La semana pasada, mientras nosotros enumenábamos otros usos para el coche, el RACC lanzaba uno de esos globos sonda que echan a volar de vez en cuando para garantizarse la presencia en medios, a ver si colaba. Y coló en La Vanguardia, que se hizo eco y les montó una encuesta de las suyas.
Rizando el rizo de lo de la conducción acompañada, aquel sainete con que nos entretuvo la DGT de febrero a julio y que como dicen que funciona allende nuestras fronteras habrá que reproducirlo aquí, el RACC propone que los conductores noveles, durante los primeros tiempos de… noveldía, ya con la “L” en la chepa, vayan con un salvoconducto en forma de conductor sénior sentado a su vera para que los vigile de cerca, que así se reducirá la siniestralidad vial.
Y nada, que el RACC lanza el tema y pide debate, así que yo voy a ello. Si me quieres acompañar, ve tomando asiento y encargando una familiar con pepperoni, que me he levantado con hambre hoy. Es o la pizza… o comerme a alguien directamente.
No acabo de entender por qué, el RACC asocia la elevada siniestralidad vial de los conductores más jóvenes con la “falta de pericia”. Será que no se han enterado de que las distracciones, el alcohol y las drogas son los principales factores de riesgo que los acechan, amén del vector velocidad, que lo catapulta todo. Cuestión de “pericia”... Pues vale. Entre tú y yo, ¡qué antiguo me suena!
De hecho, en los últimos tiempos se ha detectado que los jóvenes de 15 a 29 años, que tienen como primera causa de mortalidad la siniestralidad vial, ahora comienzan a darle la vuelta a la tortilla. Y ese cambio no se está produciendo porque sepan actuar mejor con los mandos del vehículo o porque hayan aumentado sus capacidades de prever los avatares de la carretera, sino porque han empezado a comprender que todo lo que tienen en la vida se les puede ir a la mierda en un instante.
Vamos, que la reducción de la siniestralidad va ligada con la toma de conciencia, con un incipiente cambio en las actitudes de los conductores noveles que todavía tiene mucho recorrido por delante, y eso es debido a muchísimos factores. Entre otros, que más de un nuevo conductor le ha visto las orejas al lobo en piel ajena (o propia), y ha visto que o cambia o las pasa canutas.
La conducción acompañada, un paso adelante
La medida que plantea el RACC, en los términos en que la plantea, es un paso adelante, un paso adelante en esta carrera por la estupidificación de la sociedad que hace como una década emergió con fuerza y de la que fui realmente consciente el día que mi hija de (por aquel entonces) 3 añitos me pidió que le buscara en el ordenador fotos de un hipopótamo y que le redactara un texto alusivo para llevarlo al cole. Que le tenía que hacer los deberes, vaya.
Y eso fue así durante años en los que los padres teníamos que hacer de críos (otra vez, con lo que me costó pasar la adolescencia), hasta el curso que cambié de colegio a la niña hacia uno donde la frase de bienvenida fue: “Nena, tu trabajo es estudiar”. Aleluya, un oasis en medio de la generalizada tendencia consistente en hacer de la persona un eterno Peter Pan, niño viviendo de sus padres hasta que pueda vivir de sus hijos.
Tradicionalmente el permiso de conducir se había considerado una suerte de puesta de largo de los ex adolescentes, que entraban en el mundo adulto por la vía de la llave de contacto. Esto de evitarle al niño eterno que apechugue con las consecuencias de sus actos, que ya lo hace papi o mami por él, retrasa (aún más si cabe) su integración en el mundo adulto, donde no hay nadie que te diga si eso que haces está bien o mal. “Ja t’ho trobaràs” (ya te lo encontrarás), que decimos aquí en el pueblo.
Conductor sénior, ¿garantía de algo?
Pero si hay algo que me exaspera y me desespera es la aberración de que sea un conductor sénior quien supervise las acciones de un conductor acabado de salir del horno. ¿Pues no habíamos quedado que en este país la gente antes se formaba de pena y además no se recicla? ¿Ponemos al lobo como guardián? Y no, no me vale con que el conductor sénior hable con la autoescuela durante un ratito para hacer seguimiento del tema, que la resistencia al cambio es muy dura.
Para explicarme un poco, ahí va una pista extraída de mi día a día. El 215 % (o más) de los conductores que acosan al coche de prácticas no son niñatos de pelo rapado y flequillito al aire (es un estereotipo, no te cabrees conmigo, Tintin), sino personajes que superan ampliamente el medio siglo largo de antigüedad en la Tierra y a quienes contemplo por el espejo enrojecidos de rabia porque no nos saltamos un semáforo en rojo o pasamos de entrar a cuchillo en una rotonda saturada.
Aunque como estoy acostumbrado a que el tono de mis críticas sea inversamente proporcional al éxito de las propuestas que arrojan señores que hablan desde altísimos despachos, me voy a poner en plan proactivo, por lo que pueda pasar. Ahora que estamos en crisis y dicen que eso es un terreno abonado para la oportunidad, sugiero la figura del conductor sénior de alquiler, ese que tiene un carnet de conducir de 1954 metido en un cajón pero que se siente con ganas de que sus nietos lo lleven arriba y abajo de marcha, que él hace años que está jubilado y la petanca le parece un coñazo.
La siniestralidad no sé yo si bajará, pero los chavales se lo van a pasar de puta madre de rechupete yendo de fiestuki con el yayo metido en el maletero.
Si multiplicamos la medida por menos 1, estaré de acuerdo
¿Sabes qué le digo yo a un alumno que vuelve del examen con una sonrisa de oreja a oreja y un peso menos? Una vez que es consciente de que el peor momento no ha pasado durante el examen, sino que llegará cuando no haya nadie con un doble mando a su lado para sacarle las castañas del fuego, le sugiero un sencillo plan de actuación pautado por etapas con lugares que hemos trabajado en común, le doy unas indicaciones a modo de consejo y le recomiendo expresamente que todo ese plan lo desarrolle en solitario, sin nadie sentado a su lado.
¿Por qué? Muy sencillo. En el mundo real™, el futuro conductor las pasa canutas cuando se da cuenta de que tiene que tomar decisiones acertadas a la velocidad del rayo, y si cuando ya es novel tiene a alguien comiéndole la oreja, como que se pone tenso. Y más, si la relación entre ambos no es muy fluida que digamos (cosa más que habitual en según qué franjas de edad), o si el acompañante es un perfecto imbécil (cosa más que.. en fin, dejémoslo).
De hecho, es frecuente, lógico y hasta deseable que el conductor novel cometa errores leves de los que aprender. Si le ponemos a alguien al lado, aunque el acompañante guarde silencio, el conductor novel sabrá que ha fallado, y tener a un testigo a su lado le meterá una presión que no resulta compatible con la conducción segura, y menos siendo novel. Pero, claro, en ese momento el conductor debe saber que del error puede aprender porque ha tenido que haber un profesor que se lo ha hecho ver. Si no, tampoco sirve de mucho equivocarse.
A esas alturas, si los valores del alumno no se han trabajado en el aula y en el coche, ¿qué vamos a hacer con un padre sentado ahí al lado? ¿Qué va a aprender de él, realmente? ¿Para eso quería el chaval su permiso de conducir? ¿Dónde queda ahora su ansiada independencia? ¿Qué hará el conductor cuando le retiremos la obligación de ir acompañado?
Hala, ¿no querían debate?