Esta semana he viajado mucho, y una de mis escalas ha sido Berlín, donde he estado algo más de 24 horas. Entre otras cosas, me he interesado por un capítulo muy concreto de la industria automotriz alemana: los Trabant. Vamos a viajar hacia atrás en el tiempo. 1945, la Segunda Guerra Mundial ha finalizado.
Los despojos de la Alemania nacionalsocialista se reparten entre los vencedores: República Federal de Alemania (RFA) y República Democrática de Alemania (RDA). Aunque la lógica dice lo contrario, la última era la parte en manos de los rusos. Dentro de la RDA permanecía un microcosmos occidental: Berlín.
La capital alemana se dividió en cuatro sectores: inglés, francés, norteamericano y ruso. La parte rusa de la ciudad acabó cercada por el famoso Muro de Berlín, que mantuvo la ciudad totalmente dividida durante 30 años. La vida a un lado u otro del muro o las fronteras fue muy muy diferente.
Breve historia de Trabant
A finales de los años 50 aparece VEB Sachsenring Automobilwerke Zwickau (una ex-fábrica de Horch). Esta empresa se dedicó a fabricar coches dentro y fuera del bloque comunista, aunque son prácticamente desconocidos fuera de él. Se dedicaron a fabricar la saga Trabant, que en alemán significa “satélite”, en alusión al Sputnik.
Era un coche totalmente esencial. Se fabricaba prácticamente a mano, lujos cero, con una producción muy ineficiente que llegó a crear listas de espera de años, 15 según algunas fuentes. La gama constó de Trabant 500 (1957-1962), Trabant 600 (1962-1964), Trabant 601 (1963-1991) y Trabant 1.1 (1990-1991).
Durante toda su vida apenas cambió en unos pocos aspectos estéticos o mecánicos. Su base no podía ser más sencilla, un motor bicilíndrico de 500-600 cc y dos tiempos, heredado de un diseño de antes de la Guerra de los fabricantes de motocicletas DKW. Llegó a dar 18-26 CV de potencia y sus prestaciones eran esenciales.
Cuando salió a la venta, tenía algunos elementos de “alta tecnología”, como una suspensión independiente, elementos de carrocería hechos de material reciclado, tracción delantera y chasis monocasco. Su enorme simplicidad le hizo muy duradero, un Trabant podía durar utilizable la friolera de 28 años.
Como era muy difícil de adquirir y los tiempos de espera eran eternos, sus dueños se preocuparon muchísimo de tenerlos cuidados y mantenidos. El motor estaba refrigerado por aire, y a falta de sistema de lubricación, el aceite se echaba directamente en el depósito de combustible (las primeras versiones no tenían ni medidor de su nivel).
El motor más sofisticado que tuvo fue un 1.043 cc (1.1) heredado de Volkswagen gracias a un acuerdo entre las dos Alemanias previo a su reunificación. Al caer la URSS, la producción del Trabant se hizo inviable sin subvenciones públicas y dejó de comercializarse, pero no desapareció del todo.
Durante la época comunista, hasta 1991, los Trabant eran muy populares, también se les conocía como Trabbi o Trabi. Pero al llegar el modo de vida occidental, muchos de ellos fueron abandonados a su suerte y relativamente olvidados. Los coches alemanes de Occidente no tenían nada que ver con ellos.
Con el tiempo, los nostálgicos de la marca los han ido recuperando y es relativamente fácil ver algún Trabant en el Berlín actual en buen estado. Algunos de ellos están restaurados y cumplen servicio como atracción turística, lo que se conoce como Trabi-Safari. Tienen unos 100 coches en toda Alemania.
Sale más económico por grupos de dos o cuatro personas, el precio sale entre 30 y 70 euros, dependiendo del grupo, las ofertas y el recorrido. Toda una retro-experiencia que es valorada fundamentalmente por los alemanes, que son los que más sentimentalismo guardan hacia estos entrañables cochecillos.
Los Trabant no eran nada eficientes, consumían unos 7 l/100 km de gasolina, y eran lentos de narices. Alcanzaban los 100 km/h en unos 21 segundos y a duras penas podían alcanzar los 112 km/h. De hecho, su nivel de emisiones es escandaloso comparado con cualquier utilitario de los años 90 que no cumplía ni la Euro1.
Un vistazo al interior de un Trabant haría replantearnos cuán lujoso es un coche actual de los pelados pelados. Elevalunas eléctricos, retrovisores ajustables, climatización, llantas de aleación, radio, antinieblas… eran lujos a los que ningún Trabant pudo aspirar. Miento, el más lujoso tuvo antinieblas.
Hubo versiones sedán, familiar e incluso descapotables. Llegó a haber una versión de embrague pilotado, pero con cambio de marchas manual, para personas con problemas de movilidad. Hasta hubo una versión de carreras, Trabant 800 RS, con un motor 0.8 y 65 rabiosos caballos de potencia.
Los Trabant han pasado a tener un valor icónico desde los años 90, como un vehículo que motorizó a una nación (o la mitad de una), se fabricaron más de 3 millones de coches. Muchos de ellos se han tuneado, convertido en objetos de arte, o simplemente en objetos de la historia de Alemania.
La marca podría haber llegado más lejos de no ser por la disponibilidad de recursos económicos. Se ha intentado recuperar más de una vez, pero con escaso éxito. Puede que acabemos volviendo a ver coches Trabant por la calle, pero su relación con el modelo antiguo será más sentimental que otra cosa.
Si alguien viaja a Alemania y dispone de un presupuesto holgado, le recomiendo que se plantée alquilar un cacharro de estos, aunque sea menos glamuroso que poner un BMW Z4 a 250 km/h en cualquier Autobahn. Esta vez me fue imposible, pero es algo que tengo pendiente cuando vuelva a Deutschland.
Fotografía | Javier Costas, Bundesarchiv
Fuente | Wikipedia, Trabi-Safari, Página personal de Cuoccimix (especialmente recomendada)
En Motorpasión | La cadena de montaje de Trabant