La compra de un coche tiene algunas características especiales que no están presentes en ningún otro tipo de adquisición. En primer lugar, es en la mayoría de los casos (después de un inmueble) el bien más caro que compremos a lo largo de nuestra vida.
Para seguir, es un bien de larga duración, lo que implica tener que asumir una serie de gastos a lo largo de la vida del vehículo para garantizar su buen funcionamiento.
Todos estos factores hacen que nos pensemos mucho el coche que vamos a adquirir, pero una vez hecho, la relación que se establece con nuestro vehículo nuevo es al menos digna de analizar.
Fase 1: Histerismo
Por fin, tras más tiempo del que pensábamos esperando a que nos entreguen el coche, nos llaman del concesionario para recoger el coche. El primer trayecto es una mezcla de miedo, asombro y emoción.
Una vez adaptados a nuestro coche, entramos de lleno en la fase del histerismo. Mientras ésta dura tratamos a nuestro coche como si se tratara de una joya, haremos trayectos totalmente innecesarios con tal de usarlo y nos dolerá en el alma cada uno de los pequeños arañazos que vaya teniendo (que por supuesto recordamos a la perfección).
Además la limpieza y el mantenimiento del vehículo se convertirán en nuestra obsesión. Nos acabaremos descubriendo a nosotros mismos limpiando el coche a mano con un trapo especial para no dañar la pintura, y por supuesto miraremos con cara de odio a todo aquel que se atreva a mancharnos las alfombrillas.
Fase 2: Distanciamiento
Para salir de la primera fase es necesario que se produzca un punto de inflexión, que suele tener lugar al llevar el coche al taller para pasar la primera revisión, para reparar una avería o como consecuencia de algún golpe.
De repente nuestro precioso coche ya no es esa máquina perfecta que jamás fallará. Es mortal, y eso nos sorprende, y nos hace entrar en la segunda fase. Durante esta fase el cuidado de nuestro vehículo se relativiza.
Los pequeños golpes, de los que ya no nos acordamos, ya no son tan importantes, y el mantenimiento ya no nos quita el sueño. Pasará por el taller cuando tenga que hacerlo, pero no antes, que no están las cosas para tirar el dinero.
La otra característica fundamental que define esta fase es que empezamos a comparar los modelos más nuevos con el nuestro, que evidentemente se va quedando anticuado. Nos empieza a parecer un error no haber equipado nuestro modelo con algún extra en concreto, que los nuevos modelos traen de serie, y que ahora nos costaría un dineral equipar.
Algunos, incapaces de avanzar a la siguiente fase, volverán a la fase uno directamente mediante la compra de un vehículo nuevo, pero no es lo habitual.
Fase 3: Redescubrimiento
A diferencia de la transición entre las fases uno y dos, este cambio de actitud hacia nuestro coche es gradual. Ya no lo comparamos con los coches más nuevos que van saliendo al mercado, si no con aquellos que son más viejos que el nuestro, y descubrimos que no está tan mal.
Tampoco echamos de menos los nuevos sistemas que los coche van incorporando, ya que consideramos que son en gran parte una maniobra de las marcas para que nos volvamos a comprar un coche nuevo.
Además, durante la fase del redescubrimiento, hay una repetición a escala, de los comportamiento que tuvimos durante la primera fase, que nos ayudan a convencernos de que nuestro coche aun en bonito, y de que no se le notan mucho el paso de los años.
Esta fase viene acompañada en algunos casos por la incorporación de algún sistema que mejora el coche (un manos libres por ejemplo), que reforzará la idea de que no necesitamos un coche nuevo. El final de esta fase estará entonces cerca, y viene marcado casi siempre por una avería importante.
Fase 4: Cariño y despedida
Como decíamos más arriba, el comienzo de esta fase se caracteriza por las averías. Como todos los coches, cuando pasan los años el desgaste empieza a hacer efecto y las visitas al taller son más frecuentes.
Aún así, con cada nuevo arreglo, vamos teniendo la sensación de que nuestro coche nos ha dado un gran servicio durante mucho años y muchos kilómetros, por lo que relativizamos sus fallos y el dinero que nos cuestan sus achaques.
Normalmente durante la cuarta fase solemos ponerle al coche un apodo, que enfatiza la sensación de que es un vehículo único, como si no hubiera miles como él dando vueltas por todo el mundo.
Esta fase puede tener duraciones muy diferentes, dependiendo de cada cual, pero siempre acaba de la misma manera, con una despedida, que nos hará recordar todos aquellos momentos que vivimos junto con nuestro coche, y sin el que estos no hubieran sido posibles. Afortunadamente, llegados a este punto, estamos a punto de volvernos unos histéricos con nuestro nuevo coche.
Nota: Por supuesto estas fases no son más que una exageración, aunque más de uno (yo el primero), se pueda haber visto reflejado.
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