Días atrás comentábamos la noticia del pontevedrés detenido tras compartir por WhatsApp información sensible sobre la ubicación de futuros radares de tráfico. Ya entonces nos dijeron que el hombre había sido detenido por cuestiones relativas a la privacidad, a la LOPD, y nada más.
Sin embargo, hay aquí un poco más de materia que se puede comentar al hilo de esta detención, y de cualquier otra que se pudiera producir por un motivo similar. De un lado, por la revelación de la información en sí misma. Del otro, por las formas empleadas. Al final, sigue flotando en el aire la duda sobre si el pecado está en la comunicación o en el hecho comunicado.
Móvil y conducción: un binomio de riesgo
Es evidente que emplear un móvil para una comunicación que puede resultar de interés para los conductores va a motivar un interés en los conductores en utilizar un móvil para recibir esa comunicación. Un poco como el arroz que daba a la zorra el abad, o como la luz azul, acciones que podríamos tomar como palindrómicas.
Es también obvio que emplear un móvil durante la conducción induce a la distracción. Aunque no dediquemos demasiados vistazos a la pantalla, nuestra atención se focaliza en la comunicación establecida y no en la carretera, por más que tengamos los ojos ahí. Lo de Simons y la ceguera, vaya. Y, por otra parte, teniendo en cuenta la abrumadora cantidad de dispositivos con pantalla táctil que se usan hoy en día, a nivel sensorial introducimos otro importante factor de distracción.
A modo de paréntesis, un punto interesante sobre el móvil y la conducción lo tenemos en la dependencia de la comunicación que hemos ido desarrollando durante las últimas décadas. Por ponerle un nombre, alguien lo bautizó eso como infomanía, que es eso que nos hace ir a mirar el correo, la mensajería y otros puntos sensibles de nuestras comunicaciones cotidianas, no vaya a ser que nos hayamos perdido alguno de esos inputs tan imprescindibles para nuestro día a día.
Pero no se trata sólo de infomanía... pasiva, por acabar de darle un nombre al fenómeno que se observa cada vez más. Se trata también de la necesidad de comunicar al mundo lo que hacemos... al instante, no vaya a ser que nuestros amigos y seguidores se pierdan un solo detalle de lo que andamos haciendo. La absurda necesidad de comunicarlo todo al instante, cuando estamos a bordo de un vehículo, hace que el absurdo alcance cotas de delirio. Sí, los selfies andarían por ese punto.
Lo comunicado y el viejo problema de la velocidad
Aunque tengamos ya claro que, según nos dijeron, la sanción al ciudadano de Pontevedra le vino impuesta por revelación de secreto, violación de la LOPD o cualquier otra circunstancia similar, no podemos obviar que tras el asunto de los controles policiales hay toda una guerra contra el comunicado que se remonta a tiempos pretéritos, cuando la comunicación por teléfono implicaba hablar con operadoras y pedir conferencia en caso de llamar al pueblo.
Vamos, que no es algo que venga de ahora.
Veamos cómo se produce esta divertida persecución entre el gato policial y el ratón infractor, porque la cosa tiene su guasa hasta llegar a los tiempos del WhatsApp. Se establecen los primeros controles policiales, porque hay asuntos que controlar tales como el consumo de alcohol, el estado del vehículo y, por supuesto, circular con exceso de velocidad.
Se establecen, de manera paralela, los primeros avisos entre conductores: el más sencillo, los destellos realizados con las luces de carretera, es decir, las ráfagas con las largas. Es importante el matiz del registro lingüístico, porque nos sitúa en cada uno de los dos bandos que se configuran en esta guerra contra el comunicado. Por supuesto, la solución al problema detectado pasa por la prohibición de las ráfagas. Y se promueve tal prohibición, se legisla y se sanciona su quebranto.
Otras formas de avisarse entre conductores, sin embargo, restan impunes. Por ejemplo, el uso de emisoras de radioaficionado, tan comunes entre los profesionales del volante... pero tan poco comunes entre el resto de los conductores. Un punto para tener en cuenta en esto del hecho comunicado: la difusión y el público potencial de la comunicación.
Otro polo de esta persecución entre gato y ratón lo tenemos en la espiral tecnológica, si nos centramos en el control de la velocidad. Hay un radar, hay un detector de radar, hay un detector del detector de radar, hay un inhibidor del detector del detector del radar... y así hasta el infinito y más allá. ¿Absurdo? Sin duda. No van por ahí los tiros para encontrar una solución.
Volvamos al hecho comunicado, que es lo que nos tenía entretenidos. En un momento dado, que se comuniquen las posiciones de los radares fijos deja de ser un problema de cara a la galería porque total..., así que se hacen públicas las tablas de radares, se tranquiliza todo aquel que utiliza un avisador, los medios no especializados se hacen la picha un lío explicando qué es un detector y qué, un avisador... en fin, nada, salseo. Lo interesante es que los radares fijos actúen a modo de señuelo para que Simons nos dé en la cara con los controles móviles que establece la Policía.
Y llega entonces la eclosión de internet en el móvil, las redes sociales, las bases de datos compartidas y otras demostraciones de que la gente, bien organizada y con las herramientas adecuadas, dice que tururú a todo lo que le han vendido durante generaciones. Lo que tirando de los manuales clásicos de Sociología sería poner en jaque algunas cuestiones relativas al orden establecido y todo eso.
Y en esas estamos.
Sí, la detención esta es por casar datos que deberían estar aislados: una matrícula de un coche camuflado, con el hecho de que ese coche camuflado sirve como vehículo policial, por ejemplo. Pero no podemos olvidar que esto se produce en un contexto dado: el juego entre el gato y el ratón, para el que internet ha cambiado (también ahí) las reglas.
Ir a la raíz de la espiral
Como estamos hablando de una espiral, conviene tener en cuenta qué mueve esa espiral. En el fondo, hablamos de una cuestión que se conoce como búsqueda de límites y que el ser humano realiza desde que es un bebé hasta que se queda sin ganas de vivir, esto es, de experimentar. Primero se gira en la cuna, luego se alza, luego gatea (o no) y se pone a caminar, se da un morrón contra el suelo pero se pone en pie de nuevo y se agarra a lo que pilla... esas cosas.
Y, como siempre que hablamos de una espiral, existe una solución que es lo que en jardinería social se denomina cortar el problema de raíz. ¿Cómo? Pues cómo va a ser... educando. En el caso que nos ocupa, educando sobre los factores de riesgo, que es algo que a los nuevos conductores se les explica cuando acceden a la conducción pero que durante generaciones se obvió por completo, sin que luego nadie pusiera remedio al olvido.
Si hablamos sobre controles de velocidad, recuerdo ahora una explicación que le escuché tiempo ha a Costas (no a Javier sino a su abuelo Paco): cuando vamos por la carretera y adelantamos a todos o todos nos adelantan, es que no vamos a una velocidad adaptada al tráfico. La explicación quedaba algo coja porque pasaba por alto varios polos de la adecuación de la velocidad, tales como las circunstancias personales o las propias del vehículo o la vía, pero me sirve.
Complemento ahora esa noción con un juego que realizo en unos cursos de Seguridad Vial Laboral que vengo impartiendo por toda la orilla geografía española: os invito a pensar la velocidad en unos términos más tangibles que los famosos kilómetros por hora que no nos dicen nada, salvo que en una hora estaremos a tantos kilómetros de aquí (lo cual es una chorrada que no nos ayuda en nada a adecuar nuestra velocidad a nuestro escenario).
Si hablamos en metros por segundo, quizá cobraremos conciencia sobre el espacio que debemos mantener por delante, puede que aprendamos a apreciar el valor de la velocidad adaptada a las circunstancias y, ya de paso, es probable que aprendamos a guardar distancias con todo lo que nos rodea, por si acaso.
Con la educación sobre los diferentes factores de riesgo y las medidas preventivas nos quitamos de un plumazo la absurda espiral de destinar más recursos a la persecución que a tener una población bien formada. El problema ahora está en averiguar si esa educación le será rentable a quienes viven de sancionar.
En Motorpasión | Detenido un pontevedrés que avisaba de controles a través de Whatsapp