Hola a todos, me llamo Josep... y fui furgonetero

Hola a todos, me llamo Josep... y fui furgonetero
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Dentro de esta fauna en ruta nuestra de todos los días, hay un sector que me fascina sobremanera. Se trata del mundo de las furgonetas blancas™ y todos sus derivados, ese que atesora casi tan mala fama como el mundo del taxi y el mundo de la autoescuela, una fauna de esas que reciben a diario la indignación y el desprecio de muchos forofos del volante.

Y eh, ¿a qué no sabes una cosa? Sí, yo también trabajé durante algunos años en el reino de las furgonetas blancas™, así que hoy me propongo hablar sobre este fascinante entorno desde la más estricta subjetividad, como no podía ser de otra manera. Al fin y al cabo, ¿cómo un sujeto puede ser no subjetivo?

En fin, dejemos consideraciones de este calibre al margen, y sumerjámonos juntos en el trepidante día a día de un chófer repartidor, que tal era la categoría profesional que figuraba por aquel entonces en mi nómina. Aunque para todo el mundo, sin excepción, no pasaba yo de ser un p@#~ furgonetero.

Uno de esos que sólo con verlos delante del morro de tu coche ya te mosquean, uno de esos a los que intentas pasar a la que te dejan un hueco libre, uno de esos que, no entiendes por qué, siempre tiene que andar por donde tú vas a pasar a la hora que tú tienes que pasar.

Sí, yo era aquel.

Tuve dos facetas. Empecé con furgonetas como aquella vetusta Mercedes-Benz MB100, matriculada a principios de 1984, que por no tener no tenía ni dirección asistida ni nada así, y que fue altamente responsable de que por aquel entonces mis brazos experimentaran un desarrollo sólo comparable al que habría obtenido de consumir sustancias que habrían dado positivo en cualquier control antidopaje.

Mercedes Benz MB 100
Era como esta, pero en color… blanco, claro.

Con aquella resultaba difícil moverse. Y, claro, sacarla a pasear me llevaba un buen rato cada día, a eso de las 3 o las 4 de la mañana, cuando arrancaba por primera vez su atronador motor en mitad de la calle. Los vecinos debían de adorarme por aquello, porque acostumbraban a jalearme y además celebraban mis comienzos de jornada laboral echándome un cubo de agua para que estuviera fresquito en pleno verano.

Me amaban. Lo sé.

Me amaban casi tanto como yo amaba a aquel que ponía semáforos en rojo por toda la ciudad cuando no había ni un triste coche al que saludar. Casi tanto como yo amaba al tipo que había puesto bolardos por todas partes para retarme a pasar sin tocar nada con el vehículo. Casi tanto como yo amaba al tío del camión del baldeo, que de vez en cuando frenaba mis prisas con una pachorra tremenda.

Ah, cuestión de ritmos. Pero, ¿por qué tenía yo tanta prisa? ¿A qué venía tanto estrés? ¿Qué era lo que me hacía correr como el rayo, revolucionando el motor de aquellas furgonetas como si cada día tuviéramos que batir un récord Guinness de aceleración? Para un anuncio no sería. “De 0 a 100 en 15 horas, pero no vea usted el escándalo que arma por el camino”. No.

Mi jefe, que estaba loco. Y yo, que en aquellos momentos de mi vida todavía hacía caso de lo que me decían los jefes. Claro, como a mí me habían educado para obedecer a la maestra y todas esas cosas, pues la misma filosofía la quería aplicar al mundo laboral que se descubría ante mí.

fauna en ruta: furgonetas blancas

Y eso nos lleva a un punto crucial. Hay transportistas que trabajan como transportistas… y luego hay currantes a los que les dan una furgoneta y los ponen a repartir. Parece lo mismo, pero no lo es. “Transporte privado complementario de mercancías”, se llama esa locura en la cual lo mismo estás dentro del negocio, produciendo cosas, que tienes que salir volando a llevarlas adonde sea. Mala cosa.

Aquella locura no aprendí a capearla hasta que entré en mi segunda fase, ya en otra empresa (la del loco quebró, claro; tú dirás), con horario diurno y llevando un Iveco Daily… que me tuve que ganar con mucho esfuerzo haciendo viajes de Opel Combo como un poseso hasta que por fin un día me entregaron la llave de un camión que antes había llevado un tipo que se largó, harto de todo.

Y tomé nota. Y me relajé un poco.

Y empecé a anotar cosas que ocurrían a mi alrededor. Como que me exigieran un ritmo de trabajo superior al que marcaba toda lógica. O que me obligaran a pasar por una revirada carreterita repleta de ciclistas, en sábado y a la hora de los ciclistas. O que para entregar una cajita hubiera que hacer una cantidad indecente e innecesaria de kilómetros. Y una por una, fui corrigiendo y tachando de la libreta todas aquellas anotaciones. Otro mundo era posible… si me dejaban meter baza, claro.

Si metía baza podía conseguir algunas cosas. Ejemplifico. En una operación de carga y descarga pocas veces dejé el vehículo aparcado en un lugar que molestase al tráfico. Siempre le he tenido manía a esas cosas. Y como eso dependía directamente de mí, pues no había por qué caer.

Recuerdo, eso sí, un día en plena calle Balmes de Barcelona (una arteria de la ciudad, si no la conoces) que dejé el camión plantado junto al carril donde se suponía que había zona de carga y descarga... una zona que a la práctica estaba llena de SUVs y otras malas hierbas.

Me fui con la carretilla, descargué, volví... y me encontré con un coche de la Guàrdia Urbana, cuyos ocupantes ya estaban a punto de llamarme de todo. Les indiqué con la mano el desolador panorama que había en el lugar donde se suponía que debía haber parado yo… y me dejaron estar por imposible. Aquel día tuve suerte, soy consciente de ello.

Yin y yang en seguridad vial

Y soy consciente de muchas otras cosas. Por ejemplo, de que es muy difícil juzgar con buen tino algunas cosas cuando el análisis se realiza desde fuera. Y también de que uno puede caer en la tentación de la autocomplacencia cuando las juzga desde dentro. Mi intención no es caer ni en una cosa ni en la otra, sino todo lo contrario. Claro, que a veces las intenciones van por un lado y lo que acabo teniendo…

Soy consciente también de que en todos los sectores hay gente que se dedica a sus labores con toda la profesionalidad y que en todos los sectores hay vagos y maleantes que no dan un palo al agua y sí que molestan mucho a los demás, y tanto les da que los molestados sean compañeros de profesión como compañeros del espacio que ocupan en el mundo. Supongo que por cosas como esta nunca he sido corporativista.

Finalmente, soy consciente de que en este texto, como diría Toni22m, he pasado de puntillas por algunos asuntos. Pero es que hoy es lunes, escribo esto a unas horas que no son normales y además me encuentro mal. Estoy malito y eso, quieras o no, condiciona. Afortunadamente, hoy ya no me dedico a repartir cosas por estos mundos de dios. Afortunadamente, porque recuerdo que cuando lo hacía era muy duro ponerse al volante cuando uno está doblándose de dolor. Y, además, era un riesgo vial para todos.

Me voy a la cama. Que pases un buen día.

Foto | JMAM (Camiones Clásicos)

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