Sabes que los lunes por la mañana suelo atizarte en los ojos con uno de esos títulos míos que no sé de dónde me saco, pero te aseguro que lo de hoy es plenamente descriptivo. Una pista americana es la que se usa para forjar héroes, y estoy muy convencido de que eso es lo que quiere nuestra sociedad que seamos los conductores de este país: héroes.
En una pista americana (para los anglófonos, assault course) de toda la vida desde que yo era pequeño, un soldado se enfrenta a toda suerte de puentes, cuerdas, fosos con barro, redes, tirolinas, muros y demás desgracias que le hagan recordar que no hace tantos años a la hora de asaltar un castillo había que hacer verdaderas barbaridades que ponían en un compromiso a las leyes de la Física.
Y ahora, que ya no quedan murallas más que para que los turistas se nos hagan fotos a su vera disfrazados de gamba con gusto por la historia pero recuperamos el gusto por la aventura en concursos de la tele, tenemos toda una serie de pruebas que pasar día a día con nuestros coches. Toda una pista americana que salvar si queremos llegar a nuestro destino. Como los héroes.
Como sabrás si en tu vida has reptado por el barro, y no hace falta que me cuentes qué habías tomado aquella noche, cubrir una distancia arrastrándose por un fangal requiere algo más de esfuerzo que hacer el mismo camino de pie y con paso firme. No, no me he quedado calvo pensándolo, pero retengamos ese concepto: lo que cuesta arrastrarse en vez de caminar.
En el coche ocurre algo parecido. Si cubrimos una distancia desde A hasta B siguiendo una línea razonablemente recta, le exigimos menos esfuerzo al coche que si lo hacemos pasar por una pista digna del circo Ringling. Y quien dice esfuerzo, dice consumo de carburante. ¿O es que los soldados no comen para ponerse fuertotes?
En otras palabras, ¿cuántas de las infraestructuras que abordamos tú y yo cada día no parecen diseñadas por un jeque árabe ávido de vendernos petróleo? Abro un paréntesis, técnicamente una digresión, y te confieso una cosa. Normalmente estos artículos los perpetro en la soledad de mi celda, si puede ser luchando contra el reloj, que así mola más. Solo, fané y descangallado, ante el folio en blanco.
Sin embargo, en este caso hace unos días le pasé un correo a los compañeros de Motorpasión para pedirles ayuda. Aunque ya ves que somos un equipo de fútbol, no obtuve más que un par de respuestas (aquí insertaría un emoticono formado por un par de esos símbolos que se consiguen pulsando Alt Gr y 6), muy completas, eso sí. Pedí ejemplos de las pistas americanas que nos hacen desperdiciar carburante de la forma más tonta… para que luego nos cuenten que hay que ahorrar energía.
Y sí, esta afirmación es 100% trolling-power y seguramente como eres ingeniero de caminos me dirás que estoy altamente equivocado, pero yo lo veo como lo que soy: un héroe de nuestro tiempo, porque hay que ser héroe para conducir hoy en día por la pista americana de las infraestructuras, y no lo digo porque sean viejas, que aunque sea con peajes en la sombra, aquí estamos a la última.
Frena y acelera, que así el coche gasta más
Lo primero, lo más obvio, viene por todo el festival de los peajes que hemos estado comentando últimamente. Si te lo perdiste porque estabas secuestrado o acabas de despertar de un coma, hazte un favor y repásalo. La cosa es que más de uno habló de lo mucho que se ganaría si en vez de ir por el peaje transitáramos por los caminos de cabras a los que algunos optimistas llaman carreteras alternativas. Es decir, por donde las curvas y las retenciones. Y a pagar carburante, claro.
Lo segundo que pensé fue en esas tiradas absurdas, pero absurdas, de rotondas en esas pedazo de avenidas en las que nadie gira ni a derecha ni a izquierda. Que las usan como elemento de ralentización, pero que nos cuesta una pasta a todos los que las abordamos. ¿O es que el coche gasta lo mismo yendo en línea recta que frenando, serpenteando y acelerando? ¿No habíamos quedado en que lo mejor para el ahorro era mantener una velocidad constante?
Lo tercero fue pensar en esas preciosas infraestructuras en las que el desnivel no se salva de forma suficiente y quedan subidas y bajadas que añaden una nueva dimensión a la conducción por carretera. Todo lo que sube, baja, y vuelve a subir. Me dirás que así salía más barata la carretera. Y yo te diré que igualmente salió costosísima de ejecutar y que lo que entonces se ahorró, si es que no fue a parar a beneficio de nadie, ahora lo gastamos en energía. O sea, que encima el dinero se va fuera.
El cuarto punto es uno de mis favoritos desde que tengo uso de raz… era pequeño. Los semáforos coordinados versus los semáforos autárquicos. Uno de mis primeros recuerdos consiste en haber viajado en repetidas ocasiones con mis padres y mis abuelos de Barcelona a Murcia y viceversa. Y al pasar por Valencia, era como un mantra: “Si coges un semáforo en rojo, todos los cogerás en rojo”. A mí me alucinaba aquel fatalismo, ¡pero es que era verdad!
Varias décadas más tarde, todavía resuenan en mi cabeza aquellas voces, haciéndole compañía a muchas otras, y las recuerdo cada vez que atravieso Barcelona, por ejemplo, por la calle Diputación. Paso otro semáforo y me detengo en el siguiente, y ya son 820 semáforos los que el menda se ha tragado1. Acelera, frena, acelera, frena. Y así echamos el día. Y el humo.
Pero abordemos de una vez por todas la quintaesencia de la estupidez en forma de elemento viario: los resaltos. Cómo será la manía que les tengo, que ya hace tiempo les dediqué uno entero de mis delirios, así que hoy sólo recuerdo que, además de todo lo malo que representan para los elementos de seguridad del vehículo (y para mi sufrida espalda), además de todo eso… hacen que gastemos más.
Sexto ejemplo de hoy. Esa señalización deficiente que a veces te hace dar la vuelta muy lejos o dar un rodeo innecesario para llegar a tu destino. De esto se publicó hace años en El Periódico de Catalunya un magnífico reportaje de ese periodista que tiene nombre de trabalenguas (Edwin Winkels), y que decía que en la zona que circunda Barcelona… o te conoces la ciudad o las pasas canutas para entender dónde narices te están diciendo que vayas. Secundo la moción. Incumplimiento del Artículo 158.1 del Reglamento General de la Circulación (búscalo tú, que yo me tengo que ir a por otro asunto).
Caso número 7. La señalización de obras ridícula y las reducciones exageradas de velocidad (como en la mítica foto de Faro Sabinar, pero con el fondo amarillo) cuando no hay nadie trabajando en ellas o cuando la obra hace años que se finalizó. Digo lo mismo que con los resaltos: de esto ya hablé, así que hoy recordamos que, además de todo, gastamos carburante de la forma más tonta cuando tenemos que andar con desaceleraciones y aceleraciones cuyo motivo no está justificado por ninguna parte.
Vamos a por el octavo ejemplo. “Señales de población en combo con resaltos a un kilómetro de la población en sí”. Ostras, esta la he copiado literalmente del correo que me pasó uno de los compañeros porque me hizo gracia cuando lo leí. Vendría a ser como las tiradas de rotondas que comentábamos antes, pero en modo parque de atracciones, con sus resaltos y todo eso. ¿Alguien habrá echado cuentas de la de petróleo que estamos malgastando con esas medidas que, además, no consiguen la seguridad que se busca? A fin de cuentas, el que le pisaba sigue haciéndolo, así que…
Ejemplo número 9, y ya lo dejo, que hoy te estoy dando mucho la tabarra. Esas carreteras de varios carriles con desvíos cruzando el carril contrario que ocasionan retenciones. Así, a la antigua usanza, con un carril de espera y un stop ahí en medio, donde todo el mundo hace cola al ralentí esperando que algún día se pueda pasar. Claro, como el motor a ralentí no gasta…
Vaya, y si me quejo de las rotondas y me quejo de las infraestructuras que suben y bajan, me quejo de los semáforos y me quejo también de los cruces demodés, ¿qué me queda? Hombre, no me quejo por quejarme, aunque parezca que sí. A nadie le amargan un buen par de glorietas deprimidas en diamante, que así es como se llaman los rotondones esos que se venden como los donuts, de dos en dos, y que se colocan a la salida y entrada de una vía que pasa por arriba.
El problema es que no hablamos de esas infraestructuras, sino de las pistas americanas que hacen que día sí, día también, derrochemos energía al arrastrarnos por el fango mientras nuestros sargentos de hierro, para motivarnos, nos cuentan que ni con los precios del carburante por las nubes aprendemos, que la balanza se desequilibra y que si seguimos así iremos al infierno. Por malvados.