asistimos somos invitados a manejar las herramientas que usan ellos, unos artilugios que son objeto de continuos rediseños y renovaciones, y compruebo por mí mismo que el esfuerzo físico que se realiza es aceptable y, en algunos casos, apenas resulta perceptible.
Así que la competición va a estar reñida. Me doy una vuelta por el pabellón y veo a los entrenadores ya en plena tarea, tranquilizando a sus muchachos. Los jueces repasan que todo esté en condiciones. La tensión que flota queda diluida por el buen humor que impera en el pabellón, entre entrevistas y demostraciones de cómo se cambia la luna de un autobús, un camión o hasta una excavadora.
Mientras los muchachos se dedican a hacer su trabajo, rodeados por sus propios compañeros, por sus jefes, por los jueces, por los entrenadores, por las cámaras y por los micrófonos, me escabullo y entro en una sala donde se proyecta un vídeo en una pantalla gigante que me llena el campo visual.
Allí me entero de cómo funciona la fatiga de materiales aplicada al cristal, y entiendo por qué pasa eso que explicaba yo en clase, que un cristal dañado se puede quebrar si no se repara. En pocas palabras, y que me perdonen los puristas, la exposición de un cristal apedreado a los intercambios de temperatura, al agua y a las vibraciones de la marcha afectan al vidrio a un nivel molecular, lo que los investigadores de Belron llaman “corrosión del cristal”, por raro que suene.
Salgo y me entero de más cosas. Por ejemplo, de las dificultades que tiene una empresa como esta para determinar qué parabrisas necesita un coche concreto que se ha quedado tirado en la carretera. Entre cristales con diferentes tintes, sensores y otras mandangas, manejan unas 18.000 referencias, y con ellas cubren el 85 % del mercado, incluyendo coches blindados y otras exquisiteces y rarezas.
Eso sí, para los Maserati y compañía, acuden directamente al concesionario cuando hace falta cambiar una luna. No es cuestión de tener almacenados cristales en vano, ni de hacerlos viajar porque sí. Según sus criterios de calidad, un cristal puede realizar un máximo de tres trayectos. A partir de ahí, la probabilidad de tener Dolorpasión™ en la modalidad de cristales rotos crece asintóticamente.
Más curiosidades que me cuentan. Las reparaciones y las sustituciones se pueden hacer in situ, siempre que no esté el coche en la vía pública. Eso da un cierto problema en lugares donde llueve todo el año. Hablamos por ejemplo de Reino Unido, donde las furgonetas montan un tenderete para que el agua no toque el coche cuando este se encuentra desnudo. De ese nivel de detalle hablamos.
Hay otros ejemplos de cómo la empresa toma algunas iniciativas interesantes que se pueden extrapolar a otros escenarios. Miden la huella ecológica de todas sus actividades y controlan el nivel de emisiones de CO2 que supone cada reparación y cada sustitución de un cristal. Utilizan embalajes retornables para sus envíos y controlan el reciclaje de los residuos de forma exhaustiva.
En función de esos criterios, recuerdan algo que se explica en las aulas, y es que no siempre que un cristal recibe un golpe hay que cambiarlo, sino que se puede reparar en la mayor parte de los casos en que impacta una piedra. Basta con que el golpe deje una marca de diámetro inferior a una moneda de dos euros y que el chinazo no haya caído en medio del campo visual del conductor.
Para más información, ayer vimos en Circula Seguro la relación entre las lunas y la seguridad, y también esbozamos un poco la relación de esta actuación sobre el coche con la huella ecológica que deja. El reciclaje de los cristales laminados no es sencillo ni barato precisamente. Conviene tenerlo en cuenta.
Cómo cambia un cristal la gente de prensa
Y llegamos a la parte en la que alguien dice: “Venga, va, tú, Josep, hazlo tú ahora”. Lo típico en estos casos. Nos han reunido a la gente de prensa para ver paso a paso, y para meter baza ya que estamos, cómo se cambia un parabrisas. La retirada del cristal, que podría ser la parte más compleja, se hace con facilidad gracias a las herramientas que permiten una extracción limpia.
Para separar la luna no se emplean cuchillas, sino un sistema de cable que saja la unión entre el cristal y el coche como si se tratara de un bisturí. Se introduce el cable, se tensa con la ayuda de unas poleas accionadas con una palanca, tal y como me veis en esa foto de móvil (gracias, Edu) y poco a poco se recorre el perímetro del parabrisas. El esfuerzo que se realiza es prácticamente nulo. De hecho, es más el miedo a romper algo que otra cosa lo que hace que nos lo tomemos con mucha cautela.
A la hora de adhesivar el parabrisas nos cuentan que la cola que emplean es la misma que se usa en las cadenas de montaje, y que comparten proveedor con los fabricantes de automóviles. Tirar con precisión un cordón de una masilla que parece caucho negro se me antoja algo más complicado para mí, y no me presto para la tarea. Otros lo harán mejor.
Se empieza por la parte inferior del parabrisas y se acaba por la superior para asegurar la estanqueidad. Por el mismo motivo, se dispensa el adhesivo sobre el parabrisas y no sobre el marco del coche. De esta forma se consigue un cordón continuo, sin fisuras. De todas formas, el resto del montaje lo hacen ellos con otro cristal que preparan por su cuenta, ya que no se fían de nosotros. Y bien que hacen.
En la planta baja, los verdaderos expertos en cambiar lunas ya han acabado con su cometido. Aunque no se nos da a conocer la puntuación concreta que ha obtenido cada país, sabemos que el ganador de esta edición ha sido Steve Marelli, el representante de Reino Unido, y ha recibido un premio especial por la mejor reparación Erik Madsen, de Dinamarca. Daniel Naranjo no ha tenido suerte, pero se lleva el calor de todo el público congregado en Barcelona. Ventajas de jugar en casa.