Hace algunos meses leía en una revista británica un artículo sobre las distintas colaboraciones entre los grandes fabricantes de coches. Quien más y quien menos tiene en marcha una alianza con otra marca, sea o no del mismo grupo, para abaratar costes de desarrollo.
Los ejemplos son innumerables. Subaru le fabrica el GT-86 a Toyota, que a su vez tiene un acuerdo con BMW por el que comparten motores. Si seguimos tirando del hilo, sabemos que Mercedes comparte motores con Renault. ¿Sabías que el motor del Mercedes A 180 CDI es de origen Renault?
Todas estas alianzas entre las marcas y grandes grupos automovilísticos están llevando a un fenómeno curioso. Aunque las marcas tiendan a diversificar y ampliar sus gamas de modelos más allá de lo que podría dictar la lógica, lo cierto es que de aquí a unos años todos conduciremos el mismo coche.
Vale, es cierto que tal vez hayamos exagerado un poco y esta sea una afirmación demasiado largoplacista, pero la tendencia nos lleva hacia allí. Pongamos un par de ejemplos. Mercedes ha conseguido con una misma plataforma crear tres modelos con un posicionamiento muy distinto entre ellos. Hablo de los Clase A, Clase B, CLA y GLA.
Hace unos años sería impensable que la plataforma de un compacto sirviese para desarrollar un SUV. Hoy en día en cambio esa misma plataforma y mismos motores y cajas de cambios sirven para mover a coches que deberían ser tan distantes como una berlina de tres volúmenes, un SUV y un compacto de carácter deportivo.
En mi opinión todo responde a una carencia de personalidad que empieza a hacerse patente en algunos modelos de forma muy notable. Creo que es algo que únicamente apreciamos los que tenemos la suerte de poder subirnos cada semana en un modelo distinto, pero que comienza a ser una realidad que afecta a muchos modelos.
Con el paso del tiempo, muchos nuevos modelos que se lanzan al mercado lo hacen carentes de personalidad. En los últimos tiempos me he encontrado varias veces con el mismo fenómeno, montarme en coches que a pesar de ir muy bien, parece que no tienen ningún ápice de carácter.
No parece ser un problema para la mayoría de los conductores. Estamos tendiendo a una sociedad dónde el coche cada vez tiene menos importancia. El coche que antes era una de las compras más importantes en la vida de una persona, hoy parece estar relegado a un segundo plano. Hasta un móvil es más importante que un coche para mucha gente.
Y todo parece que va a peor. Los jóvenes nacidos hace sólo 30 años no parecen mostrar demasiado interés por los coches. Si miro a mi alrededor, apenas cuento con los dedos de una mano la gente cercana (compañeros de trabajo aparte) que tenga algún tipo de aspiración automovilísticamente hablando.
Por eso, las marcas de coches están comenzando a desarrollar modelos que cumplen a la perfección con las necesidades básicas de estos nuevos tipos de clientes, coches prácticos (o no) que no siguen la evolución lógica que debería seguir la industria.
Hoy en día tenemos los mejores coches de la historia, pero todo parece indicar que la evolución tiende a estabilizarse y en muchos sentidos a estancarse. Los sistemas de seguridad seguirán desarrollándose hasta límites insospechados, pero acabaremos conduciendo coches que serán autómatas.
Si esa es la tendencia, ¿para que sirve hacer coches con personalidad? ¿Para que queremos uno u otro coche? Con tener uno que cumpla con las necesidades de espacio básicas será más que suficiente. Luego bastará con programarlo y el nos llevará automáticamente al destino.
Si esa es la tendencia, está claro que la industria automovilística y la sociedad en general va por el mal camino. Porque por mucho que todo evolucione muy rápido y que en ocasiones la propia investigación y desarrollo nos supere, nunca debemos dejar de lado el poner PASIÓN en todo lo que hacemos. Y los coches son un claro ejemplo.
