Tienes un taxista dentro de ti, pero no lo sabes
Admítelo de una vez: tienes un taxista viviendo dentro de ti, aunque te niegues a aceptarlo. Y no, no hablamos de que cobres a tus acompañantes por cada trayecto que realizas con ellos, que eso es meterse en terreno pantanoso y podríamos salir apedreados. Estamos hablando más bien de ver la paja en el ojo ajeno y no los Altos Hornos de Vizcaya metidos todos ellos en el globo ocular propio.
Sí, porque sabemos que vilipendias a los taxistas cuando les ves hacer algo que ellos justificarán de manera invariable con el mito de darle a la rosca sin parar 36 horas cada día. Pero sabemos también que, después de todo, en cuanto crees que los demás no te ven tiendes a imitar a los taxistas en fondo y forma, y lo haces cumpliendo uno o varios rasgos de estos que a continuación te detallamos:
1. No, no es "un momentito de nada", y lo sabes
Te cabreas cada vez que un taxi se te planta en todo lo que es delante para soltar allí a la abuela que lleva a bordo canario, mecedora y bastón, pero sabes más que bien que cuando llevas a la suegra eres incapaz de decirle que no cuando te insta a que detengas el coche ahí en medio porque ella lo vale más que si fuera de L'Oréal. Y si detrás de tu coche se forma el Armagedón de los atascos, te consuelas pensando que si no llega a ser por ti, habría sido por cualquier otro.
2. Aprovechando el hueco hasta lograr adelgazar
Si hay algo que caracteriza al buen hacer del taxista es el mérito de llegar antes de haber salido, para lo cual es imprescindible saber aprovechar el hueco donde sea, como sea y cuanto sea necesario. Es algo que, bien lo sabes, te repatea los higadillos, pero que intentas reproducir a poco que tienes una ocasión para hacerlo. Eso sí, como la experiencia es un grado debes reconocer que como el hueco aprovechado por un taxista fetén, no hay nada en la vida. Pero igualmente lo sigues intentando.
3. Pero invadiendo dos carriles porque estás gordo
Cuando lo ves desde fuera, plantando medio Škoda en el carril de al lado (aunque el de la foto sea un Peugeot), no puedes evitar cabrearte por todo lo alto mientras ves cómo él se sale por todo lo ancho. Eso sí, cuando te toca a ti pasearte por una de esas calles que se quedaron a la medida del 600 que tenía el abuelo te falta tiempo para mentar a la madre del concejal de Urbanismo por no haber repintado ya todos los carriles y así adaptarlos a tu expansiva forma de utilizarlos. Porque cuando conduces, estás que te sales.
4. Mamá, mamá: sin pies, sin manos... fin fienfef
Te pone de muy mala leche que el taxista tipo lleve una mano en el móvil, otra en la emisora, otra en el GPS y otra al final del brazo que cuelga por la ventanilla. Pero este sabio hexápodo sabe casi tanto lo que se hace como tú cuando dices que por echar una ojeada al guásap no pasa nada o que mientras mantengas los ojos perdidos en el horizonte, todo irá bien. Como si los tuvieras conectados al cerebro mientras decides qué emoticono le sueltas a tu colega para decirle que nanái.
5. Siempre con un humor de perros al volante
Quizá tú no escuches a cierta emisora de radio que es como el credo generalizado de los taxistas que tanto detestas, pero la verdad es que cuando te pones al volante y te pones a dar vueltas por toda la ciudad tu sentido del humor se canifica a la misma velocidad que le ocurre a los pesetos. No intentes negarlo porque Mr. Walker y Mr. Wheeler te vigilan con sus dos ojos únicos y compartidos.
6. Amarillo oscuro, casi rojo
Si en el espectro visible distinguible por el ojo humano, los colores amarillo auto y rojo se diferencian en apenas 100 nanómetros, eso no es culpa tuya. Además, ¿qué mierda de color es el amarillo auto, que sólo aparece en ese universo paralelo creado por la DGT y replicado por las editoriales Etrasa, Pons y compañía en los libros de autoescuela? Sin duda, la diferencia entre pasar en amarillo raspao o en rojo tomatina es una nimiedad, y si lo es así para los tequis, lo es para ti también.
7. Cediendo menos que Gollum
Y si un semáforo en rojo es una opinión que como otra cualquiera es susceptible de ser discutida, ya de stops, cedas el paso y pasos de peatones mejor ni hablamos, claro. Tú se lo recriminas a todo aquel que taxi en mano cede menos que Gollum en sus buenos tiempos, pero sabes de sobra que a la que te despistas tiendes a cojear del mismo pie, que tienes bien asimilado que cuando uno da se queda con menos y que más vale llegar pronto que tarde. Así que las cesiones, para los equipos de fútbol. Y las cesiones de paso, para los pusilánimes del asfalto.
8. Y sí, tú también das más vueltas de las necesarias
Y ya para terminar... si hay una cosa que no soportes de los pesetos es que las pocas veces que te han llevado del Aeropuerto de Barajas hasta Aluche te hayan dado un pequeño rodeo por la M-∞ que aprovechaste para conocer Sant Feliu de Guíxols, Torremolinos y Betanzos de una tacada. Pero has de admitir que a veces a ti también te ocurre: que cada vez que pasa por tu coche un bellezón escultural eres incapaz de centrarte en la ruta más corta y haces lo que sea para alargar el momento.
Hasta que se da cuenta de que se ha equivocado de coche y tú no eres su pareja. Claro, que para eso se hicieron los cierres centralizados con cancelador de las manillas interiores, ¿no es cierto?