Los tres coches favoritos de Josep Camós para Scalextric
— Mama, ¿tú sabes dónde anda el Escalestri?
— Ay, pues… no sé, como no esté en el altillo de la habitación del medio…
— Voy a mirar un momentico, a ver.
En mi casa éramos así. Teníamos la “habitación del medio”, el armario de “la puerta que se baja”, y el “Escalestri”. Éramos un poco arapahoes hablando, sí, pero nos lo pasábamos bien. Sobre todo cuando montábamos en el comedor aquel circuito Scalextric GT 23 que año tras año sería tuneado por mis pad…, perdón, por los Reyes Magos, con pistas y más pistas, con peraltes, barreras, puentes improvisados con cajas de cartón y, cómo no, con varios coches que se comportaban de un modo genial para la mente de un niño de entre 6 y 10 años. Venían con aquel circuito dos Ford GT, pero ninguno de ellos forma parte de mi selección; enseguida os cuento por qué.
Pero primero lo primero. Así como los recuerdos de Héctor con el Scalextric tienen que ver con las competiciones de slot, en mi caso el Scalextric nunca salió de casa. Mis primeros recuerdos tienen que ver con coches desmontados sobre la mesa del comedor, neumáticos sueltos, bobinas sueltas, aceite de máquina de coser, cables… todo hecho un caos del que eran máximos responsables mis hermanos mayores y al que yo llegaba siempre con las ansias de jugar sin mucha más preocupación.
Pronto aprendí a montar y desmontar aquellos motorcillos, a limpiar las escobillas, a cambiar todas las piezas… porque aquella era la única manera de hacerse un hueco para pelear por uno de los dos coches que correrían. El transformador TR 1 no daba para más. Y los vetustos mandos A-215 de puño, tampoco. Aquí podemos ver estos elementos que a algunos os sonarán a marciano, pero que para mí son un maravilloso recuerdo de mi niñez arapahoe, aquella en la que todo se normalizaba. Incluso tener una habitación en el medio o un armario con una puerta que se bajaba.
Pese a que en la “habitación del medio”, esa en la que dormíamos mis hermanos y yo, tuvimos colgado el póster de un Ford GT40, los GT de Exin no me llamaban mucho la atención. Se fabricaron en siete colores: blanco, azul claro, azul oscuro, amarillo, amarillo limón, rojo oscuro y rojo claro. En casa tuvimos el azul claro y el rojo oscuro. Siempre me parecieron muy de plastiquillo y además pesaban bastante, así que solíamos condenarlos al ostracismo… a no ser que alguno de los otros coches estuviera desmontado y nos diera por utilizar uno de estos, normalmente el rojo, que era más pintón. El azul se pasó muchas horas guardado en la caja, con su piloto allí dentro pensando qué debía de haber hecho mal para merecer aquel trato vejatorio.
Como vemos aquí, el “Ford GT fue fabricado por Exin entre los años 1968 y 1978, y tuvo dos referencias distintas durante este tiempo: C35 entre 1968 y 1972 y 4035 a partir del año 1972”. Diría que los que teníamos nosotros eran de estos últimos, pero no lo voy a jurar tampoco. Mientras estuvo en producción, tanto el chasis como la carrocería fueron del mismo color, lo cual, en una casa en la que los coches de Scalextric se pasaban la vida sobre la mesa de operaciones, era una alegría.
Pero no, no iba a hablar yo de aquellos dos básicos, sino de tres coches que creo destacables. O al menos mi memoria y el recuerdo cuasi onírico que conservo así lo creen. Empezaremos por el que menos me gustaba, pero que tenía su punto, y ya iremos aumentando en intensidad.
Sigma
Era raro como él solo. De hecho, creo que el Sigma sólo existió en la mente de sus creadores, como prototipo de Pininfarina… y en centenares de hogares que lo compraron a partir de 1973, entre otro nuestra modesta reserva arapahoe. Era un prototipo de un monoplaza que se fabricó en tres colores: amarillo, naranja y blanco. En casa teníamos el de color blanco y, si bien se veía un poco mazacote de plástico, a la práctica era el coche que mejor combinaba sus prestaciones con su dinámica. No enamoraba tanto como el que viene enseguida, pero al menos lograbas hacer vueltas y más vueltas sin preocuparte ni por derrapes ni porque tuvieras que empujarlo barranco abajo para que corriera.
Confieso que desde aquellas tiernas edades me quedé pensando qué puñetas de coche debía de ser aquel, y no encontrarlo en el mundo real siempre me pareció una patada a mi inocencia. Pero el coche no tuvo la culpa. Se comercializó con el circuito GP26 (1974), que era un circuito en forma de riñón algo más pequeño que el GT 23 que teníamos en casa y cuya comercialización arrancó en 1971. Pero, como ya he dicho, mis padres eran especialistas en ampliaciones, y aunque estas eran muy surrealistas —de algún lado tenía que sacar yo mi carácter— pronto nos hicimos no sólo con un circuitaco que casi daba para hacer el Jarama, sino también con unos coches que no pegaban ni con cola entre sí, pero que igualmente molaban.
McLaren M9A
Oh, sí. El día que estabas de suerte y pillabas el McLaren, habías triunfado como la gaseosa Dungil. Lo dicho: allí no pegaba ni con cola el M9A, si no era porque remotamente se podía medir de tú a tú con el imaginario Sigma. El McLaren M9A de Scalextric llegó en 1970 para reproducir el famoso monoplaza estrenado un año antes en el Gran Premio de Inglaterra en lo que fue la revolución de la tracción integral en las carreras. Lastimosamente, el M9A de Scalextric era tan tracción trasera como todos los que había en la época, pero eso sí: tiraba como un rayo.
Ligero y veloz, lo difícil con el McLaren era acometer las curvas que nos emperrábamos en construir al final de largas rectas. El coche volaba sobre los raíles de la pista, y su zumbido era muy característico. Se vendió con el circuito GP50 (1970), que era un ocho medianito, y una vez que lo ponías en aquella pista frankenstiana te preguntabas por qué demonios los coches de Scalextric sólo sabían acelerar. Hala, a recogerlo otra vez, por listo.
Ford Mustang Dragster
¿Surrealismo, lo de mis padres? Surrealismo es poco. Concebido para el circuito GP 17, el Ford Mustang Dragster era el terror... de la mesa del comedor. Utilizarlo en pista era absurdo, así que se pasaba todo el tiempo parado, pero molaba ver toda aquella mole pensada para el discutible espectáculo del drag. Sin duda, era lo más pasional de aquel insólito y ecléctico garaje, y a mí me gustaba por todos sus detalles estéticos. Lo veía diferente a todo lo demás, y eso me encantaba.
Vale, cuando no teníamos otra cosa que hacer lo poníamos a rodar y… era como si crujieran decenas de rodamientos. Hacía un ruido que en aquel momento me resultaba hasta desagradable. Como pesaba lo que no está escrito, al soltar el botón del reostato que incorporaba aquel viejo mando en forma de puño el Dragster ya se había parado. Un juego habitual era arrancar y parar, arrancar y parar, a ver quién hacía más ruido de cascajo, si el Ford Mustang Dragster o el muelle que había dentro del mando. Sí, cuando estaba quieto el Dragster ganaba mucho.
— No. En el altillo de la habitación del medio no está, mama. Joder con el Séptimo de Caballería… Seguro que se lo llevaron los primos cuando les dimos todo lo demás.
— ¿Qué dices? Que con el grifo de la cocina no te oigo.
— Nada, déjalo. Que ya estamos mayores. Vámonos al hospital, a ver cómo sigue el papa, va…
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