Lo que más me ha marcado de SEAT, ahora que SEAT cumple 70 años
“Es como el ombligo, todo el mundo tiene uno”. O eso decían del SEAT 600 en su día, habida cuenta de su enorme éxito. Pero también se aplica a los SEAT que nos han marcado a todos en la redacción de Motorpasión. Y ahora que SEAT cumple 70 años, cada uno de nosotros repasa qué coche ha sido el que más le ha marcado a lo largo de la historia de la marca. Porque la historia de SEAT es también nuestra historia, la de todos.
Victoria Fuentes: "Del SEAT Ibiza de la autoescuela al Córdoba de mi abuelo"
La primera vez que me puse al volante de un coche fue en un SEAT Ibiza de segunda generación. Con su característico color amarillo y el run run de su motor diésel di mis primeras clases en la autoescuela, acompañada de un profesor iracundo que me hacía sudar la gota gorda durante las clases (probablemente gracias a su ira aprobé a la primera).
Lo recuerdo como un coche fácil de conducir y bastante ágil, algo que cambió cuando heredé el SEAT Córdoba color granate de primera generación de mi abuelo (con motor gasolina y cuatro puertas). Su embrague infernal -hay que decir que ya tenía tute a sus espaldas- me acompañó durante mi primera etapa como conductora, y me hizo apreciar lo que es un buen maletero.
Jesús Martín: "Del primer Ibiza a la Terra indestructible"
Uno de los primeros coches que recuerdo en mi familia era el SEAT Ibiza negro con franjas rojas de mi hermano mayor, un coche que si no recuerdo mal se matriculó en 1989. Más tarde, ya con más consciencia sobre el mundo del motor, el Ibiza CUPRA de 1996 decoró mi carpeta de estudiante y tiempo después, un Ibiza SDI de 1999 se convirtió en mi primer coche.
Fiables, duros y asequibles aunque no demasiado equipados, los SEAT siempre han estado presentes en mi familia. Ahora bien, el mayor exponente fue una espartana SEAT Terra casi indestructible que utilizamos como furgoneta de reparto en la empresa familiar y a la que no había forma de doblegar por muchas perrerías que sufriera.
Héctor Ares: "Mi primer coche como probador fue un SEAT León 20VT , pero me quedo con el SEAT Ibiza Cupra R"
El primer coche que probé cuando empecé en esto del periodismo del motor fue un SEAT León 20VT de primera generación. Viéndolo en perspectiva, me doy cuenta de que aquel coche ya empezaba a posicionar a SEAT como la marca que, dentro del Grupo Volkswagen, iba a tratar de tú a tú a sus primos de Audi y Volkswagen.
Compartía motor de 180 CV con el Volkswagen Golf GTI y con el Audi S3 (el archiconocido 1.8 turbo), y aunque a nivel de acabados estaba un paso por debajo de sus primos, ya demostraba lo que unos años más tarde consagró el León de tercera generación: su puesta a punto era mucho mejor y por eso iba tan bien.
Luego llegaron los SEAT con apellido CUPRA, los más rápidos, deportivos y por supuesto los que más gusta probar. Entre todos ellos si tuviese que elegir uno solo, sería el Ibiza Cupra R de primera generación. Curiosamente montaba el mismo motor 1.8 turbo del León con 180 CV, estaba limitado a 200 unidades y costaba casi cuatro millones de pesetas cuando se puso a la venta en 2001. Bajo mi punto de vista, representó el máximo exponente del popular Ibiza.
Alejandra Otero: "Me enamoré de un SEAT León FR amarillo que nunca pude conducir"
Vestía en amarillo brillante, su corazón era un diésel 1.9 TDI de 150 CV y era, sin duda, mi coche predilecto de entre los que tenían mis amigos. Hablo de un SEAT León FR de primera generación que, desde mi humilde opinión, le daba bastantes vueltas al de segunda generación, al menos a nivel estético.
El FR de mi amigo se distinguía del resto por llevar en la trasera un gran vinilo azul de la marca DC Shoes y porque cambió sus llantas de 17 pulgadas por las de 18 pulgadas que llevaba entonces el Audi RS4, lo que le hacía más memorable aún. Yo estaba enamoradita de aquel coche.
Además, tuvo historia: fue uno de los muchos SEAT León de primera generación que acabó engrosando las estadísticas de coches robados. Aunque, afortunadamente, pudo recuperarlo y venderlo con siete años de vida y 165.000 kilómetros.
Aquel primer León FR alcanzaba una máxima de 215 km/h y aceleraba desde parado hasta los 100 km/h en 8,9 segundos, pero en mis recuerdos ha quedado grabado lo rápido que podía moverse por carreteras reviradas, gracias a su suspensión específica y a sus neumáticos más anchos. Siempre me quedará la espinita de haberme puesto a su volante, pero por aquellas no tenía carnet de conducir.
Roberto Rodriguez: "SEAT Córdoba, el bueno"
SEAT fue mi primer amor en el mundo del automóvil. Aprendí a conducir con dos SEAT Córdoba, el de gasolina de mi padre y el diésel de mi abuelo. Fue la mejor manera de apreciar la diferencia entre combustibles desde el principio. Desde entonces, SEAT ha quedado para mí como una marca entrañable que te deja un cierto aroma clásico de coches que eran distintos y ya no volverán.
Josep Camós: "El día que tras 20 años vi la luz"
Con SEAT tuve yo siempre una relación de amor-odio. O de nostalgia-indiferencia, mejor dicho. Hasta que vi la luz.
Nací en una época en la que, dejando de lado los coches franceses que con sus faros amarillos se acercaban a Barcelona, prácticamente todo lo que veía por la calle eran SEAT o Renault, algunos Simca y Citroën... y a mí me tiraba el Renault 5, qué le vamos a hacer. Desde luego, mucho más que el imponente SEAT 1400 que había siempre aparcado junto a la tienda de motos, o mucho más que los SEAT 1500 y SEAT 124 que tenían los taxistas en la parada junto al kiosko. Mi hermano insistía en que los 1500 eran taxis para señores y los 124 para señoras, y yo les miraba el frontal ("morro", decíamos entonces), sonreía y le respondía que sí.
Esa es la primera imagen que tengo de SEAT. Y es una imagen de nostalgia que guardo con cariño, junto a mis cromos, mis bocadillos de la tarde y mis horas de recreo en el cole. Sin embargo, la indiferencia me invadió más entrados en los ochenta, cuando la SEAT ya divorciada de FIAT no logró conquistarme. No me gustaban sus diseños exteriores ni sus acabados. No me gustaba nada de ellos.
Para más inri, en la década de 1990 sufrí una regresión a la infancia.
La nostalgia me volvió no por el SEAT 600, que habría sido lo lógico en una persona nacida en los setenta y con una caterva de hermanos mayores, ni tan siquiera por el SEAT 800 que había tenido mi abuelo en el pueblo. Esta nostalgia se la debo a otro coche que tuvo mi abuelo y que acabó en mis manos cuando fui a buscarlo tras haber aprobado el examen de conducir. Cuando me estrené al volante a los mandos de un SEAT 127 matriculado en 1973, cambié de chaqueta con el mismo reprise que me daba aquel loco coche al que se le abría el capó con el viento mientras los dos volábamos por la carretera.
Y luego me encontraba con los modelos de aquel entonces... y es que no había manera de que me entraran. Probé algunos, incluso utilicé varios SEAT para trabajar, y nunca me llegaron a llamar lo más mínimo. Todo eran pegas, para mí. Ni de coña me compraría un SEAT, pensaba yo. Podía objetivar mis razones: los plásticos no me gustaban, los diseños exteriores me parecían anodinos. Tenía problemas yo hasta con las carrocerías en rojo sólido, que perdían color con el sol.
Podía dar explicaciones, pero reconozco que era algo absolutamente irracional.
Y así me mantuve durante casi 20 años, hasta que un coche me cambió la visión. Se llamaba SEAT León y afrontaba su tercera generación. Nunca olvidaré que fue en un Salón de Barcelona cuando tuve aquel destello. Sacamos a pasear los leones por Montjuïc y me dije: "Esto ya no es lo que era". Aquel día SEAT me marcó como claro ejemplo de que lo que no cambia en un montón de años, puede hacerlo en un instante. De repente, toda mi indeferencia ochentera, noventera y dosmilera se esfumó, y sumé la nostalgia de mi infancia con el magnífico salto adelante que estaba conduciendo.
Y así, hasta hoy.
David Galán: "SEAT Ibiza, el 'rojo'"
SEAT, para mí, es sinónimo de los primeros recuerdos de felicidad a bordo de un coche. ¿El responsable? El SEAT Ibiza rojo de segunda generación de mi abuelo, capaz de convertir con sus 75 CV viajes de 300 km con las ventanillas bajadas en pleno agosto en recuerdos inolvidables, y despertarme la pasión que a día de hoy siento por la automoción.
25 años después de salir del concesionario, allá por 1995, el eterno SEAT Ibiza, el 'rojo' como lo conocemos en casa, sigue rodando con mi familia a bordo.
Daniel Murias: SEAT 1500, o 'Tu vuo' fa' l'americano'
No es un secreto, soy un poco la oveja negra de esta redacción. Crecí fuera de España y no tomé conciencia realmente de lo que era SEAT y representaba hasta que SEAT llegó en serio a los mercados europeos con el Ibiza. Tan en serio que mi madre se compró uno a finales de los años 90... ¡en Francia! Sin embargo, ese no fue el primer SEAT que me marcó. Ese honor recae en el SEAT 1500.
Estamos a principios de los años 80, en agosto, en un pueblo del interior de la Costa da Morte y en el que la carretera que lleva al pueblo de mis abuelos desde la carretera comarcal todavía no está asfaltada. Es todavía una “pista”. Aun así, en el pueblo abundan los Renault 5, Renault 9 y 11 y algún que otro Ford Fiesta, sin contar los Citroën DS y GS de mi tío.
Pero el coche que más destaca para mí, entonces, es el de un vecino de mis abuelos. Poseía lo que era entonces para mí algo así como un Cadillac enorme como los que veía en la televisión. Era un SEAT 1500. Basado en el Fiat 2300 de 1961, el 1500 conservaba el flamante diseño de Dante Giacosa, aunque se conformó con un 4 cilindros de 1.481 cc en lugar del 6 cilindros 2.3 litros del Fiat.
Y no es solo por su diseño, un verano se convirtió en el coche salvavidas de mis primos. Un día nos comimos demasiadas manzanas verdes... sin saber que estaban sulfatadas. Mi madre y mis tíos estando en Coruña ese día, fue ese vecino que los llevo al médico más cercano en su SEAT 1500. Todavía lo recuerdo subir la cuesta, parar y llevarse a mis primos. Yo, fui el único que se libró de ir finalmente al hospital al haber podido vomitar las manzanas.
Por otra parte, al hablar de la historia de SEAT no puedo dejar de mencionar a Elvira Veloso. Hasta principios de la década de los 2000 todavía era responsable del parque de coches de prensa, que se utiliza para las pruebas en los medios, en Barcelona. Cuando empecé en esto de probar coches por 2001, rápidamente me tocó probar un SEAT. Notó al segundo mi acento.
“¿De dónde eres?”, me dijo. "Porque de Barcelona, no eres".
“De Coruña”, respondí. “Yo de Lugo”, me contestó. Y al cabo de unos minutos me contó que estaba recuperando a escondidas todos los coches que podía para montar un museo de la marca, la famosa Nave 122, de la que muchos directivos de Volkswagen desconocieron su existencia durante años. Sin ella, no habría coches históricos de SEAT.
En Motorpasión | Probamos el SEAT Tarraco TDI 190, un SUV familiar de siete plazas que convence por su habitabilidad y confort | Probamos el SEAT 600: llevábamos 60 años esperando este momento