Aunque los que más ocupan portadas son los grandes cohetes por ejemplo de Space-X, la carrera espacial actualmente tiene un protagonista a mucha menor escala: los nanosatélites. Son en su mayoría lo que lanzamos al espacio y cada vez habrá más, ya que son la base del creciente Internet de las cosas (IoT). Hablamos de satélites en miniatura del tamaño de un maletín o incluso menos y con un peso inferior a 10 kg.
Pero tienen un problema: su tamaño exige propulsores también muy pequeños capaces de operar a baja potencia, con poca energía y además lo ideal es que no recurran a combustibles tóxicos. Es precisamente lo que quiere solucionar este minúsculo motor, más pequeño que la uña de una mano y que promete alimentarse a base de agua.
Ahorrar costes pero también contaminación a la órbita terrestre
Se llama ICE-Cube Thruster (siglas de Iridium Catalysed Electrolysis) y es un diminuto propulsor que está desarrollando el Imperial College de Londres y auspiciado por URA Thrusters, una firma británica de propulsores espaciales sostenibles. Como su nombre indica opera a base de electrolisis catalizada por iridio y su combustible es "el más accesible y ecológico posible".
Su "gasolina" es el agua. Sus creadores afirman que este nanomotor se vale de un electrolizador que hace circular una corriente de 20 vatios mediante agua, produciendo hidrógeno y oxígeno. Estos elementos se introducen en la cámara de combustión para su ignición y provoca suficiente fuerza para que estos pequeños satélites puedan maniobrar.
Lejos de ser un avance meramente teórico, ya se están probando. Unos test recientes y realizados en el marco del Programa General de Apoyo Tecnológico de la Agencia Espacial Europea (ESA) arrojaron que una de estas unidades de propulsión logró 1,25 milinewton de empuje con un impulso específico de tres minutos de forma sostenida.
Por ponerlo en contexto, es unas 500 millones de veces menor que el de los motores que utiliza un transbordadores espaciales, pero que en el caso de los nanosatélites es suficiente para mantenerse en órbita. O al menos así lo afirman sus desarrolladores.
Las mismas técnicas de producción que un microprocesador. El gran reto de este ICE-Cube Thruster, cuya cámara de combustión y su boquilla apenas llega al milímetro de longitud, es que que sólo puede ensamblarse mediante técnicas de nanotecnología y microelectrónica. De hecho, para fabricarse deben recurrir a procesos MEMS (Sistemas Mecánicos Microeléctricos) como el utilizado en microprocesadores.
No obstante, este equipo de Imperial College sostiene que este método de fabricación es escalable y permitiría producirlos a gran escala a coste muy bajo. A esto se añade el combustible en sí, que al ser agua, no emite residuo alguno. Y a su vez es barato, o al menos de momento.
¿Por qué esta tecnología? El objetivo de este nanopropulsor es satisfacer la necesidades de la industria espacial en lo que toca a satélites pequeños. Un tipo de aeronave que no ha dejado de crecer en los últimos años. De hecho, en 2017 el 90 % de las lanzadas al espacio eran de este tipo. Y en 2020 triplicaron los puestos en órbita en 2016.
Sus usos se focalizan en las comunicaciones, desde electrodomésticos conectados hasta relojes inteligentes pasando por teléfonos móviles. Y son tremendamente importantes para el desarrollo del 5G. También permiten mejorar las comunicaciones del sector marítimo y aéreo.
Además, son reconfigurables ya orbitando en el espacio, por lo que contribuyen a reducir la basura especial. Es decir, satélites que se quedan flotando ya sin uso en la órbita terrestre: desde la década de los 50 hemos lanzado al especio miles de satélites. Y a su vez, si operan con este tipo de motores, tampoco emitirán sustancia tóxica alguna.