Cómo construí mi propia furgoneta camper paso a paso: una historia de sueños y pesadillas por el amor de viajar a mis anchas
Viajar en una furgoneta camper mola, y mucho. Esto es así, y costaría encontrar a alguien que al menos una vez en la vida no se haya planteado hacer una escapada con una furgoneta o incluso camperizar una, ya sea en plan bien o a lo casero con sus propias manos.
Hoy vamos a contar mi experiencia personal: la de alguien que se emperró en hacerse una furgoneta camper paso a paso, y veremos cómo fueron el proceso previo, la transformación y, a partir de ahí, cómo han cambiado mis vacaciones y escapadas de ocio.
Cómo comprar una furgoneta para camperizar
Lo reconozco, siempre he sido un tirao a la hora de viajar. Las vacaciones tradicionalmente han sido para mí una búsqueda infinita de ofertas y lugares menos atractivos para el gran público, porque siempre me he conformado con un ocio más austero... pero que me reportara las mismas satisfacciones.
Y no es que no me guste viajar, al contrario, pero se puede decir que soy de la Cofradía del Puño Cerrao. Los momentos de paz lejos del trabajo deben ser para evadir la mente, y por eso siempre me ha gustado la idea de poder descansar de la forma más accesible e independiente posible.
Mi época de pasar los fines de semana en circuito se unió a esa mentalidad. Las motos son un hobby caro, y más si compites, así que destinando el poco presupuesto que tenía a las carreras había que recortar en todo lo demás. Comer de táper, beber agua que duraba fría lo que aguantasen los frigorines y para dormir… dentro de la furgoneta abrazado a la moto o fuera, en una tienda de campaña.
Más tarde, durante otra época, también hice vida en la cabina de un camión. Frío que no te deja conciliar el sueño en invierno, calor que te deseca en verano y la higiene justa eran parte del día a día. Viajar con lo puesto, con la casa a cuestas, las soluciones imaginativas y la improvisación hasta me parecían alicientes mirándolos luego con perspectiva.
Ya sea por trabajo, por aficiones o por practicidad, siempre he mantenido una furgoneta como vehículo principal. Cuando tocó cambiar de coche lo cambié… por una Citroën Jumpy L2H1 (segundo largo y altura normal) y fue entonces cuando una voz empezó a susurrarme: "Oye, úsame en vacaciones. Sólo tienes que limpiarme bien y tirar un colchón dentro. Como en los circuitos, pero sin los vapores tóxicos de la gasolina".
Lo hice una primavera, y... ¡fail! Caja industrial sin ventanillas, ni ventilación, ni aislamiento. Aquella Jumpy era un horno de día y un congelador de noche. Luego dejé de necesitar una furgoneta a diario, y la misma voz se mantuvo con otro mensaje: "Cámbiame por otra furgoneta", me decía. ¡Maldita sea! Ya no podía sacar aquel mensaje de mi cabeza.
En lo económico, teniendo lo justo para tirar mes a mes no iba a ser posible, así que me autoconvencí de que me tendría que conformar con lo que tenía. O... no. Tiempo después hice un viaje a Portugal en coche y me alojé en un apartamento. Entre las idas y venidas al volante hacia/desde playas semisalvajes y poco masificadas, siempre usando el apartamento como campamento base, acabé más cansado de lo que fui para allá, y bastante frustrado.
Entre lugares idílicos plagados de autocaravanas y furgonetas campers, estuve más pendiente de sentir envidia que de disfrutar. Empecé a odiar aquel apartamento que había alquilado y sin darme cuenta ya había tomado una decisión: quería una furgoneta camper.
De hecho, fue allí mismo, en Portugal, donde quedó inaugurado oficialmente un largo periodo de búsqueda que culminaría en la furgoneta camper con la que ahora disfruto de los viajes.
Quiero una furgoneta camper: empieza el proceso de compra
A partir de ese momento el resto fue una cascada infinita de decisiones, incertidumbre y dudas acompañadas del vértigo de asomarme al precipicio del "¿será la decisión correcta?". Después de haber pasado por todo el proceso, la mejor forma de saber hacia dónde hay que tirar es otra pregunta de la que sólo uno mismo tiene la respuesta:
"¿A qué estás dispuesto a renunciar?".
En una camper el espacio es limitado, SIEMPRE. Por grande que sea la furgoneta, no se pueden tener las mismas comodidades que tienes en una casa. Partiendo de esta base, hay que empezar a quitarse cosas. Por otro lado, también hay que tener en cuenta que el mundo camper no es barato, así que las comodidades tienen como condicionante un elevado coste económico.
A la vuelta de Portugal empecé a ahorrar tanto como pude mientras el veneno camper se iba extendiendo por mi ser. No podía dejar de buscar entre los anuncios clasificados, pero por desgracia todo lo que veía se escapaba largamente de mi presupuesto.
Primero me planteé camperizar la Jumpy en plan do it yourself porque era lo más económico, hasta que me acordé de lo poco satisfactoria que había sido mi primera experiencia con ella. Descartada la Jumpy, empecé a buscar opciones viables para sustituirla. No necesitaría mucho más espacio así que con algo un poco más grande tendría de sobra… o eso pensaba yo.
Buscando Volkswagen Multivan T4 como tope para mis bolsillos me di cuenta de que iba a gastarme relativamente mucho en algo que me ofrecía muy poco de todo, porque esas furgonetas están muy caras. Poco espacio y pocas posibilidades de habitabilidad.
En realidad, admiro lo muy valoradas que están las Volkswagen, pero por lo mismo que me costaba una Multivan del 96 muy usada sin aire acondicionado y nada de mobiliario, podía tener otras opciones más modernas y con menos kilómetros de otras marcas.
Además tenía muy claro cuál era mi primer must, mi condición irrenunciable: quería poder ponerme de pie dentro de la furgoneta. Parece una tontería, pero hay una gran diferencia de habitabilidad si puedes estar de pie a tener que pasar el tiempo sentado o tumbado. Psicológicamente ayuda tener espacio interior donde habitar sin agobios. Y si las Multivan con techo elevable disparaban su precio; las California ya… te puedes imaginar.
Había que buscar otras opciones. Los filtros de búsqueda fueron evolucionando al mismo ritmo que ascendía el presupuesto, hasta que un día subí a una Jumper con caja L1H1 (caja corta y altura convencional). ¡Ding! Premio. La búsqueda cambió por completo. Podía ponerme de pie aunque un poco justo, y eso que yo no soy precisamente alto.
Por suerte o por desgracia, mi amigo Guille tenía mucho camino recorrido en el mundo camper, y fue precisamente él quien se encargó de alimentar mi furgoansiedad. Después de tener una Opel Vivaro, Guille se compró una Citroën Jumper L4H2 camperizada de fábrica, y vi entonces que la segunda altura era la idónea una vez que pierdes altura libre al instalar todo el interior, lo que incluye rastreles, aislamiento, tarima, techo...
Eso sí, la longitud L4 se me antojaba un poco mastodóntica.
Necesitaba un término medio, y la respuesta llegó en forma de una Citroën Jumper L2H2 que compré casi con los ojos cerrados y con más prisa que inteligencia por si me la quitaban. Y sí, confieso que en aquel momento yo ya estaba paranoico.
Así que vendí mi vieja Jumpy, viajé un buen puñado de kilómetros a por la Jumper y volví casi en el mismo día estando pachucho. A la vuelta, ya en casa, me encontraba aniquilado físicamente, pero muy contento. El proyecto había empezado.
Al camperizar una furgoneta, la preparación lo es TODO
En mi cabeza, la idea inicial era hacerlo yo todo, tanto arreglar lo poco que tuviera que arreglar de la furgoneta como la conversión del interior, como llevarla luego a homologar. Mi objetivo era mantener los costes al mínimo, y lo quería todo legal, pero echando mucho trabajo ya que no tenía demasiado dinero.
Bien, pues la realidad me dio un bofetón en la cara como pocos antes.
La Jumper estaba bien desde un punto de vista mecánico. Tenía 148.000 km aparentemente bien llevados. Pero su buen aspecto exterior, habiendo sido repintada, ocultaba secretos, como si yo fuera el protagonista de un reality show de reparaciones y reformas.
Bajo los paneles de aglomerado atornillados a lo bruto con roscachapas encontré varios golpes en la carrocería, tanto en el techo como en las puertas traseras y en ambos laterales. Ninguno había sido arreglado apropiadamente. Por desgracia, esto es algo demasiado común en el mercado de furgonetas de segunda mano.
Tuve que usar un gato y un puntal de obra para desdoblar uno de los travesaños del techo, sacar a mano hacia fuera el marco de la puerta corredera, sustituir las bisagras laterales, reforzar las cuatro bisagras de las puertas traseras, cambiar los faros por completo porque estaban tan mal que se inundaban, arreglar filtraciones de agua al interior, levantar cemento y pegamento vertidos sobre el piso de carga, reparar cantidades industriales de óxido…
Cuando encarrilaba algo aparecían dos nuevas tareas. Era desesperante.
Me vi absolutamente superado, pero no podía dejarlo. Condensaba al máximo las horas de trabajo para poder echar tantas horas como pudiera al día en arreglar una furgoneta a la que cada vez le salían más sorpresas desagradables. La lista de piezas de recambio y materiales no paraba de crecer. Dejé de echar cuentas en favor de mi salud mental.
Lo que iba a ser un trabajo rutinario y hasta romántico, como proyecto vital, me llevó más de dos meses de trabajo todas las tardes entre semana a ratos y los fines de semana. Por las noches en invierno también me quedaba acompañado sólo por un foco portátil.
Cuando lo peor ya había pasado, no estaba ni a la mitad del trabajo que quedaba por hacer con aquella furgoneta antes de plantearme nada sobre la camperización en sí misma.
De ilusión a frustración. La furgoneta se convirtió en monotema en casa, consumió toda mi energía y casi me hizo elegir entre seguir planteándome hacer el interior o seguir teniendo pareja. La maldita furgoneta iba a ser un proyecto emocionante y satisfactorio, pero se estaba convirtiendo en una auténtica pesadilla. Literalmente. Soñaba con ella.
Mientras tanto, fui hablando con varios camperizadores. Ellos, con personal, herramientas, dedicación exclusiva y experiencia tardaban del orden de uno o dos meses en hacer un interior completo. Yo, sin nada de eso, iba a tardar más de una vida... o en el mejor caso conseguir unos resultados de mierda que me iban a asquear. Y me di cuenta de que no podía dosificar energía para hacer el interior porque yo ya estaba agotado.
Decidí que el interior lo hiciera un especialista en camperizaciones. Si lo que quería era tener una furgoneta camper de la que pudiera disfrutar en el futuro, y que de paso tuviera todo homologado para no tener absolutamente ningún problema, sería lo mejor. Una camper no deja de ser una pequeña casa en la que tienes que estar cómodo, y no recordarte los malos ratos, el trabajo, el frío o si podría haber quedado mejor.
Localicé las filtraciones, repinté el interior y apliqué antigravilla en todo el suelo del espacio de carga para prevenir oxidaciones... pero aunque parezca mentira lo que daba verdaderamente asco era la zona del habitáculo. En serio, ASCO.
Hubo que desmontarlo todo: asiento, salpicadero, molduras..., llevarlo a casa para limpiar a fondo lo que jamás se había limpiado y almacenar los diferentes elementos en la terraza, asientos incluidos. La terraza de mi casa quedó inservible durante semanas.
Debajo del suelo de goma salió un basurero entero: trozos de arizónica, gravilla, pistachos, varios coches de juguete, media docena de bolis BIC y 2,48 euros. Todo eso, de un lugar donde se supone que no debería haber nada.
Con la furgoneta en pelotas me centré en tachar tareas de mi checklist, pactando con el preparador algunos trabajos que iba a hacer yo para rebajar el coste dentro de lo posible: modificar a mano el salpicadero para alojar una radio 2DIN, instalar una cámara trasera con circuito paralelo para activarla por botón o por el sensor de marcha atrás, montar líneas de electricidad, dejar lista la preinstalación de la segunda batería, montar las cajas de fusibles, habilitar tomas USB en la zona de conducción...
Lo más difícil fue pasar la furgoneta de tres a dos ocupantes, y no por cuestiones técnicas. Los pocos asientos de pasajero individuales que hay para sustituir la banqueta doble del acompañante se venden por auténticas barbaridades, aunque uno de conductor se puede adaptar.
Así, conseguí un asiento individual, lo modifiqué y lo coloqué en el lugar de la banqueta doble sobre los mismos anclajes. Al nuevo asiento del conductor le instalé una base giratoria para que pudiera darse la vuelta.
La parte pro, mejor para los profesionales
Y así, a contra reloj, llegó la hora de hablar de lo gordo con los profesionales: ¿cómo quería el interior de la furgoneta camper? Después de mirar mucho y de hacer bocetos a escala, lo tuve bastante claro, y cuando le fui al preparador con mi propuesta, se sorprendió de lo definidas que tenía las ideas. Porque no, eso no es ni mucho menos lo habitual.
Quería una cama que fuera desmontable para poder meter una moto, pero con un tamaño más o menos convencional (1,80 x 1,20 m), no quería instalación de agua ni de gas para ahorrar costes y evitar complicaciones, así que el fregadero va con una garrafa de agua limpia y otra de sucia, quería espacio de almacenamiento de sobra…
Al final diseñé yo mismo el interior, sabía qué quería y dónde y, por ejemplo, no me importó renunciar a tener un baño cerrado porque eso supondría una cama más estrecha y condenar mucho espacio de almacenamiento.
Me senté con el especialista en camperización y le expliqué cómo quería exactamente el interior, cerramos el tipo de aislamiento, el número de ventanas y claraboyas, el tamaño de los muebles, la distribución de los espacios de almacenamiento, la altura de los arcones sobre los que se hace la cama con dos somieres.
Teniendo las cosas claras, el trabajo de los profesionales es mucho más sencillo y casi sólo queda por elegir materiales, colores, apliques, acabados… Al fin y al cabo, camperizar una furgoneta es como hacer una casa.
En cuanto al equipamiento, nuevamente intenté ahorrar en todo lo que pude. En principio no iba a equipar calefacción estática, ni placa solar, ni nevera, y lo dejaría todo para cuando ahorrase más adelante y tuviera dinero para hacerlo por mi cuenta.
Sin embargo, hacerlo todo de una vez, aunque es más costoso, ahorra quebraderos de cabeza a futuro porque todo se puede hacer a medida. Y ese "a medida" es fundamental en un espacio donde cada cosa tiene su sitio y cada centímetro cuenta.
El presupuesto se resintió, claro. Cuando se inició todo el proceso de búsqueda de furgonetas pensaba gastarme unos 6.000 euros en total. En cambio, la factura final cobró vida propia y se aproximó peligrosamente a los 10.000 euros sólo en la preparación del interior y con todos los accesorios, incluyendo placa solar con segunda batería, WC químico, calzos, oscurecedores térmicos, inversor… todo.
De esta manera, un buen día dejé en la nave del camperizador a mi amada (y odiada a partes iguales) Jumper, y un mes y medio después mi camper ya estaba terminada, homologada y con la ITV pasada.
Como un niño que subiera por primera vez en una montaña rusa, llegué y me encontré con una furgoneta completamente diferente. Donde antes sólo había defectos, mugre y desesperación, ahora había una minicasa con ruedas.
Lo más irónico fue que incluso entonces, cuando ya era momento de disfrutar de mi ansiada furgoneta camper, aparecieron un par de problemas eléctricos que me volvieron absolutamente loco. ¡Parecía una maldición! Por desgracia, fue extremadamente difícil localizarlos; por suerte, la solución fue bastante sencilla y barata.
Desde entonces tengo un pequeño apartamento móvil en el que me he gastado lo que para muchos es un dineral. "Eso es mucho dinero para gastar en aviones y hoteles", me suelen decir. Y sí, es cierto, pero aparte de que quizá el turismo de aviones y hoteles no es el que más me gusta, lo mío es otra historia. Una historia de libertad.
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