Vale, en el título hay una palabra que te suena mal, pero es que yo soy asín y no voy a cambiar. Llevo tantos años viviendo conmigo mismo, y doy fe de que siempre he sido igual, que si ni mi madre ni mi padre lograron que fuera de otra forma, si ninguna de las personas que convivieron conmigo lo consiguió, difícilmente voy a cambiar yo ahora sólo porque me lo digas tú. Soy asín.
Soy como el perro de Pavlov, que dice una amiga de mi mujer, que es ucraniana (la amiga, porque mi mujer nació en Barcelona si no es que la engañaron), que se pronuncia /pávlov/ como palabra llana que es en ruso, aunque yo le sigo llamando /pablóf/, y es que yo no sé hacer las cosas de otra manera: me tocan una campanilla y salivo imaginando un filete de ternera que quizá no llegará.
Y a estas alturas ya te estarás preguntando qué puñetas tiene que ver todo esto con la fauna en ruta que nos rodea. O no, porque quizá ya sabes que al final, después de mucho darle vueltas a las cosas, todo acaba teniendo sentido los lunes a las ocho de la mañana. Luego ya las cosas se tuercen y se estropea la semana, pero eso es porque la gente es asín. Y no pueden cambiar, claro.
¿O sí? En el coche, la resistencia al cambio es una mala compañera de viaje. Si algo tiene circular por vías abiertas al público es que nos hace estar dispuestos a cambiar de opinión cuando la realidad nos dice en fracciones de segundo que emperrarse es una mala idea. De lo contrario…
El perro de Pavlov conduce muchos coches
Bueno, de vez en cuando vemos esas situaciones absurdas en las que uno se emperra en que él quiere pasar porque quiere pasar y tú no le estás dejando pasar y él quiere pasar pero tú no le dejas pasar y él quie… ¡Pero si había espacio para todos! ¿A qué vienen esos acelerones y esos frenazos? ¿Y qué culpa tenían los conductores que venían detrás y sufren el efecto acordeón? ¿Alguien se ha planteado que ahí había más gente?
No, claro. Qué se van a plantear… Es que ellos son asín.
Mala compañera de viaje. En una charla que recuerdo ahora, uno de los asistentes habló. Explicó que un día tuvo un choque con otro vehículo. Al bajar de los coches, una señora encolerizada le decía que ella iba primero. Él le dijo que debía haber respetado la señal de ceda el paso. Ella se emperró en que eso era imposible, porque ella pasaba por allí cada día y se lo conocía. En fin…
El entorno viario es cambiante. Otro caso memorable, y este lo conté hace unos años en Circula Seguro. Por obras, cambian el sentido de una calle. Ponen tres señales como tres soles tal y como se ven en la fotografía que tomé y publiqué. Pues nada, como cada día pasaban por allí, decenas de conductores se emperraron en seguir entrando en la calle, como siempre. Los frenazos a última hora y los coches reculando daban como para hacer un estudio de memeces al volante.
Pero es que ellos eran asín, claro. Y la cabra tira al monte y el chiste del carchuto y todo eso.
Bien, la situación ya está suficientemente ilustrada, así que apagamos el proyector, encendemos las luces y explico algunas cosas sobre esto de las actitudes en el entorno de la circulación, que en realidad es de lo que se trata aquí la mayor parte de los lunes (aunque a veces nadie lo diría). Ay, quizá debería haber avisado antes; lo de hoy es la segunda parte a lo de La primavera la sangre altera.
Y si no lo leíste, ahora puedes, que el artículo de hoy va a ser largo.
La resistencia al cambio de actitudes
Hay varias formas de tomarse esto de las actitudes en el mundo del volante. Hay quienes aseguran que nuestra forma de ser condiciona nuestra forma de conducir. Es el caso del Catedrático de Seguridad Vial de la Universidad de Valencia y presidente de Fesvial, Luis Montoro. La cabra tira al monte. Ya hablamos de esto hace tres semanas, con eso de la primavera.
Vamos ahora a por otro punto de vista, el de Josep Montané, catedrático y director de la Cátedra de Formación Vial del Servei Català de Trànsit. Y profesor mío de varias asignaturas, apostillo, aunque eso sólo añade el matiz de que pude empaparme de primera mano de las cosas que explicaba, que además resultaban bastante interesantes de escuchar, aunque sea llevándolas al terreno de la alegoría.
Pensar que la cabra tira al monte sí o sí es condenarla a seguir llevando esa vida a no ser que le demos con un palo en la cabeza. Por ejemplo, en la DGT elaboran unas estadísticas acongojantes que determinan cómo la cabra subió al monte, a qué velocidad, en qué iba montada, si había bebido o no, y así todos los detalles imaginables, con fotos a todo color si es necesario. El problema de la cabra está muy determinado. Y más que determinado, predeterminado. Tira al monte.
La cabra es asín.
Eso sí, si la ordeñamos da leche. Y mientras sea una cabra, podremos ordeñarla.
¿Y si intentáramos cambiar a la cabra? Eso es lo que se hace cuando vemos que hay campañas de sensibilización. Y cuando hay campañas de control y sanción, también. Al fin y al cabo, ¿no es la multa una forma de reeducar al personal? Bueno, la realidad nos dice que si la cabra tira al monte tanto da cuánto la ordeñen, porque seguirá poniendo a tiro sus buenas ubres.
Cambiar la psicología de una cabra, tarea de titanes
Es que intentar cambiar a la cabra no es tarea fácil. Es necesario reeducarla sensibilizándola, y eso cuesta esfuerzo. Aprendí la estructura de los cursos de sensibilización y reeducación de cabras de la mano de Montané, y la estructura era muy clara. Tanto, que resulta fácil resumirla, y lo voy a hacer.
Se reunía a un grupo de cabras y se averiguaba de qué pata cojeaba cada una, pero no a partir de frías estadísticas elaboradas de forma externa sino preguntándoselo directamente. Que cada cabra fuera consciente de lo que respondía, vamos, que esa era la gracia.
Luego se informaba a la cabra de forma aséptica sobre qué ocurría con sus tendencias hacia tirar al monte. Vamos, que si lo suyo era beber como una cabra cosaca, se le explicaba cómo funciona la cinética del alcohol en el organismo. Sin dramatismos, oiga; información pura y dura.
Lo siguiente sería abrir una ronda en la que cada cabra explicaría sus hábitos y donde lo importante era que las cabras se diesen a conocer. Aquí la dinámica de grupo era muy importante, y el pastor debía ser muy hábil para no destacar. Cada cabra debía llegar a explicar con sus propios balidos qué hacía, de qué manera se las apañaba para acabar tirando al monte, cada cuánto tiraba al monte.
Ya teníamos la foto de la cabra, sabíamos por qué senderos tiraba al monte y todos los detalles de cómo lo hacía. Conocíamos sus actitudes y, lo más importante, conocíamos sus hábitos porque la cabra los reconocía. Y ahora había que cambiar todo aquello. ¡Uf!
Sin implicación emocional no era posible cambiar a la cabra, así que se le hacía ver las consecuencias, lo que sucede en un mundo real™, cuando una cabra tira al monte. Y se hacía dejando hablar a una cabra que en el pasado fue muy parecida a las del grupo, que había tirado al monte durante mucho tiempo… hasta que al final tuvo un susto. Y se le dejaba explicar cómo se sintió.
Al acabar, normalmente en un silencio de esos que hielan el alma y te hacen aprender a quebrarlo, había que aprovechar el momento de shock emocional para pedir a cada una de las cabras un compromiso de cambio. Y teóricamente, ese cambio debía servir para una mejor seguridad vial. Si cada cabra conseguía cambiar sus hábitos, ya tendríamos mucho terreno ganado.
Claro, que en el mundo real™ las cosas no son tan fáciles, desde luego.
Cierro con una anécdota que he explicado alguna vez. Cuando estudiaba todas estas cuestiones, a la vez que aprendía a impartir cursos de sensibilización y reeducación vial, al otro lado de la pared del aula se desarrollaban cursos de verdad, de los que ordenaba un juez a penados por delitos de tráfico. Habían bebido al volante y habían tenido serios problemas derivados de esa actitud.
Cada tarde, en los recesos, coincidíamos en el bar. Mientras los protoprofesores bebíamos aguas, cocacolas, tés, cafés y otras sustancias analcohólicas, ¿qué dirías que se pedían las cabras?
Es que ellos eran asín…
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