Los radares de velocidad son casi una constante en las carreteras españolas, pero no todos son iguales. La última incorporación o el último uso a los cinemómetros de nuestra red de carreteras son los radares en cascada.
Este uso de los controles de velocidad consiste en la disposición de varios cinemómetros de manera consecutiva para sancionar a aquellos conductores que desafían los límites de velocidad con la excusa de que "después de un radar no puede haber otro".
Los radares en cascada contra el exceso de confianza de los conductores
A decir verdad, los radares en cascada no son ninguna novedad técnica, ni siquiera suponen un material específico para el despliegue del operativo. Básicamente consisten en la disposición de dos o más radares controlando el tráfico en el mismo sentido a lo largo de un tramo de carretera más o menos próximo.
Para su puesta en marcha se pueden utilizar tanto varios radares móviles como la ubicación de un radar fijo combinado con alguno o algunos móviles de manera que aquellos que cobran especial relevancia sean los que se encuentran más adelante, dejando al primero señalizado o visible.
Normalmente ante la presencia de un radar, señales de control de velocidad o la creencia de que puede haber un radar en un punto concreto (pórticos luminosos, por ejemplo), los conductores tienden a aminorar la velocidad incluso si circulan por debajo del límite permitido por el efecto disuasorio que producen las sanciones.
Esta maniobra puede causar retenciones o, en el peor de los casos, accidentes por alcance al reducirse la velocidad del tráfico de manera injustificada. Además, y la principal preocupación para las autoridades competentes, esta reducción suele ir acompañada de una aceleración posterior.
Ahí es teóricamente donde se quiere luchar con los radares en cascada, contra el efecto de confianza que aporta saber que teóricamente después de un radar difícilmente habrá otros controles de velocidad más adelante, por lo que los conductores tienden a acelerar más aún del ritmo anterior que mantenían antes de llegar al primera radar.
De esta manera, con la instalación de los radares en cascada, las autoridades pretenden disuadir a los conductores de ese sentimiento extra de seguridad, o de ausencia de vigilancia, que les permite correr más después de un radar, supuestamente para reducir la siniesralidad en las carreteras españolas.