El quiero y no puedo es una constante en el mundo de los deportivos. Todos ansiamos tener lo que no podemos alcanzar y en eso, el Bugatti Veyron ha hecho mucha pupita. Así que si quieres mantener tu corazón en buen estado, mejor que no revises las fotos de la galería, especialmente las del capó levantado.
Lo cierto es que, al menos desde fuera, hay que romper una lanza en favor de este Veyron de palo. Si te paseas por la calle con él posiblemente la mayoría de transeúntes ni duden de que es el coche de los 1.001 CV, pero la realidad es que debajo de toda esa fibra y masilla hay un Mercury Cougar (o Ford Cougar en el viejo continente).
Se nota que le han metido horas a este engendro y el aspecto general está bastante bien conseguido sabiendo de la base que parte. Algunos detalles sí que delatan el plagio, porque el frontal es como el de un Veyron SS y la zaga es la de un Veyron normal. No será perfecto pero da el pego, al menos hasta que abres la puerta y ves el interior.
Sí, vale, lo han modificado y hay ciertas similitudes, pero el aspecto chusco de los materiales y las formas pondrían al borde del colapso a cualquier jeque árabe. El motor tampoco es el original, ya que han transplantado un 3.0 litros V6 procedente de un Mercury Sable, posiblemente porque el del Cougar estuviera para el arrastre.
Estética y mecánicamente el acierto puede ser discutible, pero lo que no tiene perdón es el precio. 81.995 dólares americanos cuesta este aparato, 77.091 euros al cambio, con los que se me ocurren muchas cosas que hacer y un montón de tiempo invertido en la modificación. Aunque bueno, si sueñas con "un Veyron" y tienes 100.000 pavos, estás de enhorabuena, sólo tienes que ir a Miami a por él.
No es la primera ni será la última réplica de un Bugatti Veyron, pero por lo menos es mucho mejor que aquella horripilancia del guía espiritual que se hizo un Veyron del amor.