En los últimos días o semanas habréis visto que se habla por ahí de las turborrotondas como el adalid de la seguridad vial, la garantía para un tráfico fluido y seguro, la quintaesencia de las infraestructuras, la solución final contra el endémico problema de las rotondas en España, la rehostia en patinete. No es una novedad, aunque algunos las hayan descubierto ahora. La primera turborrotonda de España la conocimos en Grado en el año 2009, y ya la explicamos.
Pero ahora han soltado la liebre por ahí, y más de uno se ha despertado con este rrebolucionario himbento. Y como siempre que se anuncia algo tan a bombo y platillo, uno, que sobre rotondas ya tiene unos cuantos callos en los dedos, se queda en un segundo plano y espera. ¿A qué espero? A que se demuestre que las turborrotondas, en realidad, no cambiarán el triste panorama en España. ¿Que por qué?
En primer lugar, por la incapacidad de muchos conductores de comprender un concepto tan sencillo como es disciplina de carril. Claro, como fuera del coche no está de moda la disciplina, pues... durante la conducción pasa lo que pasa. ¿Selección de carriles? ¿Eso qué es lo que es? Hago lo que quiero con mi pelo, que el coche es mío y me lo trajino como me da la gana. Porque yo lo valgo.
En segundo lugar, por la incapacidad de muchos conductores de pensar con anticipación —o sin anticipación, así en general— cuál es el camino que van a tomar: en la carretera, y hasta en la vida, como para que se planteen hacia dónde van a ir en el siguiente cruce, que ya se sabe que a más de uno eso de tomar decisiones viales les parte el día. Con lo entretenidos que van ellos en el coche con la radio, contestando whatsapps y haciéndose unas tostadas para el desayuno...
En tercer lugar, por la incapacidad de muchos concejales de comprender cuál es la infraestructura que mejor soluciona los conflictos de determinadas intersecciones. Ajenos a las recomendaciones de los ingenieros que saben de qué va esto, deciden en función de criterios esotéricos, de manera que si ahora se ponen de moda las turborrotondas, preparémonos para verlas emplazadas donde sea, vengan o no a cuento, y sirvan o no para hacer más fluida y segura la circulación. Déjà vu rotondero.
En cuarto lugar, por la patetica falta de mantenimiento de muchas de nuestras infraestructuras, que hace prever que en cuanto desaparezca la pintura de las turborrotondas desaparecerá el turbo y las rotondas pasarán a ser aspiradas. O eso, o en vez de con pintura se delimitan los carriles con bordillos, alambres de espino u otros elementos análogos, que además de ser, por lo general, más duraderos que la pintura vial, servirían para mitigar los problemas detectados en los puntos uno y dos, sobre comportamiento de los conductores. Eso sí, los conductores de autobuses y camiones se divertirían todavía más que ahora con las rotondas modelo chiquero, que ya es decir.
En quinto lugar, porque la previsible proliferación de turborrotondas no se acompañará de la debida campaña informativa para torpes que debería realizarse. Si todavía nos deben la campaña sobre rotondas normales desde hace como 25 años... como para irles con prisas ahora a los de DGT.
Dicho todo esto, y conociendo sobradamente las bondades de las turborrotondas, no queda sino recordar que lo importante no es tanto la idea, sino el desarrollo de esta. Y en eso estamos pez.
Ojalá me equivoque.