No es un secreto que los teléfonos móviles son hoy en día un apéndice para muchos de nosotros. Ni que usar el móvil mientras se conduce un coche es causa de distracción; bueno, o esto último tampoco debería ser un secreto. O estás por una cosa o estás por la otra, como me decía mi madre cuando era pequeño, o si se quiere en un formato más refranero, quien mucho abarca poco aprieta.
La atención que podemos prestar a los estímulos que percibimos mientras conducimos es limitada. Sin embargo, aunque a muchos todo esto nos suene a perogrullada, el móvil sigue siendo una de esas fuentes de distracción al volante que no se percibe socialmente como un problema real. Y lo es.
Hace dos semanas yo mismo me hacía eco en Motorpasión Futuro de las investigaciones que afirman que usar un smartphone en el coche conlleva más riesgo vial que beber o fumar porros al volante, y anteayer conocíamos por los compañeros de Xataka Móvil el caso de una chica que falleció en Canadá por cartearse con su novio por el móvil mientras conducía.
Confieso que lo de la chica en cuestión me dejó un poco tocado, más que nada porque vi los mensajes que se había intercambiado con su chico (no inserto la imagen a propósito, sólo la enlazo aquí por si tú también los quieres ver, ya que el chico los ha hecho públicos en Facebook para concienciar a la gente) y pensé, una vez más, en lo del instante que lo cambia todo.
La falta de atención al volante es un riesgo real
Yo creo que nadie en su sano juicio conduciría con los ojos cerrados o como quien juega a la gallinita ciega, con una venda en los ojos. Está claro que conducir sin ver el horizonte, antes o después, nos puede llevar a chocar contra un elemento, el que sea. Hasta ahí, estamos de acuerdo, quiero creer.
Sin embargo, cuando hablamos de combinar el volante con alguna otra actividad, comienzan las quejas. “Oye, que yo no aparto la mirada de la carretera mientras hago lo que sea”, me dice uno por ahí. Y la verdad es que no siempre es necesario apartar la mirada para distraernos de la conducción.
Si tengo una parte de mi cerebro descifrando lo que me están contando, calculando lo que le responderé a mi interlocutor, pensando en cien mil historias que no tienen nada que ver con el tráfico que me rodea, dejaré de ver a tiempo lo que tengo ante mí. Es lo que se llama ceguera por falta de atención.
Por cierto, si normalmente te recomiendo que consultes los enlaces que te proporciono, en este caso de la ceguera por falta de atención además te digo que te resultará divertido ver cómo tu cerebro te toma el pelo. O cómo te lo tomo yo con la ayuda de tu cerebro. O cómo te lo tomas tú mismo. En fin, léetelo con detenimiento y déjate llevar por el juego que te propongo allí, anda, que yo te espero aquí.
La falta de percepción del riesgo es un riesgo traidor
Había por ahí un estudio de Fundación Mapfre que cifraba en un 61 % el porcentaje de conductores jóvenes que veían muy poco probable la posibilidad de pasar a ser protagonistas de un siniestro vial… cuando precisamente los jóvenes tenían los hechos derivados de la circulación de vehículos como primera causa de mortalidad.
Y eso nos lleva a otro tipo de ceguera, que es totalmente psicológica. La ceguera de pensar que “eso a mí no me va a pasar”. Evidentemente, todos los extremos son chungos, de manera que no es cuestión de conducir con miedo, pero tampoco es lógico creernos inmortales al volante. Nadie lleva apuntado en la agenda: “hoy me la pego”. Si no tenemos una cierta conciencia de riesgo, estamos en riesgo.
Me viene a la memoria otro ejemplo, esta vez de una chica estadounidense que murió instantes después de teclear en su muro de Facebook: “Conducir y Facebookear no es seguro, jajajajaja”. No era seguro, desde luego. Pero la chica no era consciente del riesgo real que corría. Sus padres cuentan el caso por lo que suelen contar sus casos los familiares de las víctimas: para que no le ocurra a nadie más.
Por eso, de vez en cuando me permito compartir contigo estas cosas que realmente suceden. No por amargarte el día, que ya sabes que a mí me gusta que lo pasemos bien los lunes por la mañana, sino para que los dos, tú y yo, recordemos que estas cosas pasan por unas causas determinadas. Tú y yo, porque no quiero ni que a ti se te pase por alto… ni que a mí se me olvide.