Las líneas de la carretera siempre están sucias, y otras formas con las que la realidad te estropeará el marketing
A medida que los fabricantes mejoran sus vehículos dotándolos de sistemas de seguridad activa cada vez más avanzados, siguiendo los pasos establecidos para la conducción autónoma, el mercado se llena de más y más siglas con las que cargar los catálogos de coches.
Los ADAS, los sistemas de asistencia avanzada a la conducción, fueron concebidos para prestar toda la ayuda que permite la tecnología, y conseguir así no sólo trayectos más seguros, sino viajes más y más cómodos para el conductor y los ocupantes.
O al menos, esa es la idea. Vender un coche a peso, por el peso del número de siglas que incluye, puede resultar hasta sencillo. Conseguir que esas siglas realmente aporten seguridad y comodidad... es otra cosa.
Un necesario toque de atención sobre los ADAS
Esto no es una crítica contra determinadas marcas o modelos sino un simple toque de atención generalizada, tanto para los fabricantes como para los compradores de coches. Tampoco las fotografías empleadas para ilustrar ese texto deben tomarse como identificativas, en cuanto a marcas o modelos, de la problemática que aquí abordamos. Son eso: meramente ilustrativas.
Esto es un toque de atención generalizada, porque generalizada es la corriente que impulsa a los fabricantes a sacar a la calle nuevos adelantos tecnológicos a la par que sus competidores, para no perder terreno en el duro escenario de la competencia. Aunque esos adelantos no funcionen como uno espera de ellos. O como el marketing ha hecho que esperemos que deberían funcionar.
Al final, tenemos que en ocasiones los ADAS funcionan de un modo brillante, en ocasiones tenemos que dejan mucho que desear, y en ocasiones tenemos que lo mejor que podemos hacer como conductores es desconectar algunos de ellos, y quizá así saldremos ganando.
Control de crucero, el sistema más afinado, pero...
Empezamos por el sistema que acaso tienen más por la mano los fabricantes. El control de crucero (CC), efectivamente, es un sistema más que probado a estas alturas de la película. No es de esperar que falle de manera estrepitosa, pero el CC nos sirve para ejemplificar lo que pasa cuando las marcas tienen claro un sistema: se complican la vida para diferenciarse de los demás, en un intento de --según retórica de marketing-- facilitarnos la vida.
Y entonces surge el control de crucero adaptativo (ACC), un sistema que depende ya de unas cuantas variables más, de unos sensores que informan de lo que sucede en el exterior y de unos parámetros que, en ocasiones, se pueden configurar para graduar la distancia que más nos interesa en cada momento. Comoquiera que todo eso ya es más complejo que el CC vulgaris, cuya complejidad podría equipararse a la que tiene el mecanismo de una peonza, ante la oferta tipo: "Eh, que tiene ACC" vale la pena preguntar: ¿Y funciona bien?
Porque, y esta es la tesis que me mueve, estos nuevos sistemas vienen a ser como los pimientos de Padrón, de manera que conviene tener en cuenta que el hecho de que un sistema esté en el mercado no es sinónimo de que funcione igual de bien o de mal que otro sistema que dice hacer lo mismo por nuestra seguridad. Y menos, cuando más de uno de estos sistemas parece hallarse en fase beta aunque lo cobren a precio de alfa.
Lane Departure, una 'fieshta' que va de lado a lado
Vayamos a por el caso que mejor plasma esto último que he dicho: el Lane Departure Warning (LDW), en cualquiera de sus múltiples denominaciones comerciales. En esencia, se trata de un sistema que se las ingenia (en cursiva) para leer (más en cursiva todavía) las líneas de la carretera y mantenernos en el carril (esto ya, a letra tumbada) e incluso corregir (las letras están ya tan por el suelo que ni se ven) nuestra trayectoria.
Sobre el papel eso queda muy bonito, y también cuando probamos estos sistemas en un escenario que parece la ciudad de los Clics de Famobil (yo soy de antes de lo de Playmobil, que siempre me sonó más relamido). Ahora bien, cuando sacamos el coche a una de esas carreteras de verdad, en las que la última mano de pintura vial la dio un señor que hoy hace años que viaja con el Imserso, luego de jubilarse tras consagrar su vida a lo que entonces se denominaba MOPU, la cosa cambia.
En efecto, las líneas de la carretera siempre están sucias... o borradas, o como mínimo no siempre se ven con claridad. O no las ve con claridad, habría que decir, el ojo clínico del sensor de turno, ya sea una cámara, un láser o el tercer ojo del mismísimo Terminator con la voz de Constantino Romero, que en Gloria esté. Nosotros, como conductores, nos espabilamos para vislumbrarlas, que sabemos que la pintura va cara y estamos en época de austeridad. Y a diferencia de la máquina, somos conscientes de lo que nos jugamos si no seguimos el carril y nos despeñamos por ahí.
Más casos. Dependiendo del modelo que conduzcamos, puede ocurrir que el grado de giro que se debe ejecutar le parezca insignificante al LDW, aunque circulemos por una recta de autobahn a una velocidad de autobahn, con lo que el criterio de insignificancia queda un poco en entredicho. También puede ocurrir que el sistema intente encontrar las líneas de la carretera por tanteo, haciendo oscilar el volante de forma continua cual borracho electrónico a los mandos de un coche.
Sí, esto puede ocurrir. Y no debería.
Navegadores: si hoy es martes, esto es Bélgica
Aquellos que me conocen —y si no es el caso, hola, ¿qué tal?— saben que me dan urticaria los navegadores que usamos como sustitutos de mapas, que en ocasiones resultan ser unos compañeros de viaje imbéciles e idiotizantes. Dicho eso de antemano, y explicando (para los que siguen ciertas lógicas extrañas) que trabajo a diario con navegadores, hay que diferenciar entre los GPS (va, llamémosles así) más o menos malos y los GPS que son tremendamente malos.
De hecho, este es un terreno que nunca dejará de sorprenderme a varios niveles...
Uno. El asunto de los fabricantes, que se supone que son cuatro y el cabo con también muy pocas bases de datos en realidad, pero que dan lugar a un amplio abanico de despropósitos cuando el producto está ya en la calle: el GPS que anuncia tarde, el que directamente no anuncia, el que aparece de repente a 200 km de donde está uno (en serio, no es una hipérbole), el que decide apagarse cuando estás en medio de un nudo viario periurbano (en serio también), el que te lleva de un lugar a otro por carreteras imposibles que pasan junto a una preciosa autopista... y así hasta el infinito y más allá.
Dos. El factor distracción que conllevan en muchas ocasiones... y el factor infracción, que como los GPS no leen las líneas de la carretera ni se comunican con los LDW (bueno, y ni que lo hicieran), lo mismo te invitan a abandonar una vía cuando tienes una bonita línea continua más gorda que... (aquí, su cosa gorda favorita) mientras el guardia más cercano se frota las manos al ver que también tú has caído en la trampa. Eso, cuando no te dice directamente que gires "fuertemente a la izquierda" (sic)... en mitad de una autovía. El GPS, no el guardia, y tampoco exagero. Ni miajita.
Tres. La progresiva estupidificación del conductor, que poco a poco va perdiendo el poco sentido de la orientación que le queda vivo, poco a poco va perdiendo el contacto con el mundo que le rodea, poco a poco se va metiendo más y más en la burbuja que, para él, es ese habitáculo que ya confunde con el salón de su casa y el parabrisas con un televisor enorme de muy alta definición.
Sensores, cámaras y otros pitidos desconcertantes
Entre toda la cacharrería que abunda en los coches actuales cuando un fabricante quiere desmarcarse de sus competidores... o más bien al revés: cuando no quiere quedar desmarcado, el asunto de las cámaras y sensores de proximidad es otro de esos en los que la diferencia de planteamiento y, sobre todo, de ejecución, puede suponer la diferencia entre un sistema que funciona correctamente o un sistema que uno desea con todas sus fuerzas que deje de existir cuanto antes.
Una cámara que te indica lo que hay detrás del coche cuando das marcha atrás no es una simple ayuda, es para mí un complemento imprescindible que si se limpia cuando conviene (primera y única alusión a una marca en concreto, y no es para ponerla a caer de un burro sino para reconocerle el mérito de pensar en esto: Nissan) resulta tan importante como unos retrovisores.
Ahora bien, los sensores de proximidad pueden presentar un problema real en entornos de circulación real, donde uno está detenido en un semáforo y un enjambre de motos van adelantando posiciones para colocarse en cabeza (se nota que pienso en Barcelona, ¿eh?). A la vez, el avisador (que, además, suele ser un verdadero incordio) nos taladra con suma eficiencia mientras nos preguntamos de dónde viene tanta amenaza hasta que vemos que estamos junto a la puerta de una pizzería con repartidores iniciando la ruta del pepperoni. Y los hay que hasta te quitan lo que llevas en pantalla para mostrarte a todo color la imagen del pizzero, que se rasca la entrepierna mientras espera a que se encienda la luz verde del semáforo.
Con lo fácil que sería inhibir el avisador cuando la velocidad es cero, oye...
Espera, que te aparco de aquí a un rato
Siguiendo con el capítulo dedicado a la estupidificación del conductor, aquí encontramos otra parada interesante: el aparcacoches automático. O eso escribió él en su currículum, aunque hasta la fecha el que esto escribe no ha encontrado un solo sistema de estos (y lleva vistos unos cuantos) que no fallen en al menos una o dos ocasiones. Mención de honor para un sistema en concreto que no supo detectar que alguien había colocado una mesa de terraza de bar ocupando la calzada y por poco planta el coche a tomar unas cañas y unas olivillas. Sí.
Eso, por no comentar que estos sistemas exigen que el tráfico sea el que podríamos encontrar en mitad del desierto del Sahara en plena canícula, porque la lentitud de ejecución es una constante en la mayoría de ellos. Entre que te tienes que acercar poco a poco para que mida el hueco, que cuando le cuadran las medidas y te avisa, tú ya estás media plaza más adelante y por tanto el camión de las Lays se te ha pegado de forma irremediable, que cuando ejecutas la maniobra te vas peleando con las instrucciones que aparecen en pantalla... para cuando quieres acabar, lo que era un aparcamiento gratuito ha pasado a ser pasto de la zona azul. Hasta el parquímetro, les ha dado tiempo a instalar.
HUD: no me chilles, que no te veo
El apartado del Head Up Display (HUD) es uno de esos que responde al célebre cantar sarcástico sobre Manolete. Hay sistemas HUD que lo clavan, y hay sistemas HUD que son para clavar a sus creadores en sendas cruces, a la romana, y dejarlos allí para que vayan reflexionando sobre su obra. Ah, es que un HUD bueno es caro. Bien, pues el HUD no es obligatorio... salvo que lo haga obligatorio el marketing.
Un HUD que no se ve es como una rueda que no rueda, la cosa más absurda del mundo. Y si ese HUD induce a la distracción del conductor es ya la repanocha, porque acaba incurriendo en aquello que pretendía evitar. O sea, que lo dicho: es motivo sobrado para la crucifixión.
Mi favorito: sistema anticolisión en ciudad
Aún estoy esperando una respuesta lógica por parte de un ingeniero que yo me sé de una marca que yo me sé, cuando le comenté el problema básico de seguridad que le veía yo al sistema anticolisión en ciudad: invitaba a distraerse, porque cuando un sistema te educa para que puedas confiar que él te sacará las castañas del fuego, comienzas a poner castañas en el fuego y esperar que sea el sistema el que te las saque.
Y quien ignore esto desconoce que el ser humano se pasa la vida buscando límites. Desde que nace hasta que muere. Human nature.
Total, que el sistema anticolisión en ciudad, que en principio responde a un loable intento por evitar los choques debidos a un despiste, van en contra precisamente de eso que pretenden evitar. Si de lo que se trata es de no despistarse, conviene fomentar la atención, no el descuido. Y ayudar a mantener las distancias tampoco estaría de más. Porque si uno se despista tanto como para chocar, una de dos: o se ha despistado más que una burra en un garaje, o íbale contando los gránulos de caspa al conductor de delante. ¿Dónde están los sensores de proximidad cuando se los necesita?
Respuesta obvia: Buscando las marcas de la calzada, que no se ven. O hablando con el GPS, que anda por ahí perdido...