¿Pero dónde están los radares? Así se prepara la DGT para hacer su agosto con la velocidad
La DGT se resiste a desvelar dónde colocará sus radares móviles. No es una novedad, y ya explicamos por qué lo hacía, pero estos días cercanos ya a las principales operaciones de tráfico del verano de 2015, aún resulta sorprendente que el organismo haya incumplido su palabra de explicar, hacia mediados de junio como habían dicho que harían, cuál es, ha sido o va a ser la ubicación de estos controles de velocidad. La próxima marca en el calendario se sitúa ya en julio.
Actualmente hay unos 850 radares en las carreteras que gestiona la DGT, de los cuales unos 550 son fijos y el resto, móviles. En Cataluña y en el País Vasco, que tienen transferidas estas competencias, funcionan unos 240 y 60, respectivamente. Además están los seis radares Pegasus montados en sendos helicópteros y los 50 nuevos cinemómetros ocultos en coches no logotipados. En 2014, los radares de la DGT permitieron recaudar para Hacienda casi 130 millones de euros.
"En función de la peligrosidad y de la velocidad"
Días atrás, la directora general de Tráfico, María Seguí, aseguró que su organismo ya tenía identificados los 1.200 tramos de carreteras secundarias por los que irían circulando las unidades dotadas de radares móviles. Al margen quedaban las vías catalanas y vascas, donde Mossos d'Esquadra y Ertzaintza patrullan siguiendo las indicaciones de sus gobiernos autonómicos.
Según explicó Seguí, "estos puntos se han determinado en función de la peligrosidad y de la velocidad a la que circulan los vehículos que pasan por ellos". Sin embargo, ya vimos en mayo que esta explicaciòn carece, al llevarse a la práctica, de una concreción. Si se tratara de hablar de dónde operarán los radares móviles, Seguí tendrá que hablar de "zonas", más que de "puntos". Algunas de ellas, por cierto, abarcan varios kilómetros.
En cualquier caso, parece ser que no existe improvisación alguna a la hora de determinar por dónde van a moverse los cinemómetros que van montados en los coches de la Guardia Civil. Habrá que deducir que sí que existe, en cambio, una voluntad de retrasar al máximo la publicación de las zonas concretas en las que operan estos dispositivos.
Radares visibles, pero poco
Fuentes de Tráfico también afirman que desde que se asumió el compromiso de hacer públicas las ubicaciones de todos los radares que operan en España, los dispositivos que monta la Agrupación de Tráfico de la Guardia Civil se emplazan en lugares "lo más visibles posibles", teniendo en cuenta la seguridad de los agentes y de los vehículos que circulan por la carretera.
Así es como lo ordenan hacer en la DGT. Después es cada comandancia la que indica cómo debe ejecutarse cada uno de los dispositivos que pueblan nuestras carreteras para cazar al que infringe la norma y, si tan visibles son, para disuadir al resto de conductores de convertirse en infractores.
De todas formas, las informaciones revisten un halo de imprecisión que las hace, como mínimo, cuestionables. De un lado se explica a la galería que las ubicaciones serán públicas y esto hace que el discurso se oriente a la evitación del problema. Si hay transparencia, esto permite que los conductores sean conscientes del control y se evita la sanción, cortando de raíz la problemática asociada al exceso de velocidad. O esa parece ser la idea.
Del otro, se adquieren 50 nuevos coches camuflados que hacen presagiar que, como en el caso de los helicópteros Pegasus, la política es exclusivamente punitiva. Es decir, que en España se puede correr cuanto uno quiera, mientras esté dispuesto a pasar por caja y pagar el precio de la velocidad, porque en realidad nadie se lo va a impedir. Sólo se lo facturarán desde la distancia, y cuando haya pasado el tiempo.
Por otra parte, las primeras (y únicas) ubicaciones publicadas hasta el momento resultan sumamente imprecisas, lo que podría interpretarse en la linea de buscar un control más genuino de la velocidad, a diferencia de lo que ocurre con los radares fijos, y por un coste mucho menor del que tienen los radares de tramo.
Y finalmente, está ese halo de incertidumbre que rodea a la gestión de María Seguí, una directora que llegó a su despacho prometiendo profundos cambios pero a la que quizá le ocurrió como a aquel ministro y primer ministro de aquella serie de comedia televisiva británica de los años 80, que no pudo cambiar nada ni llegando a Downing Street, porque en el fondo quien gobernaba en aquel Reino Unido de ficción era el entorno, y no la persona que estampaba su firma en los papeles.
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