Estados Unidos es el país de las barras y las estrellas, de las oportunidades y de las barbacoas, pero también es la cuna de una extensa devoción por los deportes del motor que incluyen competiciones tan random como las carreras en ocho que le dan a los aficionados exactamente lo que quieren: coches a toda velocidad y destrucción tarde o temprano.
En la carrera disputada en el Anderson Speedway de Indiana dos pilotos ofrecieron un espectáculo difícil de calificar entre la barra libre de testosterona y la pasión por las carreras. El resultado fue que dos de los pilotos participantes acabaron enzarzados en una pelea a guantazo limpio en medio de la pista y con un coche sobre el capó del otro.
Un claro ejemplo de competitividad mal entendida
En una especie de conjunción mágica entre absurdismo y demostración de gónadas, ambos pilotos chocaron en varias ocasiones sólo unos segundos después de darse el inicio de la carrera (como si eso fuera una novedad). De hecho no se había concluido la primera vuelta cuando ambos coches quedaron fuera de juego.
Pero lo mejor (o peor, si nos atenemos a los postulados tradicionales del civismo y la educación) estaba por llegar, porque la sed de venganza de Jeffrey Swinford, de negro, le llevó a interrumpir la competición que seguía en marcha para empotrar su coche contra el de Shawn Cullen y, en una maniobra hollywoodiense, posarlo con delicadeza justo sobre el motor del otro coche.
Si esta reacción fue desmedida, la del piloto del coche naranja no lo fue menos, saliendo inmediatamente a vengar el honor de su maltrecha máquina.
El (ejem) intercambio dialéctico mientras firmaban un parte amistoso (ejem) acabó abruptamente con la irrupción de un agente de policía que redujo a Cullen disparando su taser y esposando al hombre de 42 años. Ambos acabaron la noche arrestados, uno por conducta temeraria y el otro por conducta criminal.
Lo cierto es que es difícil determinar qué es más sorprendente, si la competición en sí misma, la maniobra vengativa del piloto del coche negro, la reacción desmedida a puñetazos, el momento taser entre vítores del público (tristísimos, por cierto) o que ambos acabaran arrestados. Bueno, esto último no sorprende por sí mismo, sino por cómo han podido acabar en el calabozo en un evento supuestamente deportivo.
Swinford pudo salir del calabozo después de depositar una fianza de 3.000 euros, y además fue expulsado de por vida de cualquier competición que se celebre en Anderson Speedway, tal y como declaró Rick Dawson, el propietario de la pista, quien además decía estar "realmente sorprendido, nunca habíamos visto a nadie usar su coche como un arma".
Game over!