Si unimos el coche autónomo con Uber... ¿perderemos lo poco que nos queda ya de pasión?

Nuestra compañera María explicaba ayer en Xataka cómo la suma de servicios como Uber más el casi inevitable coche autónomo acabará con eso tan emocional que es elegir un coche y tenerlo. Como entendemos que eso no puede ser de ninguna de las maneras, nos hemos decidido aquí a recopilar algunas razones por las que entendemos que si Uber y el coche autónomo nos cambian el escenario, quizá sea el momento de reivindicar la pasión por el Motor.

No va a ser este, por lo tanto y a buen seguro, un artículo tan asentado sobre datos como el que presentó nuestra compañera. Quizá es cierto que esos números le dan razón a la tesis según la cual una vez que se extiendan los nuevos usos del coche las ventas a particulares caerán en picado y lo que fue toda una cultura del Motor durante el siglo XX acabará por desaparecer en cuestión de unos pocos años. Veamos por qué eso sería un tremendo error y no sería bueno que sucediera.

“Creo que en 20 años nadie va a poseer un coche. Si alguien tiene un hijo ahora, ese hijo nunca aprenderá a conducir.”
Travis Kalanick, en El País

Todo parte de unas declaraciones de Travis Kalanick, fundador de Uber, que explica en El País que el sector transporte debería asemejarse más a un servicio público que a un concepto ligado con la propiedad. Todo muy cerebral: si las carreteras son infraestructuras que como sociedad utilizamos para los desplazamientos, ¿por qué no integrar todo esto en un concepto más social y colectivo? Lo mismo, por lo que respecta al coche autónomo: si el factor humano es el responsable del 70 al 90 % de la siniestralidad vial, ¿por qué no eliminamos a los conductores y los convertimos en pasajeros?

No son malos planteamientos en apariencia. Pero le sucede a estos planteamientos lo que le ocurre a todo aquel que se deja cegar por la maravillosa asepsia que parece dar lo cerebral: tras el argumento más limpio y puro, más racional si se quiere, se esconden varios puntos que o bien son pura irracionalidad —en un sentido literal— o bien no tienen en cuenta cómo toman las decisiones los seres humanos. Todos. Incluso los que van de racionales, de asépticos y hasta de escépticos.

¿Por qué comprar, tener y mantener un coche?

Ciertamente, si sucumbimos al perfil pretendidamente racionalista casi firmaríamos que comprar un coche y mantenerlo es una ruina que no nos aporta nada más que dolores de cabeza, impuestos, alguna que otra multa si nos despistamos y casi siete años de plaga bíblica. En consecuencia, está bien que disminuya el mercado de los coches en propiedad.

Pero resulta que eso no necesariamente es así.

Por más que nos emperremos en decir lo contrario, nuestras decisiones de compra no suelen ser tan racionales como creemos. Al revés, cuando se trata de comprar lo solemos hacer guiados por lo irracional de nuestros impulsos y de nuestras pulsiones. El que quiera autoengañarse, que lo haga. Y el que quiera saber un poco más, ahí va un nombre para explorar: Dan Ariely. Tal y como sostiene en sus investigaciones, como compradores los seres racionales somos predeciblemente irracionales.

Luego, si nos ponemos tremendamente racionales, resulta que Uber puede prometer y promete un ahorro sustancial en los desplazamientos que además se plasma en un gran servicio. Todo es una maravilla, pero —y aquí viene otro punto interesante— luego le pasa al periodista que entrevista a Travis Kalanick que llega tarde a su cita porque su coche de Uber lo ha dejado tirado. Sí.

No es cosa de elevar la anécdota a categoría. Es que este es otro punto interesante: se dice que los coches están infrautilizados y que es absurdo, desde un punto de vista racional, tener un coche si sólo es para usarlo en vacaciones o fines de semana. Pero, ¿qué pasa si prefiero contar con un medio de transporte propio para cualquier urgencia? ¿Y qué pasa si quiero tener mi propio coche... aunque sea para salir de vacaciones? ¿Nos podemos imaginar que las autocaravanas sólo existieran de alquiler porque es irracional tener una en propiedad? ¡Pues vaya una leche!

Entonces...
¿cuántos de los aquí presentes comprarían o alquilarían unos calzoncillos de segunda puesta?

O no, aceptemos como buena la apuesta, y llevémosla a otro territorio. ¿Es racional, sostenible y superguay comprar ropa de segunda mano? Sí, claro, más que comprarla una sola vez y darle uso sólo mientras la tenemos nosotros, seguro que sí. Entonces... ¿cuántos de los aquí presentes se comprarían unos calzoncillos o unas bragas de segunda puesta? O incluso, ¿cuántos alquilarían unas prendas como esas? ¿No sería acaso el alquiler un acto más racional que la compra?

No, es que hay cosas que nos gusta tenerlas nosotros. Por si acaso. Ya.

Acabada toda esa supuesta racionalidad, vamos con la irracionalidad que —seguro que hay estudios médicos que lo corroboran, porque estudios médicos hay para todo— es la salsa de la vida, lo que nos da ganas de vivir y, en definitiva, lo que refuerza nuestro sistema inmunológico para que estemos mejor. Para un amante del Motor tener un coche bien mantenido es un motivo de satisfacción y de alegría que se traduce en un mejor estado de ánimo y en un beneficio para su salud.

'Money makes the world go round', pero de verdad

"Un coche compartido equivale a 32 coches que, en condiciones normales, se habrían comprado."
María González, en Xataka

No es un logro eliminar 32 coches del mercado. No, cuando hay miles de personas en nuestro país que viven directa o indirectamente de la venta de esos 32 coches. Y junto a nuestro país, en el país de al lado. Y en el otro. Y en aquel otro de allí. Y si no hablamos sólo de fabricación sino de todo aquel que vive de que alguien tenga coche, no acabamos de dar cifras en toda la noche.

No se puede vender como un éxito aquello que no lo es. Enviar a la calle a millones de trabajadores es un problema económico superior al problema que se pretende atajar. Porque, a todas estas, ¿cuál es el problema que se pretende atajar? ¿La masificación de las ciudades? ¿La podredumbre que hace que los jóvenes no tengan dinero para comprarse un coche? Esos son los argumentos.

Cierto es que hay que racionalizar el uso del vehículo privado en la ciudad. Pero racionalizarlo de verdad, no de boquilla o mediante el recurso fácil de la exterminación. No se puede pretender cerrar una ciudad al tráfico de forma nefasta y sin tener en cuenta la configuración de la ciudad y las necesidades de la población que la visita en coche porque no tiene una alternativa real.

Cierto es también que hay que buscar vías para solucionar el problema económico no ya de los jóvenes sino de la población en general. Pero ese problema económico no se soluciona echando a la gente a la calle, porque dicen que cuando eso ocurre —mire usted qué cosas— el consumo baja, los despidos se suceden y nos vamos todos a cagar a la vía, que es lo que le viene pasando a este país desde hace ya demasiado tiempo. Dicen que los jóvenes ya pasan de buscarse un coche porque no obtienen el dinero necesario —pese a los rescates bancarios, otra curiosidad de este país— y porque prefieren —y esto ya es de chiste— comprarse un móvil cada vez que se cambian de camisa.

¿No será más productivo procurar que esos jóvenes tengan un nivel de vida más acorde con los tiempos que corren, y que así puedan elegir como les venga en gana en qué se gastan su dinero, y no porque un móvil o cualquier otro gadget sea el único capricho que se puedan permitir?

Uno de los puntos de esa perspectiva pretendidamente racionalista, ahora en la vertiente económica, lo potencia el mismo Travis Kalanick cuando, en su papel de vender el producto, se dirige a los taxistas prometiéndoles la gloria si se unen a Uber, ya que con Uber vivirán mejor. En serio, lo dice en El País. Otro punto se encuentra en el lado de los coches autónomos, que prometen una movilidad segura de la que —eh, tranquilos— ya se encargarán las respectivas empresas de gestión.

Y aquí es adonde, por fin, vamos a parar. Si Kalanick se autodefinía hace poco como "un destructor de monopolios", lo cierto es que estas maniobras destinadas a la progresiva reducción del parque automovilístico tiene como efecto secundario la concentración de las ganancias económicas. En el caso de Uber, con la destrucción de los puestos de trabajo del sector taxi; en el caso de los coches autónomos, porque nadie se va a montar en su soleao un coche que le traiga y le lleve.

En definitiva, si hasta ahora podíamos pensar que la tecnología nos volvía cada vez más tontos, el siguiente paso está en que unos cuantos listos nos hagan creer que somos más inteligentes por elegir cavar nuestras propias tumbas con las caras palas de diseño que ellos mismos nos venden para que hagamos grandes sus cuentas mientras las nuestras se hacen cada vez menores.

No es un mal plan, no. Para quien lo quiera.

Uber, el coche autónomo y el futuro del automóvil, en Xataka

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