El cierre de fronteras ante la crisis de refugiados y la toma de poder de Donald Trump han puesto en una situación aún más difícil si cabe el destino de millones de personas que huyen de la guerra y la pobreza en sus países. Pero es la industria del automóvil la que esta vez aporta algo de luz a un tema tan oscuro. Porsche, para ser más exactos.
Los de Stuttgart continúan con un programa de integración, en colaboración con el gobierno alemán, en el que hombres y mujeres procedentes de Eritrea, Siria, Pakistán, Afganistán, Irak e Irán, son formados en la compañía alemana. Parece obvio que el primer paso para la integración resida en la formación: idioma, cultura, formación, y consecuentemente un salto al mundo laboral que les permita estabilidad y una aportación a la economía nacional. Ya hay 11 refugiados trabajando en Porsche.
La segunda fase de este programa de integración cuenta con 15 mujeres y hombres procedentes de Agfanistán, Siria, Eritrea e Irak que llevan recibiendo formación en la fábrica de superdeportivos desde agosto. Se espera no solo que adquieran habilidades técnicas, también que puedan acceder al mercado laboral y obtener un puesto fijo, ayudando a pequeñas empresas a implementar sus propios programas de integración. Para lograrlo, Porsche está trabajando codo con codo con la Agencia Federal de Empleo alemana.
El sueño después de la pesadilla
Los retos a los que se enfrentan los integrantes de este programa van mucho más allá de una mera formación académica. Hablamos de personas que han huido de sus países dejándolo todo atrás y que llegan a un destino cuya cultura desconocen. Entre las personas que huyen también se encuentran médicos, ingenieras informáticas y multitud de perfiles cualificados que al llegar al país de acogida carecen de opciones para continuar con la vida que tenían. En estos casos un programa de formación puede ser más útil que las donaciones.
Es el caso que revela ACNUR de la refugiada iraní Arezoo Jalali, antigua abogada y que se ha formado como especialista en logística en la sede de Porsche, en Stuttgart. "Todos los alemanes sueñan con trabajar en Porsche, y yo tengo la oportunidad de hacerlo", ha afirmado. El primer obstáculo, además del idioma, es la documentación perdida por el camino.
Como ya nos contaron desde El Blog Salmón en cuanto al impacto económico de aceptar a refugiados, cuando existe un mayor grado de integración laboral, el PIB del país sube, la tasa de desempleo baja, y el porcentaje de deuda con respecto al PIB baja en consecuencia.
El programa de Porsche consta de tres bloques impartidos a lo largo de ocho meses. Incluye un curso intensivo de alemán técnico, habilidades propias de la mecánica, seguridad, calidad, orientación laboral y formación sociocultural. El primer año de este programa de integración terminó con 11 de los 13 integrantes, de entre 16 y 38 años, trabajando en Porsche. Los otros dos aún luchan por conseguirlo (esta oportunidad no es regalada).
Trump, que ya criticó la política migratoria de Merkel, y que le ha declarado la guerra a la globalización, seguro que no ve con buenos ojos iniciativas de este tipo. Al fin y al cabo, la relación entre la industria automotriz alemana y la estadounidense no vive su mejor momento. Mercedes-Benz ya inició en 2015 un programa de integración para refugiados en Alemania, al igual que la iniciativa Work Here! de BMW.