Durante los sombríos días del sitio de Sarajevo, el asedio más prolongado a una ciudad en la historia de la guerra moderna, que tuvo lugar entre 1992 y 1996, la población se convirtió en un símbolo de resistencia frente a la adversidad. Más de 12.000 personas murieron y 50.000 resultaron heridas, pero habrían sido más de no ser por un túnel hecho por civiles.
Construido en secreto y con recursos limitados durante meses, este corredor subterráneo estratégico no sólo transportaba alimentos, combustible, medicinas y suministros esenciales, sino que también ofrecía un camino hacia la libertad para miles de civiles y permitió que la ciudad asediada mantuviera viva la fe. Hoy, el “Túnel de la Salvación” o “de la Esperanza” es un museo vivo que recuerda las tragedias y los triunfos de la población.
Más que un túnel: “El salvavidas de Sarajevo”
En medio de una de las guerras más cruentas de Europa desde la Segunda Guerra Mundial, un humilde túnel, excavado bajo la pista del aeropuerto de Sarajevo, se erigió como la única conexión de la población asediada con el mundo exterior. Bautizado como el ‘Túnel de la Esperanza’, esta obra maestra de la resiliencia humana salvó incontables vidas.
En marzo de 1993, mientras las bombas caían sobre Sarajevo y sus habitantes sobrevivían sin apenas alimentos, electricidad ni agua potable, comenzó un proyecto desesperado para salvar la ciudad. El plan era ambicioso: excavar a mano un túnel de casi un kilómetro bajo la pista del aeropuerto, que conectaría los barrios de Dobrinja y Butmir, uno dentro del asedio serbio y otro fuera (lo que le dio el nombre de «Túnel D-B»).
A falta de tecnología avanzada, los trabajadores se armaron de palas, picos y carretillas para mover 2.800 metros cúbicos de tierra. La construcción avanzaba día y noche en turnos de ocho horas, financiada por el Estado y con la supervisión del general Rašid Zorlak. Sin embargo, los recursos eran tan limitados que a los obreros se les pagaba con un paquete de cigarrillos al día, un bien de lujo y valioso para el trueque en una Sarajevo devastada.
Los desafíos técnicos fueron abrumadores. La falta de ventilación hacía que el aire fuera irrespirable, obligando a los trabajadores y viajeros a usar mascarillas. Las inundaciones por aguas subterráneas complicaban aún más la excavación, ya que el agua llegaba con frecuencia hasta la cintura y debía ser retirada manualmente.
En solo cuatro meses y cuatro días, el 30 de junio de 1993, se logró conectar los dos extremos del túnel. Al día siguiente, comenzaba a operar una arteria vital que transportaría alimentos, combustible, medicinas, ayuda humanitaria y mucha esperanza.
Una obra maestra improvisada de 1,8 metros de alto y 1 metro de ancho
El “Túnel de la Esperanza” era un estrecho pasadizo subterráneo de algo más de 800 metros de largo, con una altura que oscilaba entre 1,6 y 1,8 metros y una anchura de apenas 1 metro. Estas dimensiones obligaban a muchas personas a caminar agachadas, mientras cargaban suministros o ayudaban a evacuar heridos.
La entrada del túnel estaba camuflada cuidadosamente para evitar ser descubierta por las fuerzas serbias. En Dobrinja, se accedía a través del garaje de un edificio de apartamentos, mientras que en Butmir se ocultaba en el sótano de una humilde casa anodina perteneciente a la familia Kolar.
Ambas entradas estaban fuertemente protegidas por trincheras vigiladas por tropas bosnias. Inicialmente, el túnel era un camino embarrado donde los suministros debían ser transportados a mano o a lomos de los soldados. Menos de un año después, se instaló una pequeña vía férrea y vagones capaces de transportar hasta 400 kg de mercancías.
También se colocaron cables eléctricos de 12 megavatios, tuberías para bombear agua, un oleoducto para suministrar combustible y una iluminación básica.
A pesar de estas mejoras, el túnel presentaba dos problemas graves: el primero era la calidad del aire, pues carecía de un sistema de ventilación adecuado. El segundo, las constantes inundaciones. A pesar de todo, este estrecho corredor se convirtió en el único salvavidas para los habitantes de Sarajevo.
El legado de la resistencia de la población de Sarajevo: De túnel a museo
Para quienes participaron en su construcción, el túnel significó mucho más que una obra de ingeniería. Velid Softic, uno de los trabajadores, recuerda en una entrevista el día en que se terminó como el más feliz de su vida: “Excavamos el último tramo y conocimos a la gente del otro lado. Además, tuve un reencuentro increíble con mi cuñado”.
Por otro lado, Edis Kolar, cuya casa familiar sirvió como entrada al túnel, asegura que Sarajevo no habría sobrevivido sin este paso subterráneo. Para muchos, era la única esperanza de escapar del horror o recibir ayuda vital: “Cada día, miles de personas pasaban por el túnel. Sin este túnel, Sarajevo no podría ser lo que es hoy. Nuestra historia habría sido completamente diferente”, asegura.
Durante la guerra de Bosnia, el túnel desempeñó un papel crucial en la conexión de Sarajevo con el mundo exterior y se calcula que salvó la vida de unas 300.000 personas. Hoy, el “Túnel de la Esperanza” es un museo que preserva este capítulo de la historia de Sarajevo.
Construido a imagen y semejanza de un tramo del original y ubicado en la antigua casa de la familia Kolar, los visitantes pueden recorrer 20 metros del túnel, contemplar fotografías de la época y ver material bélico utilizado durante el asedio.
Es un lugar de reflexión, donde las nuevas generaciones pueden aprender sobre la lucha por la supervivencia en tiempos de guerra. Este modesto túnel, construido con sacrificios inimaginables, simboliza la valentía y determinación del pueblo bosnio: es un recordatorio de que incluso en los momentos más oscuros, la esperanza puede abrirse camino, literalmente, bajo tierra.
Foto de apertura: Mustafa Ozturk (Anadolu Agency)