Hace mucho tiempo, prácticamente durante los albores de la automoción, también hubo una lucha que ha llegado hasta la actualidad por motivaciones diferentes. Cuando aún no se había acuñado el término de movilidad sostenible ya había quienes apostaban por los coches eléctricos.
El primer coche de Ferdinand Porsche fue uno eléctrico, pero otros muchos fabricantes tienen estos ejemplares raros y alimentados a batería en su haber. Es el caso de Peugeot y su Peugeot VLV, un coche realmente extraño que a su manera también respondía a una problemática con los combustibles fósiles.
Peugeot apostó por el coche eléctrico en plena Segunda Guerra Mundial
Los comienzos del siglo XX fueron décadas complejas. Un periodo convulso dominado por numerosos conflictos bélicos y un sinfín de tira y afloja socioeconómicos que sin embargo también fueron el escenario en el que despuntó la automoción movida, en parte, precisamente por la industria armamentística y la necesidad de movilizar a la población.
En medio de todo el desaguisado bélico algunos fabricantes de coches se dieron cuenta del problema que suponía no tener garantizado un abastecimiento de combustibles fósiles. Por eso Peugeot empezó a trabajar en alternativas y así es como nació en 1941 el Peugeot VLV, el primer coche eléctrico del león.
Sí, los franceses se la jugaron con una apuesta atípica, pero motivada por la escasez de combustible y, sí, presentaron en 1941 en plena Segunda Guerra Mundial un coche con el que ofrecer soluciones. La misión del Peugeot VLV era satisfacer las necesidades básicas de movilidad para servicios médicos, de farmacia o de Correos. Recordemos que por aquél entonces no había Internet; ni siquiera todo el mundo tenía teléfono en casa.
El Peugeot VLV tomó como base parte de la plataforma utilizada en el Peugeot 201, recortando el chasis a la mínima expresión y creando un pequeño coche descapotable (con capota de lona) y una parte trasera con dos ruedas casi gemelas.
Por fuera como puedes ver se trataba de un coche muy pequeño, con unas formas suaves propias de principios de siglo y un morro alargado donde no se escondía ningún motor de combustión interna. Como curiosidad y signo de distinción, el emblema del león dejó paso a un rayo, delatando su sistema de propulsión de cero emisiones.
A nivel mecánico el VLV heredó un desarrollo de motorización eléctrica nacido en los años 20 pero perfeccionado, con un motor eléctrico de 12 V con una potencia de 3,3 CV. La batería utilizada estaba compuesta por cuatro paquetes con las que se conseguía una autonomía de hasta 80 km y una velocidad punta de 36 km/h. Cifras modestas, pero suficientes para su cometido urbano. Parte de su secreto era su ligereza con un peso total de 365 kg gracias a una carrocería fabricada en aluminio.
Peugeot consiguió producir un total de 377 Peugeot VLV antes de que las autoridades de Vichy impusieran el final de su producción en 1943, pero ahí no acabó la historia del fabricante galo con las motorizaciones eléctricas. Peugeot siguió investigando en la movilidad eléctrica y como fruto nació en 1995 el Peugeot 106 electrique (pariente del Citroën AX eléctrico), al que siguieron los iOn y Partner Electric.
Ahora Peugeot sigue ahondando en la movilidad eléctrica pero con un planteamiento similar, tratando de socializar los coches de cero emisiones con el nuevo Peugeot e-208 y el Peugeot e-2008. Coches que en futuro han llegado para quedarse y no como algo pasajero.
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