Difícil tarea, la mía: ¿Qué parte de "L" nunca entendí?

Difícil tarea, la mía: ¿Qué parte de "L" nunca entendí?
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No me olvido de los viejos compromisos que de vez en cuando me endosan aquí los feligreses como quien no quiere la cosa. Hace una eternidad de días, 21 para ser concretos, Toni22m me lanzaba uno de esos comentarios suyos en los que pide el oro y el moro, que él, por pedir, que no quede (resumo sus palabras para abreviar un poco, nada más):

Algún día tienes que quitarte la intoxicación corporativa. No estaría mal que por una vez les dieras caña a aquellos de tu gremio que lo merezcan, y entonces romperé yo lanzas por vosotros. ¿Para cuándo un artículo sobre la fauna formadora? Es un poco árido aceptar sin más que de todo lo mal hecho que hay en el mundo de la conducción solo tengamos la culpa los conductores y la administración, este es un cóctel con muchos más ingredientes, así que cuenta, cuenta.

Pues cuento. Hoy va de autoescuelas otra vez, como en una de aquellas vetustas secciones radiofónicas de canciones dedicadas. El artículo va a ser largo y en él contaré lo que a mí me parezca… y tenga yo por cierto, que en mi casa no tengo la Enciclopedia de la Verdad Absoluta. Si te lo lees entero y además quieres discrepar, ya sabe dónde andan los comentarios.

Me metí a profesor de formación vial tras muchos años de dedicarme a otras tareas realmente variadas. Vi la luz al darme cuenta de que cada fin de semana un montón de personas se mataban al volante y no me cabía en la cabeza que eso tuviera que ser así por… narices. Pensé que a lo mejor podría aportar mi granito de arena al asunto. Iluso de mí...

Y ahí que fui a caer. Una vez enterado de cómo funcionaba el acceso a la profesión (similar a hacer unas oposiciones, un poco más bajo el nivel según me han contado los opositores, pero para acabar trabajando en la empresa privada) me preparé y fui superando una tras otra las pruebas que me pusieron delante. Coser y cantar, la verdad, que los estudios siempre se me dieron bien.

Pero para añadirle al tema un poco de salsa, durante el tiempo que duró mi formación inicial fui captando un runrún que me decía que el sector era… un poco rarito. No me venía de aquí, porque si algo tengo claro desde hace más de dos décadas es que no hay empresa ni sector que no tenga sus particularidades, a veces muy chungas, que condicionan el desarrollo de las funciones de la empresa. Pero en el caso de la formación vial no me enfrentaba a particularidades, sino a bandos, como en las películas. O estás conmigo o estás contra mí, ya sabes.

Maniqueísmo en la formación vial

Vieja escuela, nueva escuela

La vieja escuela contra la nueva apuesta, eso es lo que vi enseguida. Un sector dividido, con unos que se dedicaban a matar la gallina de los huevos de oro que era cada uno de sus alumnos a base de cobrarles un dineral por enseñarles únicamente a aprobar un mísero examen, y otros que proclamaban a los cuatro vientos que su máximo empeño era que los alumnos se formasen bien, que salieran de sus manos con una buena base.

Y a una autoescuela de ese segundo grupo fui a parar yo, no sin antes tener contacto directo con algún miembro de la vieja escuela y contacto indirecto con varios de ellos. Tomé buena nota de sus métodos pedagógicos en una libreta que todavía debe de rondar por ahí. Nos lo habían explicado en las aulas: ahí fuera encontraríamos gente de esa calaña. Pero ver a uno de ellos actuar en vivo y en directo daba como para llevar encendida una cámara oculta y montar un reportaje de esos que acaban en prime-time.

No lo hice, pero aprendí qué era lo que nunca debería ser un profesor de formación vial. Un tipo desagradable que gritara a sus alumnas (con los chicos no había valor), que las despreciase, que las humillase en cada error que cometieran, que las dejase tirar adelante con el coche y en pleno ataque de ansiedad sin hacerles parar para explicarles un poco a qué venían los gritos. Gente de esa que dice enseñarte mientras te lleva de taxista para que les ayudes a hacer recados. Personajes de esos que aprovechan la clase para comer o hasta para depilarse, me han contado.

Asco.

Tomando la alternativa

Coche de autoescuela

Y llegó un día en que tomé la alternativa. Y descubrí algo que me comentaron también: ahí dentro del coche el espacio es muy, muy pequeño, y eso tiene consecuencias. El coche es un lugar en el que, con un alumno, si te lo pasas bien te lo pasas MUY bien, y si te lo pasas mal te lo pasas… MUY mal. ¿Te acuerdas de aquello que decían los de ‘Gran Hermano’ en la primera temporada, cuando lo veíamos por curiosidad? “Ahí dentro se magnifican las cosas”, contaban. Pues lo mismo.

En el aula todo era perfecto. Venían los alumnos, les contabas el temario, intentabas poner en práctica lo que te habían enseñado, dabas siempre una pincelada de seguridad vial a todo lo que explicabas… Genial, en serio. Todo iba viento en popa y la gente se lo pasaba bien mientras aprendía bastante más que a superar una triste prueba de tipo test que les salía bien hasta a los extranjeros que no dominaban el idioma (sin ánimo de ofender ni nada).

Ah, ¿todo esto quiere decir que en mi vida nunca he enseñado únicamente a aprobar? No, por desgracia no quiere decir eso. En algún caso contado me he visto en el dilema ético de tener que dar clases sólo para obtener el aprobado. Era o eso o perder al alumno, y las autoescuelas… no son una ONG. Yo también tengo mujer, hijas y un banquero al que apadriné un día en que mejor me hubiera roto algo.

Mejor alumno suspendido que coche chocado

Exceso de confianza

Aquí entramos en el eterno debate sobre el precio de las cosas. Honestamente, yo no sé decir si el precio que se cobra por una clase práctica es o no ajustado. Lo que sí sé es que el profesor (al menos en los casos que conozco yo más de cerca) tiene un nivel de ingresos bastante normalito, y más si lo contraponemos con las situaciones de acoso vial que hay que defender con una amplia sonrisa, que llevamos al alumno sentado al lado, no lo olvidemos. En mi caso, cada euro estaba bien ganado.

Eso sí, cuando se me presentaba el dilema de enseñar para aprobar o perder al cliente (en términos de empresa), yo tenía un recurso. Si el alumno sabía lo que se hacía, no tenía ningún problema en hacerle pasar a examen cuanto antes. Y si el alumno era un peligro público… no me preocupaba mucho. Confiaba en que el día del examen caería y eso le haría reflexionar. Y si no reflexionaba, las prácticas obligatorias le ayudarían a comprender que lo que le contaba su profe era por el bien de todos: del alumno, para no matarse al volante, y de los demás, para no cruzárselo en el camino.

Ah, pero alguien decidió acabar con esa baza que tenía el profesor. Con la reforma del Reglamento General de Conductores se acabaron las obligatorias en diciembre de 2009, y eso que muchos celebraron como un acierto fue el mayor desastre que podía haber cometido la DGT con la formación de conductores. ¿Que el sistema era injusto? Lo injusto es encontrarte en el carril contiguo a alguien que ha suspendido diez veces y apenas ha recibido una formación adecuada hasta que la flauta le ha sonado por casualidad y le ha tocado el carnet en la tómbola.

Por otra parte, hemos pasado del “a este le suspendo porque ha pisado el embrague antes de hora y se le ha ido el coche” (“15.1.4. Pérdida de dominio”, que se llama la falta) al “este lleva diez convocatorias, ¿tú crees que si le digo que nos lleve a su casa tendrá problemas para conducir hasta allí?” Como si les supiera mal suspender a quien todavía no está preparado para circular. Como si en la Jefatura alguien les llevara las cuentas de los suspensos que anotan cada día. Como si desde arriba les hubieran ordenado ser más benevolentes, sin caer en la cuenta de que el papel del examinador no es el de supertacañón, sino el de garante de la seguridad de todos. El examinador, ahora tu amigo.

A mí ya me estaría bien que eso fuera así si la gente saliera bien formada, que el examen no debería ser un trauma ni tampoco debería suspenderse por causas que en la vida real™ no van a ser problemáticas. Pero la formación sigue siendo la que es. No es reglada ni regular ni nada de nada. Depende de la única voluntad del director del centro, del profesor y del alumno con todo lo que le rodea. Y si alguna de esas voluntades falla, el proceso de enseñanza – aprendizaje falla.

No hay mecanismos para reconducir la situación, y el único que existía, la formación obligatoria, la DGT se lo cargó. ¿Será que no les interesa el sector de la formación vial? ¿O será que les interesa demasiado, pero resurgido de sus cenizas de otra manera, montado a su manera? En mis delirios puedo vislumbrar que algunos ya se frotan las manos, justo antes de quedarse con un pastel que hasta ahora estaba demasiado atomizado para su gusto. Enhorabuena a los premiados.

Adiós a la formación vial

coche mal aparcado

Conducción eficiente, cursos de recuperación de puntos (quienes puedan hacerlos), cursos del CAP... Todo eso son parches para hacer ver que se reflota un sector en el que durante un solo año perdieron su puesto de trabajo miles de personas. El número exacto no lo tengo ni lo quiero. Cuando íbamos por 6.000 dejé de contar y me puse a elucubrar que, si en vez de miles de microempresas hablásemos de una multinacional, estaríamos en los sumarios de todos los telediarios, día sí, día también. Mientras tanto, la expedición de permisos de conducir seguía en caída libre.

Las razones de esa caída estaban más que cantadas. Tú coge una pieza de dominó, y otra y otra, y las vas colocando en un jardín enorme. 47.150.819 piezas, una por cada habitante de España en enero de 2011 según el INE, y las dispones concienzudamente trazando el dibujo que más te guste. Cuando lo tengas listo, le pegas un mandao a la primera y la envías al paro, y tú ya verás lo que tardas en tener a toda una población hecha unos zorros. Algunos resistirán más, otros menos, pero el efecto dominó seguirá adelante si nadie pone remedio.

Y para las autoescuelas, ¿cuál era la solución? Pues más de uno, en su desesperación (supongo) recurrió a las ofertas trampa de la autoescuela. Como bien decía Javier en su día, con un poco de honestidad uno no puede garantizar un precio cerrado a priori, porque cada alumno es un mundo. Claro, que si industrializamos el proceso y tiramos de estadísticas, todos sabemos que algún alumno se quedará sin comer pollo por otro que se haya zampado dos.

No. Por muy desesperado que uno esté, hay principios a los que no debería renunciar. Si es que los tuvo alguna vez, claro. En esta entrega de fauna en ruta que cierra todo un ciclo personal y profesional, no sólo me reafirmo como anticorporativista (tú dirás), sino que me despido, al menos por el momento, de una profesión que me ha dado muchos momentos de satisfacción pero también muchos sinsabores. Al acabar el mes, yo también estaré en la calle y diré adiós al doble mando. Si me dejan, seguiré por aquí aporreando las palabras, por si las quieres leer.

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