Cifras y letras en la seguridad vial

Decía el viernes Javier Costas que La operación salida de agosto ya no es para tanto, que ahora hay menos atascos y que con las carreteras y con los coches actuales estos malos ratos se llevan mejor. Y razón no le falta al mozo, pero lo que más me llamó la atención fue ese remanso de cualidad frente al aluvión de cantidad que en esto de la seguridad vial nos brindan los medios día sí, día también.

Que si este fin de semana habrá habido más de 6’7 millones de desplazamientos, que si en agosto del año pasado murieron 188 personas, que si cubrir un desplazamiento desde A hasta B le ha llevado esta mañana al reportero de turno 37 minutos más de lo normal… Y si vamos más allá, por unos números arriba o abajo somos capaces de declararle la guerra a quienes nos hacen sentir engañados con manipulaciones, como si los números no fueran ya de saque pura manipulación de la realidad.

¿Por qué tenemos este interés por cuantificarlo todo? Quizá sea porque, después de todo y más allá de la operatividad del número, cuantificar nos brinda una sensación de falsa seguridad. Y es que si sabemos cuán mal vamos, tenemos la sensación de que al menos conocemos los límites de nuestro problema y por tanto la cosa no es tan grave como sentirse perdido en el mar de la incertidumbre.

Va un ejemplo: si en 2009 murieron 2.714 personas en la carretera, tenemos un punto de partida para solucionar un problema. Bien, perfecto, vale, al menos eso ya lo tenemos (luego, el cómo se soluciona el problema es otra cosa): 2.714 fallecidos es un universo sobre el que trabajar.

Y de ahí vamos sacando incrementos, decrementos y porcentajes, y cada vez tenemos un retrato numérico más elaborado sobre la realidad que nos rodea. Y a medida que sacamos más números se va desdibujando cada vez más la cualidad que los acompaña, el nombre y la vida de cada uno de los fallecidos, el mazazo que supone morir en un instante. ¿Que el número no manipula la realidad? La reduce a un simple guarismo, ocultando todo lo que en principio acompañaba a la cifra.

Miento. Las estadísticas sirven también para estudiar las cualidades que acompañaban al siniestrado en el momento de la colisión, y nos detallan las características del siniestro, dando paso a esa clasificación que afirma que el conductor es responsable del siniestro en un porcentaje que oscila entre el 70% y el 90%, que un 4% al 13% de los choques son cosa del vehículo y que de un 6% a un 35% de los siniestros vienen motivados en mayor o menor medida por la vía y su entorno.

Pero a esta forma de hacer tan de nuestros días se le presenta un inconveniente en el momento en que los números felizmente comienzan a ser… bajos (aunque yo sigo diciendo que no hay motivo para la celebración mientras haya un solo fallecido en el asfalto). Y es que, cuanto menor es el número, mayor es la incidencia de una sola unidad sobre el conjunto.

Por eso, expresar alegrías o decepciones en función de unos números que varían drásticamente con un solo fallecido arriba o abajo, como ocurre cada lunes con los datos del fin de semana, me parece una metodología de trabajo cuanto menos discutible y que poco aporta al objetivo de la seguridad vial, que no es otro que evitar los siniestros viales antes de que sucedan, no agravarlos mientras suceden y minimizar sus consecuencias cuando han sucedido.

De la cifra… a la cifra plástica y la letra

Pero como la praxis habitual de los medios de comunicación y de quienes envían los contenidos a los medios para ser difundidos urbi et orbi va por los derroteros de la cifra como ilustración de la realidad, llega un momento en que con tanto pastel de números resulta necesario hacer el dato más digerible, más tangible, más plástico. Hacen falta letras para complementar tanta cifra.

Y de ahí surge lo que conocemos científicamente como el datochorras. ¿Cuántas veces no hemos oído hablar del campofútbol® (cf) como unidad de medida no oficial pero tan útil para expresar longitudes como para cuantificar volúmenes? ¿Cuántos pisosdealtura® (pa) no habremos caído a la búsqueda de una equivalencia física con la energía disipada en un choque? ¿Cuántos elefantes…? En fin, eso.

Lo más divertido del asunto es que esta creciente tendencia a la barriosesamización de la sociedad (¿he dicho barriosesamización? Ojalá, que esto no pasa de teletubberismo chupiplás) se materializa hasta en los contenidos que se da a los futuros conductores para que se hagan una idea de lo que les espera si chocan con sus vehículos. A tantos kilómetros por hora, tantos pisos de altura.

Ojo, yo mismo caí en el error de publicar hace tiempo una memez titulada Si te gusta la velocidad… elige un monumento y salta. No me lo tengas en cuenta, por favor. Con todo, la primera parte de aquel texto tenía su cosilla, y ahora me autocito, que queda así como pedante y tal… aunque siempre resulta más honrado que hablar de mí mismo haciendo como si no me conociera de nada:

Cuando hablamos sobre la velocidad, topamos con un problema de comunicación. Para comenzar, nos expresamos en una unidad que no da una idea precisa y concreta de lo que estamos contando. ¿Cuánto son realmente 50 Km/h? ¿Es mucho? ¿Es poco? ¿Cuál es la equivalencia para que esa cifra nos diga algo realmente?

Echando mano de la calculadora, sabemos que recorrer 50 kilómetros en una hora viene a ser lo mismo que pasar 13,89 metros en un solo segundo (aproximadamente). Eso ya es algo más plástico. Y práctico. Si sabemos que recorremos unos 14 metros por segundo, quizá valoremos más lo que hacemos en cada segundo, no vaya a ser que nos pasemos 14 metros de largo en el peor de los momentos.

El resto del post casi que lo dejo estar, pero esto sigue siendo válido. Si más de uno fuera consciente de cuánto espacio recorre realmente, y si fuera consciente de lo que luego necesita su vehículo para detenerse, quizá no pasaría como una exhalación por la puerta de un colegio, por ejemplo, o no se pegaría al culo del coche de delante, o se lo tomaría todo con un poco más de calma en general.

Y considero que ese es un uso de las cifras y de las equivalencias nada gratuito. En cualquier caso, después de establecer un escenario, y hemos quedado en que las cifras podían servir para eso, uno tiene que tener muy claro cuál es su objetivo. El mío, cuando empleo cifras, es el mismo que el que persigue la seguridad vial (léase ocho párrafos por encima), pero a veces me pregunto cuál es el objetivo de quienes marean la perdiz con los números. Y a veces no.

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