Seguro que existe algún proberbio chino que diga algo así como “Si quieres pescar en mi río, enséñame algo de pesca”. China y su mercado es para los extranjeros como un vendedor de golosinas en un colegio: un paraíso comercial. Para algunos fabricantes, China es ya su primer mercado.
Según la legislación del dragón asiático, para poder acceder a su mercado, hay que establecer alguna colaboración con un constructor local, por ejemplo, Citroën y Dongfeng. Es decir, un fabricante extranjero no puede establecerse por libre sin más, debe colaborar un poco con la industria nacional.
Según The Washington Post, es posible que esa política vaya a más, exigiendo a los extranjeros que compartan parte de su I+D y saber hacer con los fabricantes locales. Es un quid pro quo, o en castellano, “algo por algo”. A la mayoría de los fabricantes les debería compensar el intercambio.
Aunque el concepto general que tenemos de los bienes producidos en China no es el mejor posible, es una realidad en constante cambio. Muchas empresas tecnológicas de prestigio ya fabrican en China cumpliendo todos los estándares de calidad exigidos en la Unión Europea, Japón, Estados Unidos, etc.
Los chinos, que no tienen ni un pelo de tontos, quieren fortalecer su joven industria automovilística y hacerla tan competitiva como la de los occidentales, coreanos y japoneses... pero simplificando el proceso de investigación y desarrollo que ha costado décadas y salvajadas de dinero.
China es gigantesca, mastodónticamente grande. Muchísima población se agrupa en núcleos urbanos, y no le quitan el ojo de encima al coche eléctrico y los híbridos enchufables. Es más, quieren ser líderes. El Gobierno chino no ha tardado en decir que no hay nada que temer, pero desde luego esta posibilidad no es para perderla de vista.
Seguro que más de uno ha pensado el típico comentario cruel “así pueden legalizar la copia de coches”. Y en parte, más de uno tendrá razón. La copia pura y dura de coches funciona dentro de este país porque los tribunales aplican la ley de la ventaja, véase el caso del Great Wall Peri, que es CLAVADO al Fiat Panda.
Pero también hay que entender su postura. No se puede competir fácilmente con alguien que lleva años haciendo los deberes, sobre todo en un mercado que empieza a exigir calidad y no solo el mínimo precio posible. Simplificando, es como si pretendo discutir a Stephen Hawking con la física de primero de carrera. Me aplasta.
Y todo eso sin contar con que China tiene todas las papeletas de convertirse en la primera potencia mundial, de modo que es lógico que quieran ser líderes tecnológicos o, como mínimo, no quedar a rebufo de los europeos, americanos, coreanos y japoneses. O eso, o recurrirán a la técnica india: comprar marcas extranjeras, como Volvo o MG Rover.
A Tata no le ha ido mal así, precisamente. Fue toda una venganza que viene de la época colonial el quedarse con iconos de el automovilismo inglés: Jaguar y Land Rover. Para eso hace falta mucho dinero, y al ritmo al que crece su economía, parece que eso no sería un problema de importancia.
Un profesor de Macroeconomía me contó una definición muy gráfica de la economía china. Es como si fuesen a 200 km/h por la autopista y sin los frenos a punto. Definitivamente nuestra concepción sobre los coches chinos va a cambiar, por las buenas o por las malas. Las imágenes de los crash-test de algunos coches chinos quedarán en el olvido.
Si este cambio legislativo se materializa, los extranjeros no van a renunciar al pastel. Seguro que se buscan cualquier resquicio legal para compartir tecnología no-puntera con los chinos, pues el resto de automovilísticas tampoco está relleno de incompetentes. A ver en qué acaba todo esto.
Fuente | Automotive News
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