"El automovilismo como medio de recorrer grandes distancias en un espacio mínimo de tiempo, no parece destinado a alcanzar gran fortuna. Una velocidad de 80 á 100 kilómetros por hora será siempre peligrosa para un carruaje que no tenga guías metálicas para sus ruedas, por mucha que sea la habilidad y la sangre fría del conductor".
Así lo aseguraban los autores del almanaque El año en la mano, publicado en la Barcelona de 1908. No les convencían los coches como medio de transporte, aunque sí lo hacían los camiones, que se presentaban como "un auxiliar precioso para la industria de transportes".
El tren, como símbolo de progreso
Eran otros tiempos. A mediados del siglo XIX el ferrocarril había hecho su entrada triunfal conectando por vez primera dos poblaciones de la España peninsular: Barcelona y Mataró. Con el precedente exitoso del ferrocarril en Cuba, estrenado en 1837, el empresario Miquel Biada, originario de Mataró, impulsó la contrucción de una nueva vía férrea que diera un sólido empujón a la modernización del país.
Así, ambas ciudades quedaron unidas el 28 de octubre de 1848 a lo largo de unos 29 kilómetros de vía férrea. Durante la jornada inaugural, el viaje de vuelta, exento de los actos institucionales que precedieron al viaje de ida, se realizó en tan sólo 35 minutos.
El shock debió de ser tremendo en la sociedad de aquel momento. Tanto, que pronto se popularizó un dicho que representaba de forma gráfica el progreso que prometía la llegada del ferrocarril:
"Jamás tal cosa se vio: el comer en Barcelona y el cenar en Mataró".
Antes de eso, caballos y carretas. Horas de viaje, paradas de refresco y noches de descanso. Como referencia actual tenemos que, hoy en día, la distancia entre las estaciones que vieron nacer aquel ferrocarril se cubre en una media hora de coche desviándose algo de la ruta del tren, que aún hoy pasa a ras de costa, y sin contar, claro está, con posibles retrasos por problemas de tráfico.
Con semejante contexto, no es de extrañar la referencia al uso de raíles en relación con la circulación a altas velocidades. Un automóvil nunca sería, desde la perspectiva de un cronista del siglo XIX, tan seguro como para poder prescindir del moderno guiado por medio de una vía férrea.
Los camiones automóviles, como aliados muy válidos para evitar traqueteos y para reducir costes
"A principios de 1907 se celebró un concurso para saber cuales eran los carruajes automóviles que ofrecían mejores condiciones para el transporte de carga y hubo algunos modelos, singularmente los que representan nuestros grabados, que, á juicio de cuantos presenciaron las pruebas, ofrecen toda suerte de buenas condiciones".
Los periodistas de la época destacaban dos unidades. Una montaba cuatro ruedas y la otra, seis. No se trataba de un Sextoauto, como la aberración aquella de Milton Reeves, sino de un camión dotado de cuatro ruedas en la zona de carga.
En aquella primitiva comparativa de camiones, se explicaba lo siguiente:
"Ambos reunen excelentes condiciones á pesar de esa diferencia de órganos de locomoción, y en la práctica, en un recorrido de 420 kilómetros, resistieron igualmente ambos carruajes y avanzaron con una velocidad casi igual, sin que se notara gran ventaja en favor de ninguno de ellos".
Entre las bondades del novedoso sistema de transporte automóvil se glosaban la velocidad continua, "que no puede dar ningún animal de tiro", además de la mayor capacidad de carga y "menos traqueteo que los carros y camiones ordinarios".
También el mayor rendimiento económico era un punto a favor de los camiones automóviles, que "resultan más económicos que los carromatos con sus dos caballerías". Sí, la revolución del transporte pasaba ya entonces por recortar costes de estructura.
En este apartado, se esbozaba además una ventaja del camión frente a los abuelos de los actuales turismos:
"Cómo el mecanismo es mucho más sencillo que el de los automóviles de gran velocidad, las averías no son frecuentes y cuando se producen no cuesta mucho dinero repararlas".
De nuevo, la velocidad se ofrecía como una barrera lógica, cuando en la rumorología popular todavía resonaba el mito según el cual 100 km/h marcaban un límite entre lo que podía y no podía soportar el cuerpo humano en movimiento. ¿Cuánto alcanzarían los camiones sin raíles, para que recibieran tantas alabanzas en detrimento de los temerarios automóviles de alta velocidad? Sigamos leyendo:
"La contrucción de estos automóviles de carga constituye un gran adelanto para la industria de transportes, puesto que, por término medio puede calcularse que avanzan á 15 kilómetros por hora, á plena carga, velocidad que jamás alcanzarán mulos ni caballos".
Como habría dicho Henry Ford, si él hubiese solicitado a sus clientes ideas para un nuevo producto, ellos le habrían pedido caballos más rápidos. En este caso, la cita se aplicaría textualmente. Salvo excepciones, tendemos a evaluar lo que nos rodea en función de lo que conocemos. Quienes traspasan ese umbral innovan, y quienes logran éxitos con sus innovaciones pasan a la historia como visionarios.
Agradecimientos | La Cabeza Llena