Nada es permanente en esta vida salvo que las cosas cambian. Si el siglo XX quedó marcado por las revoluciones industriales heredadas de la centuria anterior y, sobre todo, por los efectos que conllevó la revolución de la movilidad mediante un vehículo capaz de moverse gracias a los hidrocarburos, hoy asistimos a una nueva revolución tecnológica que tiene sus efectos, también, sobre el sector Automoción.
Frente a los cambios que supone la revolución tecnológica en el sector del Automóvil, hay dos posibles reacciones: la de aquellos que se suben al carro y la de aquellos que se quedan fuera de juego, entre lamentos y sollozos. Hablemos de estos últimos y de cómo la resistencia al cambio se plantea como un escollo más que deberán aprender a gestionar.
En los últimos tiempos estamos asistiendo a infinidad de episodios que nos remiten a la necesidad de aceptar el cambio o fallecer en el intento. Ya analizamos hace unos meses la problemática de los concesionarios frente a Tesla por ser este un tema paradigmático en el escenario que poco a poco se está conformando. ¿Hasta qué punto el sector está preparado para este cambio?
Días atrás lo vimos desde otra perspectiva, con el enfrentamiento entre Fenebús y Blablacar y la posterior solución que adoptó la firma de covoiturage. También hablamos en su día de cómo el car-sharing podía o no afectar a las ventas de coches. Son ejemplos de esto que estamos tratando hoy: la actitud frente al cambio. Un cambio que es palpable.
La amenaza del coche que no pisa el taller
Tomamos ahora un nuevo polo que nos muestra, de forma aún más evidente, cómo la resistencia al cambio puede alcanzar cotas delirantes. Resulta que los distribuidores estadounidenses de coches no sólo temen a Tesla por su modelo de negocio a la hora de vender su producto, sino que están horrorizados al otear el horizonte y ver un montón de coches que no precisan mantenimiento.
O no tanto como los actuales, vaya.
Tesla presume de vender, con su modelo S, "una aplicación sobre ruedas", es decir, un vehículo movido por firmwares y softwares que se autodiagnostican, encuentran errores, bajan actualizaciones de internet y se autoinstalan, dejando fuera de juego al taller oficial de la marca. Si el coche no tiene que volver al taller para un simple cambio de aceite y si no se estropea por ninguna parte, ¿a qué se van a dedicar los talleres?
Bien es cierto que los de Silicon Valley prevén un programa de mantenimiento para su Model S que comprende una visita al taller periódica (cada año o cada 20.000 kilómetros), pero lo cierto es que la diferencia que hay entre una revisión clásica y la revisión de un eléctrico hace que más de uno esté asustado ante lo que puede ser el final de su carrera profesional en el mundo de los engrases y los filtros.
Y resulta difícil pensar en todo esto sin acordarse del principio de la obsolescencia programada, una idea que se enseña en las escuelas de ingenieros desde hace décadas, aunque al parecer era un término desconocido para el común de la población hasta que un estupendo documental de La 2 y la viralidad de internet hicieron ver a todo el mundo lo que era evidente: que muchas empresas ganan tanto o más con las acciones post-venta que con las mismas ventas.
Total, que algo que no se rompe es una amenaza. Y este es un ejemplo más de lo que estábamos comentando.
La resistencia al cambio, como compañera de viaje
Vayamos, por fin, al meollo del asunto. Quizá sea cierto eso que se dice de que el único cambio que soporta de buen grado el ser humano es el cambio de pañal. El resto de los cambios se nos suelen presentar como una amenaza a la que temer, y contra ella desarrollamos una resistencia: la resistencia al cambio, que fundamentalmente se materializa en una cuestión:
¿Qué perderemos si cambian las cosas?
Este temor, como todo miedo, tiene su sólida base en la ignorancia; en este caso, en la ignorancia de lo que conllevará el cambio. Una segunda capa de este temor encuentra su razón de ser en la incapacidad para hacer frente al cambio; por fin, una tercera capa está en la falta de voluntad para asumir el cambio. Aplicado al caso, tendríamos el desconocimiento de lo que conlleva el nuevo escenario industrial, la capacidad técnica de igualar o superar a los nuevos competidores, y la voluntad real de llevar a cabo una sincera adaptación al cambio.
Yendo un poco más allá, podría decirse que cuando nos resistimos al cambio estructuramos nuestras reacciones de un modo parecido al que viven quienes experimentan un duelo por la pérdida de algo o alguien que querían mucho. Al fin y al cabo, hemos quedado en que la resistencia al cambio viene por la amenaza de una pérdida. Recuperando las fases de un duelo, y aplicándolas al caso que nos ocupa, tendríamos:
- Fase de negación, que puede vislumbrarse cada vez que el sector niega las ventajas del cambio o ningunea las nuevas propuestas que van entrando en juego.
- Fase de enfado, indiferencia o ira, que se aprecia en los enfrentamientos que se dan entre quienes no quieren perder su posición y quienes han entrado en juego y representan una amenaza para los primeros.
- Fase de negociación, en la que los miembros más resistentes al cambio del sector comprenden los pros y contras del cambio y buscan salvar los muebles.
- Fase de dolor emocional, donde se añora el pasado perdido.
- Fase de aceptación, cuando por fin el sector asume que el cambio ha sucedido y empieza a mirar hacia adelante sin olvidar la herencia del pasado.
Y sí, ahora mismo estamos a caballo entre las fases 1 y 2.
Vistas así las cosas, la opción que tiene ante sí el sector Automoción se resuelve con formación y educación basadas en la única realidad que permanece invariable a lo largo del tiempo: una realidad que dice que las cosas cambian. Igual que el automóvil en su día quitó del mercado laboral a un buen número de cocheros, de cuidadores de caballos, de fabricantes de herraduras y de alpargateros, generó miles de puestos de trabajo, tanto de forma directa como indirecta.
Precisamente, por respeto hacia todas esas personas que hoy en día se ganan el pan gracias a este importante sector, que es vital para la Economía, lo mejor que pueden hacer los resistentes al cambio es ir pasando fases, ir cerrando el duelo y enfilar el camino de un futuro cada vez más presente sin destinar más fuerzas a lamerse las heridas que lo que sea estrictamente necesario.