Hace unos días Javier Costas me pasaba uno de sus correos breves, con apenas un título ("Para tus faunas") y algunos enlaces, a modo de recado del tipo yo no te digo nada, ya verás tú cómo te las compones. Uno de los enlaces hablaba de la alcoholemia de Miguel Ángel Rodríguez. Lo dejé estar y me puse a hablar de otra cosa, ya no recuerdo de qué.
¿Por qué pasé de largo?, te preguntarás tú, ¡si era un tema ideal para fauna en ruta! Lo tenía todo: alcohol, poder, política, barba y voz de pito. Inmejorable panorama para un despellejamiento sideral. Ah, pero mi pituitaria me decía que detrás del hecho puro y duro vendría una vuelta de tuerca, y así fue. A las pruebas aportadas por un amigo en Twitter me remito:
Me pilló en medio de mil berenjenales y no le respondí hasta el pasado miércoles, cuando comprobé que mi olfato no me había engañado. Pero ojo, porque detrás de la alcoholemia de Miguel Ángel Rodríguez y de la insólita invitación de María Seguí hay bastante más; todo un debate, de hecho. Una historia que podríamos bautizar con un título que leído con voz profunda suena mejor:
El Lobo Guardián O El Estigma Perpetuo
¡Tachán!
Vale, ahora que ya tenemos escrito el título, vamos a empezar a repasar lo ocurrido tal y como nos lo contaron. Para hacerlo más ameno, démosle voz en primer lugar al interesado, que en pleno acto de contrición se confiesa en la Plaza Mayor de Internet, también conocida como Twitter:
Y por si antes te ha dado pereza entrar a ver la noticia de El Mundo, este era su titular:
¡Cómo! ¿Que al lobo lo hacen guardián? Para ser justos, remitámonos a la cronología de los hechos. Miguel Ángel Rodríguez se da cuenta de que la ha liado parda, reacciona y dice que hará todo lo posible "para concienciar a la gente de que eso no se puede hacer bajo ningún concepto".
Un paréntesis para dar una primera clave para la reflexión: esta confesión de Rodríguez se puede entender como un gesto de arrepentimiento... o de cinismo, dependiendo del cristal con el que lo miremos. ¿El arrepentimiento es real o simple fachada? Cierro paréntesis.
Avancemos. La invitación de María Seguí es la siguiente: "Tenemos trabajo en abundancia y muchas buenas ideas que compartir con ellos", y dicen que ese ellos engloba a "cualquier persona, independientemente de su posición, rango, edad o ámbito profesional", que según Seguí debe estar "sujeto a las mismas normas y mismos controles y procedimientos".
Vamos, que dura lex sed lex (Iuris dixit) y que todos son iguales a los ojos de Dios (Up with People! dixerunt, poca broma). Al margen de eso, no es que Miguel Ángel Rodríguez vaya a convertirse en el fichaje estrella de la DGT. Simplemente es que María Seguí dice que debemos remar todos en una misma dirección y que los que se incorporen porque hayan visto la luz, bienvenidos son.
Alcohol al volante, peligro constante
Y eso nos lleva a la siguiente pata del debate: la segunda parte de la disyuntiva que da pie al título. Esto de estigmatizar al otro por sus actos se nos da bien. La cabra tira al monte, que decía yo mismo en aquel artículo sobre el cambio de actitudes.
Si estigmatizamos, ¿es porque pensamos que es imposible el cambio de actitud? Es más, ¿es imposible el cambio de actitud? Esto último me consta que no; es más, he visto cosas que vosotros no creeríais en un curso de recuperación de puntos, y que quizá un día te cuente. El cambio es posible... si hay madera para el cambio en el interesado y si se emplea una técnica adecuada.
Sin embargo, en el episodio de un choque múltiple ocasionado por una persona con proyección pública que da 0,99 mg/l y 1,03 mg/l en las dos pruebas de alcoholemia que se le practican, sinceramente no creo en una caída del caballo a lo San Pablo vista por Caravaggio. Más bien creo en los asesores de imagen y en el autofacepalm (no la busques en el diccionario, que no está).
Siendo así las cosas, lo... divertido --por decir algo-- ya no es ni que Miguel Ángel Rodríguez se flagele públicamente mientras uno lo imagina con sonrisa socarrona, un puro en una mano y una copa en la otra, ni que se interprete en las etéreas palabras de María Seguí un ofrecimiento de trabajo, tal y como he llegado a leer.
Lo más divertido del caso es abrir el último número de la revista Tráfico y Seguridad Vial, que sacó la DGT esta misma semana, y darse de bruces springsteens con un amplio reportaje sobre famosos que no cumplen las normas de circulación ni así los muelan a palos. "Tarjeta roja al mal ejemplo", lo titulan, y como si se tratase de una pieza de infoshow televisivo nos ponen una foto de una mano blandiendo una tarjeta; roja, claro.
Serendipias de la vida. Yo, como soy muy poco aficionado al fútbol, no acabo de tener claro si esto de la tarjeta roja significa expulsión. Visto lo visto durante los últimos días, entiendo que no es así, pero sigo con mis trajines mentales sobre el lobo guardián y el estigma perpetuo. ¿Me ayudas a aclararme, por favor?