Cada vez más, la electrónica se sitúa entre las acciones del conductor y las reacciones del vehículo. Con todo, el conductor sigue siendo hoy por hoy un elemento principal en la seguridad vial. El máximo responsable de lo que ocurre cuando va al volante, dicen algunos. No sé yo si exagerar tanto, pero realmente es el conductor quien con sus conocimientos, su forma de ponerlos en práctica y su actitud puede contrarrestar los efectos de prácticamente cualquier factor de riesgo que encuentre a su paso.
A menudo nos quejamos de que tenemos unas carreteras que dan pena, con más curvas que Montserrat Caballé en traje de neopreno y con unos baches que si se llenaran con agua de lluvia podrían abastecer a varias ciudades de tamaño medio durante meses. Es cierto, pero no menos cierto es que un conductor falto de buenas aptitudes y/o actitudes es el mejor aliado de esas circunstancias. Dicho de una forma llana: si la carretera está hecha una mierda, lo peor que podemos hacer es lanzarnos por ella sin estar al 100%.
Lógico. Pero, ¿qué quiere decir no estar al 100%?
Conducir es una actividad compleja en la que se ponen en marcha una gran cantidad de procesos, tanto mentales como físicos, de la persona. A medida que se traslada con su vehículo, el conductor va recibiendo una serie de estímulos, pero selecciona tan sólo aquellos que le resultan relevantes, luego los compara con su experiencia y decide en consecuencia para luego actuar de forma adecuada. Todo eso se produce en un tiempo dado, que llamamos tiempo de reacción.
Todo el tiempo que tardamos en reaccionar ante un problema es tiempo que perdemos. Y como resulta que mientras no reaccionamos seguimos viajando a la velocidad que llevábamos, esa pérdida de tiempo se traduce en una rápida pérdida de la distancia que nos separa hasta el problema. Conclusión: si reaccionamos demasiado tarde… pues eso: será demasiado tarde. Por muy bien que frene nuestro vehículo, habremos perdido un espacio de vital importancia y quizá ya no podamos recuperarlo.
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¿Seguro que controlas?
Cuando una persona conduce hasta el más mínimo detalle de su estado psicofísico es importante. Un clásico en este aspecto es el consumo de alcohol y drogas combinado con la conducción. El siguiente cuadro muestra cómo reacciona el cuerpo a medida que la tasa de alcoholemia aumenta. Incluso con poco alcohol en sangre, las aptitudes del conductor no son las que deberían ser:
Aquí viene cuando el conductor que bebe “con moderación”, tal y como piden los fabricantes de alcohol, me cuenta que esto va según las personas. No diré que no, pero cae por su propio peso que la persona que bebe no es la más indicada para evaluar su propio estado antes de ponerse a conducir. Y esto es así básicamente por dos motivos: el primero, que uno de los primeros efectos del alcohol consiste, precisamente, en enmascarar las percepciones de la persona que bebe; el segundo, que el alcohol tarda un cierto tiempo en hacer efecto, por lo que una persona que piense que todavía está bien y siga bebiendo va a dejar de estar bien un rato después, justo cuando se halle al volante.
En cualquier caso, cada vez más gente tiene claro que beber y tomar drogas es incompatible con la conducción, como también lo es el consumo de determinados medicamentos. Sin embargo hay otras cuestiones que no son menores y que también pueden afectar al modo en que la persona reacciona ante las situaciones que se le presentan de forma cotidiana.
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La higiene postural, básica en la conducción
La postura que adopta el conductor en el asiento puede condicionar enormemente su conducción. Si se coloca demasiado alejado del volante, como quien se echa una siesta, no tendrá capacidad de reaccionar adecuadamente ante un imprevisto, además de quedar expuesto a un desnucamiento en caso de colisión; si se empotra contra el salpicadero, en plan cangurito, sus brazos y piernas chocarán contra todo lo que pillen, por lo que tampoco podrá maniobrar de forma normal y se fatigará a los pocos minutos de travesía. Finalmente, agarrar el volante con una sola mano supone jugar a la ruleta rusa de la falta de control.
En efecto, la buena posición a los mandos es primordial, pero no menos importante es la forma de accionarlos. Un ejemplo de esto lo tenemos en cómo tomar el volante con las manos. Se calcula que un 80% de los conductores lo hacen de forma incorrecta, según datos del SCT.
Pero la correcta higiene postural no sólo debe observarse cuando nos sentamos al volante, sino en cualquier incidencia que nos pueda surgir durante el viaje. Por ejemplo, el hecho de cambiar una rueda supone levantar un buen peso, a veces extraerlo del maletero, y hacerlo rodar hasta el punto donde reemplazaremos la rueda defectuosa. Es necesario mantener la espalda erguida y flexionar las piernas y nunca la zona lumbar: de esta forma evitamos castigarla tontamente. También es recomendable mantener los pies separados y uno de ellos en la dirección del movimiento que efectuamos.
La salud, como motor de la atención
Mientras dura el viaje, el conductor debe mantener por lo general un nivel medio de atención: no debe andar ni poco atento, porque tenderá a despistarse o incluso dormirse, ni excesivamente atento, ya que de esta forma aumentará su fatiga y con ella el cansancio, acabando seguramente en una de tantas distracciones cuando no en un microsueño que puede resultar letal.
Al final, debemos entender que si nuestro vehículo reacciona como reacciona es porque nosotros como conductores así lo decidimos. Y que nosotros como conductores decidimos los que decidimos en función de unos conocimientos, unas destrezas y unas actitudes que tenemos hacia la conducción. Pero todo esto queda en nada si no estamos finos.
¿Y cuál es la clave para estar finos? Claramente: llevar a cabo una vida lo más saludable posible, tanto en nuestra vertiente física como en nuestra parte psicológica. No, no es necesario matarse a hacer pesas en el gimnasio ni comer verduritas a todas horas, pero sí conviene dormir de forma suficiente como para estar descansado antes de conducir y alimentarse de forma equilibrada para evitar que la fatiga o el adormecimiento nos sorprendan en el peor momento. En el aspecto psicológico, basta con saber desconectar y dejar los problemas fuera del coche. ¿Sencillo? No, pero las consecuencias de conducir distraídos por un cabreo mal llevado pueden ser fatales. Por muy serias que sean nuestras preocupaciones, habrá que considerar si vale la pena aumentarlas sufriendo un accidente por su causa.