Como sabes, en esta fauna en ruta nuestra de cada semana suelo hablar de los elementos que nos encontramos unos y otros cuando vamos circulando por estos mundos de dios, quizá en un vano intento de enumerarlos y acaso en un más vano intento todavía de comprenderlos, por aquello de que en esta vida hay que intentar comprender lo que pasa a nuestro alrededor.
Sin embargo, hoy no me he levantado con ganas de charlar sobre seguridad vial. Debe de ser que ha refrescado y me ha pillado con el paso cambiado o algo así, pero lo cierto es que hoy no me apetece, mira. Y sé que me pagan por ello, y seguramente si no cumplo me pegarán por ello, pero tampoco puedo hacer algo que ahora mismo ni me fu ni me fa, que no soy tan profesional como todo eso.
Así que hoy, en esta serie sobre la fauna que nos podemos encontrar en ruta, me ha dado la ventolera de glosar otros usos que la gente le da al coche más allá de ir a trabajar, a estudiar, de compras o de paseo. Por si tenemos que tenerlos presentes cada vez que nos hacemos a la carretera con nuestro coche, moto o bici, o simplemente caminando, yo qué sé, tampoco me hagas mucho caso.
Mantener relaciones íntimas
Por decirlo de un modo fino. No me mires así, que eso es lo primero que has pensado al leer el titular. Hombre, íntimas sí que son normalmente las relaciones que se dan en el interior de un coche, más que nada porque no queda demasiado espacio y por fuerza lo que se haga en un lugar tan reducido es íntimo y personal. A no ser que saque uno parte de sí mismo por la ventanilla, por ejemplo.
Aquí la cuestión más importante es dónde aparcar el coche. Si estás en mitad del pueblo, queda feo y hoy en día, tal y como están las cosas, te expones a que un ejército de móviles saquen a la luz lo mejor de ti mismo en dalealplay, en metacafe o en cualquier sitio similar. En YouTube, no, que son muy decentes ellos. Y si aparcas en un lugar alejado, te puede pasar como a cualquier parejita de película barata de terror barato. Vamos, que no llegáis a Halloween para contarlo.
¿Para cuándo un lugar oficial para estos asuntos? Así, señalizado como tal, sin complejos. Porque el lugar oficioso, desde luego, ya existe. En cada pueblo o ciudad se rumorea de un sitio al que va la gente con el coche cuando no tienen piso pero sí pareja y ganas de entablar algo más que una cálida conversación. ¿No te suena? No, claro… A mí también me lo han contado.
Luego está el asunto de cuál es el coche que se emplea. Cuando uno va al concesionario pregunta por una motorización, un equipamiento, una seguridad… hasta un color determinado si me apuras. Pero lo que no he visto hacer nunca en un concesionario es probar las medidas interiores. Bueno, miento. Años ha me compré un coche que reclinaba los asientos con suma facilidad. Al vendedor le faltó tiempo para guiñarme un ojo… y mi mujer le dio un puñetazo porque malinterpretó aquel gesto.
El coche como ariete, alunizante
Luego está ese otro uso del coche como ariete, así a lo bestia, como hacían los antiguos guerreros para asaltar un castillo de cuya puerta principal no tenían las llaves, como los eternos sketches de Kenny Everett y el autobús, pero en modo comercial, para desvalijar los comercios llevándoselo todo por delante. El alunizaje me dejó alucinado el primer día que me lo encontré en un periódico. Flipé en colorines al ver que a falta de ganzúas, bueno era un coche robado.
Sin ir más lejos, el otro día leí la noticia del alunizaje en la sede del RACC. Que ya es mala pata también. Para unos que (se supone que) defienden los intereses del conductor, y van y se encuentran con que unos conductores les empotran el coche para vaciarles la caja fuerte. Muy bestia, todo.
Y al dueño del coche robado se le queda cara de gritar [ aquí, un taco de esos que no te gusta que diga ], pero de forma contenida. Y cuando le llega la foto del radar, también. Y cuando le llega la multa por estacionar en medio de una joyería, que estamos en crisis y el Ayuntamiento necesita fondos, más.
No, no. No digo que todo eso haya sucedido. Pero el día menos pensado… Bueno, vale, el seguro le cubrirá, pero el disgusto y las molestias no se las quita nadie, me parece a mí. Si alguna vez te han abierto el coche y se han paseado por su interior rebuscando entre tus cosas, ya sabes a lo que me refiero. Y si encima te lo estampan… pues peor todavía.
Coches que matan personas a bombazos
Vale, sí, me pongo un poco luctuoso, pero es que si estoy repasando los otros usos que la gente le da al coche no puedo olvidar el artefacto explosivo. Recuerdo que de pequeño me llamaba mucho la atención que los telediarios abrieran siempre hablando de coches bomba en Oriente Medio y en el País Vasco. No entendía que alguien le hiciera algo así a un coche… y a la gente, claro.
Ya ves tú... la inocencia de un crío.
Y luego fui creciendo y fui comprendiendo no aquella barbaridad, que no hay quien la comprenda, sino que los coches que a mí tanto me gustaban podían tener una cara muy siniestra cuando los ponía en marcha alguien que había perdido todo vestigio de actividad cerebral. Lo mismo con los autobuses bomba, que ya fueron el colmo de la cerdez hecha asesinato multitudinario.
Si quieres que te diga la verdad, en materia de coches bomba sólo hago una concesión: aquel coche bomba que, bien cerradito en el interior de un túnel sin entrada ni salida a varios kilómetros, explota con el tío que lo activa metido dentro, a ver si con la resonancia le queda bien frito el resto del cuerpo. Porque del cerebro, desde luego, ni rastro antes de empezar el proceso.
Y el coche, como ‘pongo’
Y algo que me pone muy triste también es el coche que hace las veces de pongo. Un pongo, por si no lo sabes, es un regalo de esos que te hace tu mejor enemigo sin que se lo pidas, sólo porque se ve obligado a regalarte algo o porque quiere marcarse un punto a la vez que tú le marcarías la cara. Lo de pongo viene de: “¿y ahora dónde µ#@#øð@ pongo yo esto?” Y lo dejas por ahí hasta que va criando polvo y un feliz día lo tiras a la basura.
Pues una de las cosas que más triste me pone es ir por la calle y encontrarme un coche-pongo sucio, asqueroso, dejado, lleno de polvo que ya es tierra, tanto por fuera como por dentro, con o sin ruedas, acabado, abandonado, olvidado. Rechazado después de todo, rechazado después de tanto. ¿Para qué tanta ingeniería? ¿Con qué motivo tanto sistema de seguridad? ¿Por qué tanto cuidado con el diseño?
Me pone triste cuando pienso que ese coche, un día, brilló nuevo en un concesionario y alguien lo eligió con la mayor de las alegrías. Quizá hasta probó a reclinar el asiento mientras alguien le guiñaba un ojo. Y ahora, ni como ariete ni como coche bomba serviría. Ni siquiera dentro de un túnel cerrado con el tipo que lo abandona metido dentro.
Él nunca lo haría. No sé por qué nosotros a él sí.
¿Me habré dejado en el tintero algún otro uso para el coche? Seguramente. ¿Alguna sugerencia?