Guardia tumbado, poli muerto, lomo de asno, tope, túmulo, badén, resalto… Quizá hoy me voy a quedar con la denominación boliviana y peruana según la Wikipedia: rompemuelle. Y rompespalda, apostillo yo. Técnicamente se llaman “reductores de velocidad”, y a efectos de circulación son “resaltos” aunque la RAE los acepte como “badenes” en su quinta acepción de este término.
Sea como fuere, forman parte de nuestro paisaje urbanístico desde que a alguien se le ocurrió la magnífica idea de emplazar abruptas bandas transversales para forzar a los conductores de vehículos a aminorar la velocidad en puntos selectos de la vía, o no tan selectos, que la moda del resalto lleva a ejemplos del todo incomprensibles dentro de un esquema mental lógico, aunque de eso dará cuenta más de un lector en los comentarios (supongo), que el tema da para un libro entero.
Seamos justos, sin embargo, con la motivación que lleva al resalto. ¿Por qué alguien decide que ahí en medio de la calle esa hay que plantar un resalto, ya sea de piedra, de goma, de cemento o hecho del mismo asfalto que sin embargo no tenemos para reparar aquel socavón que data del siglo X?
La velocidad excesiva, digámoslo sin tapujos. O esta sería la motivación lógica (que esa es otra). Hay demasiados conductores que pasan por ese sitio demasiadas veces a una velocidad demasiado elevada para las circunstancias que rodean el lugar, y hay que hacer algo para conseguir una reducción de velocidad. Y ahí podríamos abrir un primer debate sobre por qué es necesario llegar al resalto, sobre por qué más de un conductor no comprende que al lado de un parque, por ejemplo, no es buena idea pasar ligero y aireando retrovisores ajenos, por si se cruza un crío y esas cosas.
Pero como sé que tú no eres uno de esos conductores y en cambio intentas adecuar siempre la velocidad a las condiciones de la vía, aunque a simple vista no observes problemas a tu alrededor, voy a seguir tirando del hilo, siempre considerando que todos los resaltos están bien emplazados, faltaría más. Tenemos, por lo tanto: una calle, un montón de coches rápidos, un problema de seguridad…
Hay más de una manera de obligar al conductor a moderar la velocidad. La primera de todas, por medio de la señalización (...). Si por lo que sea eso no funciona, siempre se puede recurrir a las chicanes, como en los circuitos de competición, y si ni por esas… pues a los resaltos que nos vamos. Pero, ojo, que sobre tipos de resaltos nos podríamos estar hablando durante un rato también.
De hecho, uno de los primeros resaltos que soy consciente de haber visto, y hablo de finales de los setenta, era un conjunto de hileras de piedras de forma cilíndrica que habían sido puestas con muy mala baba por alguno de aquellos alcaldes rancios de la época que tan buen rollito inspiraban. Era como un regletazo en las yemas de los dedos, pero trasladado a los coches y autobuses de aquellos años, tan duros y tan dados a transmitir al ocupante las inclemencias del suelo.
No creo que exista ayuntamiento que mantenga tamaño ejercicio de sadismo (y tú me dirás que sí y me darás un enlace de Google Maps para ir a la calle más vergonzosa del mundo, como si lo viera); sin embargo aquellas bandas pétreas marcaron el camino para obligar a la reducción de la velocidad sin complejos de ningún tipo, instalando bandas de dos en dos como los donuts, o hasta de tres en tres (aunque ahora para fastidiarme el post las hayan quitado de un lugar que yo me sé).
Luego se quejarán de que las piezas de goma desaparecen misteriosamente… He vivido la maravillosa experiencia de pasar por esta calle en autobús y mis vértebras aún recuerdan el acontecimiento. Claro, que para pasar con autobús o con camión… nada mejor que un cojín berlinés, con el que además si vas en coche puedes probar tu pericia al volante si no quieres salir del trance a dos ruedas. Pero tranquilo, que si tu cálculo de las distancias es correcto, no tienes nada que temer.
Luego está la otra línea, la tradicional, la que aboga por no perder los orígenes por el camino y, hombre, ya que lo de las piedras resultaba un poco bestia, bien podemos emplear el asfalto para sobreelevar un tramo de la calzada y así obligar a los conductores a frenar, por las malas o por las peores. De paso aprovechamos la infraestructura poniendo allí un paso de peatones, quedamos como Dios con los votantes transeúntes y lo pintamos todo él de colorines variopintos para: 1) alegrar el día a los moteros y darles un entretenimiento adicional en días húmedos, y 2) contravenir lo que dice el artículo 168.c del Reglamento General de la Circulación sobre este particular:
Una serie de líneas de gran anchura, dispuestas sobre el pavimento de la calzada en bandas paralelas al eje de ésta y que forman un conjunto transversal a la calzada, indica un paso para peatones, donde los conductores de vehículos o animales deben dejarles paso. No podrán utilizarse líneas de otros colores que alternen con las blancas.
Amén. Ejem.
Ah, y luego estaba el invento aquel del resalto con un gel especial... que yo nunca he llegado a ver en nuestras carreteras. Será que no es operativo o no es rentable… o directamente no interesa, la verdad es que no lo sé. Quizá el fabricante de los resaltos de goma que se emplean en la actualidad, esos de color abeja Maya, tenga más datos que yo acerca de este asunto.
¿Que hay un texto legal que dice que los resaltos no pueden ser de 3 cm o más de altura si la velocidad de la vía es superior a 50 km/h y que deben tener una altura de entre 5 y 7 cm si la velocidad es inferior a 50 km/h? Yo qué sé. Está la Orden FOM/3053/200, que en principio recoge un montón de criterios técnicos, pero también dice que se aplica “a los proyectos de carreteras que formen parte de la Red de Carreteras del Estado”, lo que con la Ley 25/1988 de Carreteras en la mano o mucho me equivoco o deja fuera las vías urbanas y otro día será, supongo.
Dicho lo cual, dejo dos preguntas en el aire. La primera: ¿Cuál debe ser, en kilómetros por hora, mi velocidad ideal de paso por un resalto para no descuajaringar el coche? Porque la que dictan las señales de reglamentación que acompañan a la señalización de peligro por la proximidad de un resalto, ya te dice mi mecánico que no. La segunda: ¿Alguien piensa meter mano de verdad en este asunto? Porque parece que haya gente a la que le intere…
Un momento. ¿Quién se ve beneficiado por estas tropelías en forma de reductores de velocidad? Pasemos lista: el de la gasolinera, porque cada resalto va acompañado de una frenada y una aceleración posterior (y que viva la conducción eficiente) y junto al de la gasolinera aquel tío que te vende frenos, amortiguadores y neumáticos dependiendo no ya sólo de cómo sea tu estilo de conducción, que también, sino de las veces que tengas que pasar cada semana por esa misma trampa.
Sigamos… El quiromasajista, claro, e incluso el traumatólogo y el nefrólogo, si no fuera porque ellos van a cobrar igualmente su sueldo de la Seguridad Social (espero). No sé si me dejo a alguien, pero en definitiva podemos considerar de todo corazón (ay, mira, también: el cardiólogo, según cómo se mire) que los resaltos son nuestros amigos porque ayudan a que la economía del país se dinamice, así que, en tiempos como los que corren, pedir su abolición o siquiera su revisión es completamente insolidario por tu parte. Y feo. ¿No te da vergüenza?
Ay, el día que a los de la Comisión Europea les dé por analizar estos despropósitos…