Escondida entre verdes colinas al sur de Inglaterra, a hora y media de Londres, se levanta la factoría de Rolls-Royce en Goodwood, en la que hasta los tejados están recubiertos de vegetación para mimetizarse al máximo con el paisaje. Se encuentra muy cerca del conocido circuito de carreras de mismo nombre y también a un paso de la colina donde tiene lugar anualmente el Goodwood Festival of Speed.
Para los habitantes de la zona es todo un orgullo que Rolls-Royce fabrique aquí sus lujosos modelos, y es que con 111 años de historia a sus espaldas, es una de las marcas británicas de mayor tradición, si no la que más. Visitamos el epicentro del lujo inglés y te contamos todos los secretos de una de las fábricas de automóviles más singulares del planeta, en la que prácticamente todo se hace a mano.
El 1 de enero del año 2003, pasados unos minutos de medianoche, salía de la factoría de Goodwood la primera unidad de la renovada Rolls-Royce. Se estrenaban así las instalaciones creadas tras la adquisición de la marca por parte del Grupo BMW, que se hizo con la firma británica en 1998. Ahora, el cielo de Goodwood aquel día concreto sirve para decorar el techo estrellado (Starlight Headliner, en opción) de algunas ediciones especiales de la casa, aunque el común de los modelos lucen un patrón aleatorio de estrellas (ver foto).
Tal y como nos cuenta el responsable del departamento de Bespoke, Lars Klawitter, los automóviles que fabrican aquí son más un artículo de lujo, digno de colección, que un coche como tal, y no es que lo piense él, es que así lo consideran los clientes que se hacen con uno. Lo compran por la experiencia al completo, y no sólo por el coche en sí. Además, las posibilidades de personalización permiten que puedas crear un vehículo único.
La fábrica que no parece una fábrica
En plena campiña inglesa, y bien camuflado gracias a que está construido en una hondonada, nos topamos con un complejo de edificios que parecen más unas oficinas que lo que entendemos por una planta de producción de automóviles. Incluso por dentro, en Goodwood se respira un aire más de taller de artesanía que de fábrica al uso.
A nuestra llegada a la planta nos reciben varios Rolls-Royce aparcados en la puerta, que por alguna razón parecen estar esperándonos. Hoy vamos a tener oportunidad de dar un paseo por las instalaciones, aunque debido a los preparativos de lanzamiento de su nuevo modelo, que conoceremos en septiembre en el Salón de Frankfurt, no vamos a tener acceso total. Vamos, que prefieren evitar que podamos ver algo que no debamos.
Allí nos dan la bienvenida dos encargados de comunicación de la marca y nos presentan a la que va a ser nuestra guía durante la jornada, una adorable y encantadora señora inglesa llamada Janet. Estamos casi listos para ponernos en marcha, pero antes debemos calzarnos unos zapatos especiales de seguridad, con punta de acero (imprescindible si vas a entrar a la línea de producción), así como una chaqueta lisa con el logotipo Rolls-Royce bordado, sin botones ni bolsillos, por aquello de evitar en lo posible dañar los coches. Si llevas anillos, también tendrás que quitártelos.
El proceso de fabricación de los tres modelos de la casa, el Phantom, el Ghost y el Wraith, comienza en Alemania, donde se fabrican las carrocerías que después son llevadas a Goodwood para convertirse en el producto final. Lo primero que se hace al recibirlas es darles un buen lavado, para después pasar directamente a la fase de pintura, que puede llevar hasta siete días de intenso trabajo, entre manos de pintura, laca y pulido.
Janet nos enseña algunos de los tonos disponibles en la amplia paleta de colores de carrocería de Rolls-Royce, aunque nos asegura que muchos clientes encargan colores únicos, que el departamento de pintura debe crear a medida y el dueño deberá nombrar. Hay quien quiere pintura dorada, creada con partículas de oro, y quien busca que su coche tenga el mismo color granate que su McLaren, el mismo tono marrón de su perro, o el rosa de un pintalabios o de unos guantes de goma (sí, de los de fregar). Para gustos...
Una vez finalizado el proceso de pintura, los coches pasan directamente a la línea de producción, donde se protegen con molduras de espuma (para preservar la carrocería) antes de que comience el baile. Aquí se instalará el cableado, las diferentes partes del interior e incluso se ensamblan las "entrañas" del coche a la carrocería en bloque: ejes, suspensión, motor, caja de cambios ZF, eje de transmisión, etc... Éste último ensamblaje se denomina matrimonio y es uno de los puntos clave.
Quizá uno de los aspectos que más llama la atención de esta fábrica es lo silenciosa que resulta. No encontrarás ese ruido industrial que esperas de una fábrica de coches (que en otras está tan presente como para llevar cascos protectores), puesto que los procesos no están robotizados. Los únicos brazos robóticos que se emplean en todo el complejo están en la zona de pintura.
Los operarios, de 30 nacionalidades distintas y muchos de ellos mujeres, realizan el resto de procesos a mano, ayudándose únicamente de grúas a la hora de mover y colocar los elementos más pesados. Las utilizan, por ejemplo, para levantar unas bolsas enormes que parecen de deporte, pero que esconden todo el cableado necesario para el vehículo, que pueden pesar entre 60 y 70 kilogramos, según nos cuentan.
"Puede parecer que nadie hace nada, o que no trabajamos, pero ahora mismo estamos trabajando al máximo", nos comenta Janet, precisamente porque aquí no hay rastro de ese ritmo frenético que tienen otras fábricas. A pesar de las apariencias, durante el año 2014 salieron de estas instalaciones 4.060 Rolls-Royce, a una media de unos 14 vehículos diarios.
Trabajo artesanal
En esta misma línea de producción (ahora mismo hay dos, una para Ghost y Wraith y otra para el Phantom en sus diversas variantes) se montan en el coche los asientos y todas las molduras decorativas de madera o del material elegido por el cliente, pero no son todos iguales, ni muchos menos. Antes de llegar al montaje, todas estas piezas se fabrican con mucho cuidado en diferentes talleres de la fábrica.
En la planta trabajan unas 400 personas de forma simultánea, aunque hay un turno de mañana y otro de tarde, así que en total hay más de 800 empleados sólo para el proceso de fabricación y montaje. Dos de los departamentos más importantes en Goodwood son precisamente en los que encontramos a auténticos maestros del cuero y la madera, capaces de crear prácticamente lo que se les pida. En estos departamentos, en especial el taller de cuero, es donde más mujeres vemos, aunque también hay hombres a los mandos de las máquinas de costura. ¿Por qué no?
El meticuloso proceso de la selección del cuero es hipnotizante. Todo empieza con un operario que palpa las láminas de piel y las inspecciona en detalle para marcar las imperfecciones que pueda tener (estrías, agujeros, etc...). Después se cortan las diversas piezas necesarias para el coche con ayuda de una guía láser (ver foto) y se acaban a mano.
Tanto se cuida el estado del cuero, que Janet nos cuenta que las vacas que se utilizan para las tapicerías de los vehículos provienen de países nórdicos, ya que las probabilidades de que las pieles tengan marcas de picaduras de mosquito y demás insectos, es bastante menor, al criarse las reses en climas más fríos.
Las molduras de madera que se ofrecen para el habitáculo, también se trabajan a mano, claro. Se ofrecen diferentes tipos, como roble, nogal, caoba u olmo, y para algunas partes concretas como el salpicadero, las vetas de la madera son simétricas. Las molduras se componen por capas (ver foto), apilando finas láminas de madera, aluminio y pegamento, para finalmente terminarlas con una lámina final de madera a la que después se le da un acabado brillante.
El trabajo de la madera es espectacular y, te guste más o menos, es una tarea muy minuciosa y que realmente lleva mucho tiempo. El ejemplo perfecto de marquetería lo encontramos en el Rolls-Royce Phantom Metropolitan Colection que tienen expuesto en la recepción, ya que cuenta con algunas molduras muy especiales que resumen a la perfección de lo que son capaces en el taller de madera de Goodwood (ver foto).
Bespoke, o la posibilidad de pedir lo que se te antoje
Precisamente porque la compra de un Rolls-Royce es toda una experiencia en sí, entre el 85 y el 90% de los clientes decide personalizar su coche para convertirlo en una pieza única o bien para que los colores de la carrocería o el cuero se ajusten a sus gustos, que es lo más habitual. Según lo que pidas, el proceso de individualización puede llevar hasta un año.
Como nos comenta Lars Klawitter (General Manager, Bespoke), los gustos de los clientes son muy diversos. Hay compradores que quieren su Rolls-Royce en un color muy llamativo y otros que prefieren una personalización mucho más sutil, eligiendo su color preferido para las costuras, por ejemplo, u optando por una placa conmemorativa con su nombre en algún lugar del habitáculo.
Preguntamos al mandamás de esto de la personalización cuáles son los principales retos a estas alturas, ya que el trabajo del cuero o la madera están completamente perfeccionados. Resulta que son los nuevos materiales, como la seda usada en el Rolls-Royce Phantom Serenity, lo que presenta desafíos diferentes a los experimentados artesanos. Lo que no sabemos es qué materiales quedan todavía por explorar. Los habrá, seguro.
Si bien en este departamento pueden crear un coche completamente a tu medida, hay ciertas cosas por las que no deberías ni preguntar. La figurita que preside el capó (Espíritu del Éxtasis) o el logotipo de Rolls-Royce que está debajo, en la parrilla, son elementos que la marca no está dispuesta a eliminar del coche, ni bajo pedido. "Es una cuestión de respeto a la historia de la marca", nos aseguran.
En todo lo demás, seguro que pueden ayudarte. Entre las excentricidades de algunos clientes nos han sorprendido algunas que resultan especialmente interesantes. Los hay que quieren modificar el diseño interior, de la consola central o del maletero (un hotel, por ejemplo, pidió un maletero donde cupieran más maletas) e incluso un cliente quiso que se equipara su Phantom con un velocímetro en la parte trasera, ya que no debía fiarse mucho del pie derecho de su propio chófer.
Quizá se lleve la palma el cliente que decidió que para las molduras de madera del interior quería utilizar como materia prima un árbol de su jardín. Y claro, Rolls-Royce se encargó de que sus deseos se hicieran realidad.
Los gastos del viaje para esta visita han sido asumidos por la marca. Para más información consulta nuestra guía de relaciones con empresas.
En Motorpasión | Rolls-Royce Phantom, prueba (parte 1 y parte 2)