Una vez cerrado definitivamente (o no, depende de la justicia italiana) el caso de espionaje a Ferrari, me gustaría hacer un par de reflexiones al respecto. Voy a llevar este caso a la simplicidad absoluta, lo sé, pero es que realmente, hemos hecho una inmensa y gigantesca bola de una historia que podrían protagonizar Pajares y Esteso en alguna película española de hace unos años.
La principal reflexión de todo este follón es una que ya he dejado entrever en algún que otro post: estamos hablando del caso de espionaje, cuando yo esto no lo veo un caso de espías en absoluto. ¿Quién espía a quién? ¿Dónde está esa figura tantas veces llevada a la gran pantalla de “el espía”? El verbo “espiar” tiene implícito una voluntad por obtener informaciones secretas, en este caso, de otra empresa, no que la otra empresa te las de en bandeja. Pero nada. Yo aquí veo el caso de un traidor vengativo (léase también, Nigel Stepney) que roba información confidencial de su empresa (Ferrari, nada más y nada menos), y se la pasa a su colega, un pardillo inconsciente (léase, Mike Coughlan), que la acepta de buen grado, y no sólo eso, sino que además la lleva a fotocopiar a una imprenta de barrio (sí, lo hace su mujer, pero ¿un ingeniero jefe no sabe dar las indicaciones oportunas en un acto como este?). En definitiva, que llamar a esto espionaje es darle un calificativo de profesionalidad a una operación que me parece de lo más “cutre” que he escuchado en los últimos años en la Fórmula 1. Y la segunda reflexión no es menos trivial y absurda que la primera. Al final de todo esto, los nombres que más suenan en este caso son los de Ron Dennis, Fernando Alonso, Pedro de la Rosa... ¡es que casi nos hemos olvidado de los responsables de este desaguisado, Stepney y Coughlan! Pero aún quiero ir más allá: nos hemos olvidado por completo del verdadero protagonista de esta historia, que no es otro que el empleado de la imprenta. Suerte que Montezemolo se acordó de él dedicándole el Mundial de Constructores, con muy buen criterio, y no menos “guasa”. Pensemos en un hombre/chaval que llega a casa tras su rutinaria jornada laboral en la imprenta, y que a la pregunta “¿Cómo ha ido hoy el día?” responde: “Bien, sólo he puesto la primera piedra para que Ferrari logre su 15º título de constructores”. ¡Pero si ya ha hecho más que algunos pilotos que han pasado por Maranello!
Esta persona, ferrarista a todas todas, tuvo en sus manos un completo dossier técnico del Ferrari de 2007, y no se le ocurre otra cosa que llamar a la escudería para alertar de lo que está sucediendo. Ahora, eso sí, le parece que está mal, pero escanea los documentos y se los entrega a la señora Coughlan. Esto es actuar como un profesional en tu trabajo, sí señor. De entre todas las opciones que tenía este empleado, muchas de las cuales le hubieran supuesto beneficios económicos, y no entraré en detalles, fue a escoger la del buen samaritano, que lía una gorda, pero no saca nada de todo esto. Desde ya, reclamo que se condecore al “empleado del mes” con la insignia de oro y brillantes de Ferrari, porque, ¿un busto sería demasiado, no?
¡Gracias Oscar por la inestimable ayuda en el fotomontaje!