Otra vez vamos a hablar de cementerios, pero lo curioso es que esta vez es un coche enterrado en un cementerio de personas. Y por qué os preguntaréis. Fácil respuesta, Lonnie Holloway parece que tenía tres cosas en su vida que deseaba llevarse al otro mundo: su esposa (fallecida con anterioridad y que ahora descansa a su lado), su 1973 Pontiac Catalina y su colección de armas (para que no caigan en malas manos, literalmente).
Sus amigos, a sabiendas que era su último deseo lo cumplieron y ahí lo tenemos, sentado al volante de su clásico y listo para conducir por, quien sabe, la famosa Highway to Hell. Esto sí es tener amor por su coche y no el que demostramos cada domingo cuando le damos los mimitos necesarios en un túnel de lavado.
Y si, para el que lo piense, es pura coincidencia que me ponga a escribir de cementerios dos días seguidos, sean de coches o de personas. Ni me estoy desviando del buen camino ni cosas peores que os podáis imaginar. Sigo tan normal como siempre.
Vía | New York Times
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