Ayer nos enterábamos de que Lewis Hamilton había sido multado por exceso de velocidad en una autovía francesa. La multa es de 600 euros y un mes de retirada del carné. Pero la discusión que se formaba en los comentarios va más allá de lo anecdótico, y nos hace plantearnos un tema que ya hemos comentado de rebote pero no tratado en profundidad: ¿sirve de algo poner una multa de 600 euros a alguien que gana millones de euros al año?.
Lo de Hamilton es un caso extremo, pero la duda se nos puede plantear a escalas más pequeñas. En un escalón inferior tendríamos sucesos como el accidente mortal de la Gumball 3000, una competición en vías abiertas en la que se saltan las normas sin problema, ya que pagar las multas no supone un sacrificio para ellos.
Y sin salirnos de nuestro barrio, el ejemplo es igualmente aplicable: mucha gente no corre por miedo al sablazo que le pueda suponer una multa, y a otros más despreocupados con el dinero directamente les da igual.
Podemos hacer un resumen de los principales argumentos de las dos vertientes:
Multas en función de los ingresos: Algunos defienden la justicia de poner multas en función de los ingresos. Las multas están pensadas para evitar que se comentan infracciones, y si le quitamos 600 euros a alguien que no le importa, no vamos a conseguir nada. Por otra parte, no parece justo que a alguien le podamos quitar el sueldo de un mes entero mientras que a otro le estemos quitando sólo una tercera parte, por poner un ejemplo, cuando estamos hablando de un castigo y no de la venta de un bien o servicio. El castigo no parece igual para todos. Además, establecer multas variables sería algo bastante complicado de realizar, y si la burocracia ya es un problema actualmente meter más complicaciones podría resultar contraproducente.
Multas de igual cuantía para todos: El modelo actual de multas económicas. Si bien la otra medida no parece justa, tampoco lo sería quitarle más a alguien porque haya trabajado más. Claro, que en mayor o menor medida quién gana más no es porque haya trabajado más que otro, y aquí ya nos metemos en cuestiones filosóficas. Pero el caso es que este segundo grupo también tiene sus argumentos para defender que sería injusto que ellos pagasen más. Y sin pensar a grandes escalas, puede que no nos hiciese gracia que nuestro compañero de trabajo que no hace nada y por eso gana menos pague menos por la misma multa.
La justificación de uno u otro sistema no es trivial. Afortunadamente, existe una solución práctica: el carné por puntos, y en casos más graves las penas de cárcel o trabajos para la comunidad consiguen la efectividad que las multas económicas no tienen sobre la gente a la que no le supone un problema pagarlas, y ese fue uno de los motivos de su implantación, tanto en España como en otros países europeos donde ya funciona desde hace más tiempo.
Claro, que esta medida tampoco deja contentos a todos. Los que trabajan en la carretera (transportistas y demás) se quejan del carné por puntos, ya que tienen los mismos puntos que alguien que casi nunca coge el coche y tienen más posibilidades de quedarse sin el carné. Por otra parte, tampoco sería justo permitirles cometer más infracciones, si en teoría lo que se busca es eliminarlas, no reducirlas.
El problema es grave y es imposible contentar a todos. Las medidas que se toman siempre encontrarán paradojas e injusticias (hecha la ley, hecha la trampa), y el intento de minimizar el número global de muertos sin pararse en los detalles o casos particulares es algo inevitable. La mejora progresiva de las vías, la seguridad de los coches, la concienciación de los conductores y la presión policial debería hacer que las cifras de siniestralidad acaben bajando hasta niveles aceptables y en unos años (no me atrevo a decir un número) se pueda revisar la legislación y adaptarla a la realidad.
Mientras tanto, aplicar algo de mano dura parece la única solución, y a los conductores sólo nos queda concienciarnos del problema y asumir que es por una buena causa y que nunca llueve a gusto de todos.