O los siniestros viales, que es como deberían llamarse los mal llamados accidentes de tráfico. En cualquier caso, seguro que con radares no se soluciona un problema que, contradiciendo las sonrisas con las que cada año se presentan los balances provisionales y definitivos de Tráfico, no disminuye sino que aumenta. Porque cada víctima representa un problema añadido a los miles de personas que han ido dejando la vida en la carretera. Y eso, por no hablar de quienes no han perdido la vida, pero sí la vida que tenían antes del siniestro.
Esta semana volvemos a tener el patio revolucionado con el tema de los radares de velocidad. Debe de estar en el libro de cabecera de todo dirigente de la DGT que aspire a pasar a la Historia: si quieres causar sensación, habla de mover limitaciones de velocidad, radares y esas cosas, que es lo que le va a la gente. Como herramienta para reducir la siniestralidad no servirán, aunque sí como fuente de recaudación para las arcas, pero... ¿y el juego mediático que dan?
Sería una obviedad decir que si los radares sirven para llenar las arcas, es porque hay quien se presta al juego del exceso de velocidad. Al fin y al cabo, si un conductor respeta los límites de velocidad, lo de los radares no irá con él. Eso es así. Pero también es así que no siempre las limitaciones de velocidad están claras. No siempre la señalización está bien colocada y resulta visible. No todo funciona con la pulcritud que se describe la realidad desde un aséptico despacho.
En el mundo real no todo se arregla con las limitaciones genéricas y las específicas, porque hay tramos de vía en los que resulta casi imposible determinar si uno se encuentra dentro o fuera de ese anacronismo llamado poblado, por ejemplo. En el mundo real, resulta difícil determinar en algunas ocasiones el porqué de una limitación específica en puntos de la vía donde ni el trazado varía ni existen intersecciones ni hay túneles ni nada que haga sospechar que mantener la velocidad genérica pueda suponer una reducción del margen de seguridad que impone la velocidad de diseño. En el mundo real, la gente recela. Y con razón.
Y en el mundo real... los radares sólo sirven para recaudar.
La velocidad no mata; la imbecilidad sí que lo hace
“La velocidad es la causa que más influye en los siniestros viales”, dicen. Claro, nos ha jodido... Si no te mueves, si estás a velocidad cero, las cosas no se te vienen encima y si te golpeas los daños son despreciables, porque la energía cinética acumulada (= ½mv²) es igualmente cero. Dejando esa obviedad de lado, la velocidad per se no mata. Las aceleraciones sí que pueden hacerlo.
Lo que de verdad mata, o deja en una silla de ruedas o postrado en una cama, es la imbecilidad. La "escasez de razón", como define el Diccionario de la RAE esa cualidad que motiva que muchos conductores se emperren en realizar simultáneamente tareas psicológicamente complejas, algo que tanto los psicólogos como los que sin serlo nos dedicamos a la formación vial sabemos que es complicado de narices. Si estás por una cosa compleja, no estás por otra cosa compleja, a diferencia de lo que ocurre con las tareas sencillas o las que tenemos automatizadas.
Y no: circular no se puede automatizar. La parte mecánica de la conducción sí que se mecaniza (buenos estaríamos, si tuviéramos que recordar pisar el embrague cada vez que vamos a accionar la palanca de cambios), pero no las decisiones que tomamos a bordo del vehículo, luego de analizar el entorno que nos rodea y, por ejemplo, distinguir una señal sin desatender que hay un niño en la calzada, como en la imagen que vemos sobre estas líneas.
Y eso es lo que causa los siniestros viales. Distracciones endógenas o exógenas, incluido el vasto repertorio de acciones interferentes (desde usar el móvil hasta maquillarse o afeitarse en marcha), alelamiento producido por el consumo de sustancias incompatibles con la conducción, tendencia al riesgo mal canalizada por el conductor (o sea, jugársela porque le va el mambo), escasez de sentido común (también llamado sentido de la seguridad vial) cansancio, fatiga y sueño, y, por supuesto, velocidad inadecuada. Esa que ningún radar es capaz de detectar.
Así que si queremos reducir la siniestralidad vial de forma duradera, como hacen esos países hacia los que nos gusta mirar y que confían más en la educación que en la represión, podemos aprender un poco de ellos. Por ejemplo, impulsando medidas como estas:
Educación vial como formación continuada
Esta medida es la estrella de los debates de taberna, pero presenta un problema: que en nuestro país somos muy aficionados a ver la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio. Como formador vial con cierta experiencia ya en la formación específica de conductores veteranos, esto, que era una sensación, ya se ha confirmado como realidad en un universo de varios centenares de conductores profesionales. En España llevamos muy mal que nos digan que no sabemos conducir, de manera que queremos para los demás la Educación vial que no queremos para nosotros. ¿Por qué? Básicamente porque nos hace sentir inseguros que alguien se meta en eso que consideramos que es estrictamente nuestro: el manejo del vehículo en, no lo olvidemos, las vías compartidas con el resto de la gente.
Obviamente, la solución está en montar una estructura de formación continuada obligatoria que evite la patochada que es hoy en día renovar el permiso de conducir y que permita hacer más sencillo que no existan conductores mal formados.
Auditorías de seguridad vial obligatoria en toda la Red de Carreteras del Estado... y más
Si uno realiza una "modificación de importancia" en su vehículo, debe pasar la ITV. Es más: cada modelo que se comercializa debe pasar una homologación, una auditoría técnica que valida la usabilidad de ese vehículo en las vías compartidas por todo el mundo. ¿Ocurre lo mismo con las infraestructuras viarias? Pues no. Recuerdo una conversación con José Manuel Machado, presidente de Ford España y en aquel entonces presidente de Anfac, en la que él se lamentaba de que tanto los conductores como los fabricantes se habían puesto las pilas para mejorar la seguridad, y precisamente el organismo público que debería hacer lo propio con las carreteras no había estado a la altura. Pues eso. Aquí, la entrevista completa.
La obligación de auditar las carreteras se restringe a aquellas vías que, paradójicamente, se encuentran en mejores condiciones: las que estando integradas en la Red de Carreteras del Estado forman parte de la Red Transeuropea de Carreteras... y poco más. ¿Dónde decían que se registraban más colisiones? ¿En la Red Secundaria? ¿Esas carreteras que nadie audita ni apenas se mantienen, para la importancia que tienen en nuestra seguridad? Bien, pues nada... A seguir así.
Impulso a la concienciación colectiva por la vía de la experiencia con víctimas de tráfico
Las víctimas de tráfico (aquí, tres ejemplos cercanos) pueden desempeñar un papel fundamental en la concienciación colectiva. Están organizados y preparados para explicar las consecuencias de la siniestralidad vial, especialmente a aquellas personas que piensan que con ellas no va la fiesta, porque ellos controlan y todas esas cosas que les gusta creer. Ellos tampoco llevaban anotado en su dietario que tal día a tal hora les cambiaría la vida para siempre, de manera que pueden colocarse fácilmente en la posición de quienes son escépticos y acercarles un poquito su propia realidad, que suele ser bastante complicada.
Sólo hace falta un poco de organización y criterio, montar unas pautas de actuación y llevarlas a la práctica. En la actualidad, las víctimas participan en charlas para escolares y para conductores que han perdido puntos. El resto de su audiencia la componen personas que ya saben de qué va la cosa, que están preconcienciadas. Digamos que no como sociedad no estamos explotando todo el potencial que tienen las víctimas de tráfico y que en muchos casos están dispuestas a ofrecer.
Unidad de criterio entre agentes socializadores
Recientemente María Seguí —que en periodo preelectoral está parlanchina— hablaba del efecto mariposa aplicado a Tráfico, algo que se puede aprovechar para reflexionar sobre todos los estamentos que intervienen en la seguridad vial de nuestro país (es decir: ¿puede el aleteo de una mariposa en Galicia evitar un siniestro vial en Murcia?). ¿Por qué? Pues porque la circulación de vehículos no sólo existe dentro de los cerebros de la DGT y dentro de los frikis de la seguridad vial, sino que también existe en el señor que sale con su furgoneta a pintar un piso, en la señora que va a su empresa a dirigir un equipo de 34 personas, en el estudiante que va a la Uni y hasta en el niño que cruza la calle para ir a comprar el pan.
Son varios los agentes que intervienen en la socialización de las personas: desde la familia, la escuela, las autoridades o los medios de comunicación, para el común de los mortales, hasta el grupo de iguales para las personas que andan en esa complicada franja de edad llamada adolescencia. Si en la escuela se trabaja para que los chavales no crucen la calle con el semáforo en rojo pero luego llega el padre y dice que eso son capulladas, o si en la tele se fomenta la imagen de que beber y conducir es lo más normal del mundo, porque tampoco pasa nada, pues... como que la unidad de discurso se quiebra. Y lo mismo, si en la empresa a un trabajador lo obligan a conducir a un ritmo insoportable, o si la policía no es capaz de dar ejemplo, o si en el mismo grupo de iguales no triunfa la idea de que hacerse el chulo al volante es, en realidad, una imbecilidad como otra cualquiera. Pero de las que matan.
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