Es posible que el último relevo vivido en la presidencia de los Estados Unidos de América nos esté ofreciendo el mandato con mayores derivadas en el mundo de la automoción. Fiel a su estilo proteccionista, Donald Trump pretende establecer un nuevo arancel a los metales procedentes de más allá de las fronteras de EE.UU., y eso es una más que posible noticia para los fabricantes.
El rubio de melena leonina quiere reavivar la industria metalúrgica americana, y para lograrlo está planeando un arancel directo al acero importado del 25% mientras que el aluminio recibirá otro arancel del 10%. Esta iniciativa ha vuelto a salir a la luz en una reunión de Trump a modo de amenaza contra China en una reunión el pasado jueves con ejecutivos de la industria metalúrgica.
Metales más caros = coches más caros
En primer lugar y pese a que las medidas aún no se han confirmado, este anuncio tuvo un impacto en el Dow Jones, con las industriales perdiendo 500 puntos. A medio plazo, este nuevo arancel encarecerá el precio de los metales en general, pero de forma particular elevará el coste de la materia prima para los fabricantes de coches americanos, aunque de manera más o menos indirecta.
Los fabricantes norteamericanos utilizan mayoritariamente metales producidos dentro de sus fronteras (buena parte, no toda), pero si las materias extranjeras ven incrementado su precio las siderúrgicas estadounidenses, con una demanda garantizada, serían muy susceptibles de elevar sus precios de venta a los fabricantes.
Teniendo en cuenta que el acero y el aluminio son los metales más utilizados en la fabricación de vehículos, cualquier incremento en el coste de producción tendrá consecuencias. Ante un panorama tan sensible los fabricantes podrían ver con aún mejores ojos fabricar fuera de Estados Unidos, consiguiendo justo el efecto contrario que Trump pretende conseguir.
Además, esta maniobra arrastrará al precio final de los coches de cara a los clientes. Tanto por el incremento de costes de fabricación si los fabricantes siguen ensamblando coches en EE.UU. como por el ascenso de costes logísticos si trasladan su producción fuera, el consumidor americano se verá afectado por un coste de adquisición superior.
Una vez más y tras varias amenazas hacia los fabricantes americanos que produzcan fuera de las fronteras de EE.UU., la industria americana se ha mostrado contraria de pleno contra esta iniciativa. La American Automotive Policy Council (AAPC), una asociación que representa a General Motors, Ford y el Fiat-Chrysler aseguró que "si el presidente decide incrementar el precio de los metales o imponer otras restricciones a la importación, la industria automotriz de EE.UU. y sus trabajadores se verían negativamente afectados; un impacto negativo que podría superar a los supuestos beneficios".
Esta misma semana la American International Automobile Dealers Association (AIADA) señalaba contundente que "los aranceles propuestos no podrían llegar en peor momento" según palabras de su Presidente, Cody Lusk. "Las ventas de coches han caído en los últimos meses y la industria no está preparada para absorber un incremento así del coste de producción, por lo que se acabará trasladando al consumidor", subrayaba de forma rotunda.
Otro episodio del culebrón Trump contra China
China es actualmente el mayor productor de acero del mundo, marcando un récord de producción histórico en junio de 2017 con 73,23 millones de toneladas. Ante este crecimiento imparable del gigante asiático, Donald Trump ha desarrollado cierta fobia que se está materializando en conatos de guerra comercial lanzados desde el despacho oval.
El ramalazo populista de Trump que le ha llevado a enfrentarse incluso con la Agencia de Protección Ambiental (EPA) se ha dejado ver de nuevo. Estados Unidos no importa demasiados metales chinos en cifras brutas, pero desde el gabinete americano argumentan que sí están inundando el mercado mundial y haciendo bajar los precios del acero y del aluminio.
Por desgracia, al final de (o durante) un macroconflicto comercial/industrial puede haber cierto beneficio político, pero quien siempre sale perdiendo es el cliente final sobre el que se traducen todas las decisiones políticas en forma de impactos económicos.
Aunque a Estados Unidos le salga bien la jugada con los metales, China ya está empezando a cuestionarse sus relaciones comerciales con Estados Unidos. Los nuevos aranceles podrían incentivar las represalias chinas, que según Bloomberg ya lanzó una investigación sobre las importaciones de sorgo y está planteándose si restringir la importación de soja americana, afectando a los agricultores estadounidenses.